“La clemencia que perdona a los criminales es asesina”- William Shakespeare

 A raíz de la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas en algunos lugares luego de la medianoche, es nuestro interés hacer una reflexión sin ningún ánimo de polemizar.

 

Estamos de acuerdo con que, entre el consumo de alcohol, sobre todo cuando su ingesta es abusiva, y el crimen o la conducta delictiva existe una relación de causa-efecto. Además, en ciertos individuos hasta el consumo moderado de alcohol puede desencadenar conductas violentas y agresivas. Por ello, en muchos países la embriaguez, en ocasión de la comisión de un delito, es considerada un factor agravante.

 

El reconocimiento de la relación alcohol-conductas desafiantes de las normas condujo en algunas naciones a la restricción o incluso prohibición del consumo de alcohol.

 

No siempre los resultados fueron los esperados. El famoso caso de la “Ley Seca” norteamericana es un buen ejemplo. La aprobación de este famoso dispositivo, obviamente en un contexto totalmente diferente al de nuestros días, tuvo como resultado el incremento desmesurado de la demanda de alcohol (incluido el que no cumplía con la norma correspondiente); la consolidación del crimen organizado con la multiplicación de sus ganancias; la organización de negocios de fabricación y expendio ilegales; al auge de la criminalidad y las muertes y lesiones permanentes por consumo de alcohol metílico.

 

Es decir, con la prohibición se obtuvieron resultados totalmente contrarios a los que se esperaban. Como nunca, el negocio de las bebidas alcohólicas tuvo su mejor primavera.

 

Las conductas criminales tienen diversas y encontradas explicaciones. Unos entienden que es la manifestación de la degeneración hereditaria. El alcohol alienta la explosión, digamos, de los ingredientes obscuros de la herencia genética. Otros se inclinan por las teorías del criminal nato: criminal patológico y el criminaloide. En estos últimos el consumo de alcohol es determinante en el desencadenamiento de la conducta criminal, particularmente cuando viven en un entorno donde las transgresiones de la ley campean a sus anchas.

 

En general, hay consenso en relación con el hecho de que, bajo los efectos del alcohol, se cometen delitos contra la seguridad vial, las personas (homicidio abusos físicos y lesiones), la libertad e indemnidad sexual (agresiones y abusos sexuales), y la autoridad y sus agentes.

 

De acuerdo con estadísticas recientes, por ejemplo, conducir bajo los efectos del alcohol es responsable del 30-50% de los siniestros con víctimas mortales y del 15 al 35% de los que causan lesiones graves. Está demostrado que el alcohol disminuye la capacidad de concentración, los reflejos y la visibilidad, incrementa el tiempo de reacción y puede ocasionar alucinaciones visuales y auditivas. De hecho, en nuestro país se producen más muertes en accidentes de tránsito que en actos delictivos callejeros (sin ánimo de minimizar el problema). ¿Quién no ha conducido en este país consumiendo alcohol en trayectos relativamente largos o incluso en estado de incipiente embriaguez?

 

Al parecer, resulta evidente que el alcohol ocasiona un efecto de desinhibición de los mecanismos inhibidores naturales de las conductas agresivas o violentas, como consecuencia de su acción farmacológica específica a nivel de sistema nervioso central. También produce cambios cognitivos, emocionales y psicológicos que dan lugar a una disminución de la percepción de peligro y un aumento de la autoestima (en víctimas y victimarios). Con todo, la asociación más estable entre alcohol y violencia ocurre durante el periodo de intoxicación.

 

En definitiva, la relación entre el consumo de alcohol y el comportamiento agresivo es un fenómeno muy complejo en el que intervienen factores farmacológicos, psicológicos, económicos y sociales.

 

En nuestro caso, somos de la opinión de que la venta de bebidas alcohólicas en horarios determinados no resuelve nada. Los delincuentes procuran las bebidas que quieren y donde quieren en los horarios no restringidos y también en los prohibidos. Además, el consumo de otras drogas psicotrópicas es ya una norma en las periferias de las grandes ciudades abrumadas de miserias materiales y falta de oportunidades para los jóvenes. En los barrios las nuevas generaciones conviven con los llamados “puntos de droga” que operan con absoluta impunidad. Cientos de menores de edad trabajan para ellos.

 

La confabulación entre ciertas autoridades y estos lucrativos negocios es evidente y demostrable. Ellos representan el sueldo mayor indeterminado de decenas de oficiales y subalternos. La delincuencia actual va más allá del alcohol como factor explicativo único.

 

El deterioro social, la falta de oportunidades, el crecimiento imparable de las estrategias de sobrevivencia, el auge del microtráfico, el consumo creciente de drogas, algunos elementos nocivos de la llamada cultura urbana, la aversión por el conocimiento, la triste  y acelerada desarticulación de las familias, y la devoción por lo banal y el enriquecimiento fácil, son realidades que, con un poco de alcohol y otras drogas, producen todos los días delincuentes violentos, criminales desalmados y olas de atracos en todo el territorio nacional. Dejen que los negocios vendan alcohol a cualquier hora y ataquen las causas reales del problema.