De acuerdo con la Declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos de las Naciones Unidas, se denominan víctimas a las personas que hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal.

Un artículo muy interesante sobre el victimismo titulado “De ser víctimas a dejar de serlo: Un largo proceso”, de Echeburúa y Soledad Cruz-Sáez, se encarga de analizar la realidad de algunas personas que se instalan en el papel de víctimas, por lo que recomendamos su lectura.

Los autores previamente referidos exponen la diferencia entre ser víctima y el victimismo, del siguiente modo: “No es lo mismo ser víctima que hacerse la víctima (instalarse en el victimismo). En este último caso el ser víctima pasa de una categoría adjetiva a ser una categoría sustantiva. Sentirse víctima es un estado de ánimo muy tóxico. De hecho, hay víctimas que son víctimas (y que aspiran a dejar de serlo), víctimas que quieren ser más que víctimas (en función de la instalación en el victimismo) y víctimas que no son víctimas (en función, por ejemplo, de un trastorno histriónico de la personalidad, de la distorsión subjetiva de un abuso sexual ocurrido supuestamente tiempo atrás o de la utilización torticera de la victimización, como ocurre, por ejemplo, en los casos de simulación del maltrato). A su vez, los agresores pueden ser también víctimas.”

Algunas personas puede que se espanten tanto cuando un especialista le haga tomar consciencia de que está siendo víctima de algún hecho, que corran y se reparen para despojarse de tal estado; y otras que entienden que, en lo adelante, su vida estará dirigida por el suceso traumático, lo hace parte de su personalidad, es decir, se refugia en el victimismo, infringiéndose más daño y privándose de la posibilidad de ser feliz, a pesar de lo ocurrido.

En el artículo citado podemos verificar las consecuencias de caer en el victimismo que, como claramente señalan los autores precitados, no es un rasgo de la personalidad sino algo transitorio (un estado). De manera específica, mencionan el impacto negativo que puede tener en su vida el hecho de albergar deseos de venganza, el cual se puede convertir en irracional, cómo la persona se mantiene anclada al pasado, afectando su visión del futuro, y cómo el resentimiento, rabia, ira puede perjudicar su salud emocional y mental. Otros estudios van aún más lejos haciendo referencia a cómo dicho estilo de vida puede desencadenar enfermedades físicas graves.

En este sentido, el recurrir al papel de víctima (victimismo), genera una serie de consecuencias que van directamente en detrimento de la persona que lo asume, para quien, muchas veces, nunca es suficiente el grado de reparación del mal ocasionado. Si bien es cierto que una persona que de manera intencional ha causado un daño a otro, debe asumir las consecuencias de los actos, no menos cierto es que cayendo en el victimismo estaremos haciéndonos tanto daño como el que el agresor ha ocasionado, porque dicho estilo de vida, tal como señalamos, mantiene a la persona conectada con ese hecho impidiéndole tener calidad de vida adecuada. Debido a esto los autores manifiestan la necesidad del perdón, que no equivale al olvido (“Si se olvida el daño que se sufrió, entonces no hay nada que perdonar”), ni a eximir al otro de su responsabilidad, sino por el hecho de que esto facilita el proceso de recuperación.

Por otro lado, se encuentran aquellas personas que, en lugar de refugiarse y caer en el victimismo, han logrado sobreponerse al evento traumático, recuperado su vida e inclusive, han utilizado la experiencia para su crecimiento. Son los que se les identifica como seres resilientes. Un ejemplo de resiliencia es el de Victor Frankl (autor del libro “El hombre en busca de sentido”), quien estuvo en cautiverio durante 3 años en un campo de concentración nazi.

Rivas Lacayo (2007), “Saber crecer”, define la Resiliencia como: “un término que procede de la física y que se refiere a la capacidad de un material para recuperar su forma inicial después de soportar una presión que lo deforma”.  Luego sostiene que, para el campo de la psiquiatría y psicología, dicho término se entiende como “capacidad de enfrentar la adversidad y salir fortalecidos de ella”.

Para Rivas Lacayo, las características que distinguen a un ser resiliente son las siguientes:

  • Sentido del humor.
  • Saber perdonar.
  • Apoyo social.

En definitiva, lo que queremos señalar es que nuestra posición frente a lo que nos sucede es determinante para saber qué tipo de vida queremos llevar y el tipo de persona en el que podemos lograr convertirnos, luego de haber sufrido un hecho traumático. Si bien un suceso traumático implica serios daños a la persona (físico, mental, emocional y/o psicológico), esto no necesariamente determina nuestro futuro. En estos casos, las personas resilientes demuestran que es posible recuperarse y lograr la paz interna.

“No siempre se puede disfrutar de la serenidad y la paz. Pero la adversidad y el dolor no tienen la última palabra. A pesar de que el pasto haya sido quemado por el juego de la estepa, éste, con toda certeza, crecerá de nuevo y más fuerte que antes”. Proverbio Mongol