El incremento de la delincuencia y la criminalidad casi siempre tiene una razón de ser, existen motivos que impulsan su crecimiento generalmente vinculados a la calidad de vida y a las oportunidades que tienen las personas.
Uno de los casos más emblemáticos es el de Inglaterra a finales del siglo 18, en esa época se produjo un gran aumento de la ocurrencia de delitos de todo tipo, provocando que las cárceles se llenaran de una manera tal que tuvieron que recurrir a la utilización de barcos para encerrar a los que trasgredían la ley, pero esto tampoco fue suficiente y se idearon enviar a muchos condenados a lo que hoy se conoce como Australia, que en aquella época se bautizó como Nueva Gales del Sur, iniciando su andadura como una colonia penal, convirtiéndose con el paso del tiempo en un país desarrollado, muy respetado en el mundo de hoy. Prueba inequívoca que cuando se quiere se puede.
¿Que ocasionó en aquel tiempo ese desmadre?, el inicio de la revolución industrial y la aparición de la máquina de vapor, eso dio lugar a su utilización en la industria textil y la agricultura, principales empleadores, provocando un desempleo masivo, dejando a miles de obreros en la calle sin posibilidades de subsistencia. Esto unido a un sistema en donde la nobleza y la aristocracia gozaban de irritantes privilegios, agravó la situación y la comisión de actos delincuenciales no paraba.
En nuestro país tenemos una historia diferente, la República Dominicana a mediados del siglo 20 era un país poco poblado y mayormente rural, que durante más de 30 años había sido controlado en sus más mínimos detalles por una férrea dictadura. Después del ajusticiamiento de Trujillo, y la desaparición de su régimen opresor, se inició un proceso de éxodo del campo a la ciudad en donde los que llegaban buscaban una mejor vida; esto dio origen a la urbanización de la sociedad y a la aparición de una serie de barrios que proliferaban sin las más mínimas condiciones para poder vivir decentemente, que se ubicaron principalmente en los alrededores de la capital y luego en Santiago, segunda ciudad del país.
En aquel entonces, todas las empresas y predios agrícolas que habían sido propiedad de Trujillo, sus familiares y allegados pasaron a manos del Estado, creándose de repente, por circunstancias del destino, una especie de “Capitalismo de Estado”, que bien pudo haberse aprovechado en beneficio de la sociedad y de quienes menos tenían. Pero este emporio, en un tiempo relativamente corto fue saqueado y dilapidado por los políticos de turno y la cúpula militar existente.
Mientras este expolio ocurría, la llegada de campesinos a la ciudad se incrementaba de manera notable y el crecimiento de las barriadas no paraba, así como la falta de higiene, el hacinamiento, la miseria y la desigualdad, convirtiéndose esta realidad en un caldo de cultivo inmejorable para el aumento de la delincuencia.
El país crecía económicamente y progresaba materialmente, pero la deuda social concomitantemente también aumentaba. La voracidad de los políticos no tenía límites y la miopía de muchos empresarios los inclinaba a actuar de la peor manera, y los recursos que se dedicaban a mejorar la condición de vida de los segmentos más pobres de la sociedad eran migajas que no resolvían sus problemas. Mientras tanto, el saqueo al erario público y la evasión de impuestos continuaban sin parar, la ostentación y la exhibición de poder económico se hicieron ofensivas. En medio de toda esta sin razón, el malestar en los barrios crecía, así como el narcotráfico y la criminalidad.
Lo que se inició como una pequeña llama se ha convertido en un incendio que esperamos que no sea tarde para sofocar. Es hora de aprender la lección y de entender que es necesario compartir saberes y teneres con quienes menos saben y tienen, que correr el riesgo y de la noche a la mañana perderlo todo.