El término ‘tigueraje intelectual’ es una expresión coloquial que se utiliza en algunos contextos de la sociedad dominicana para describir ciertos “comportamientos estratégicos”, muchas veces cuestionables dentro del ámbito profesional. Dicha voz denota una combinación de astucia, improvisación, oportunismo y manipulación aplicada al mundo de las ideas, el conocimiento o la interacción en espacios académicos.
El vocablo no ha sido acuñado formalmente por un autor específico, sino que se origina en el lenguaje coloquial y popular, derivado de la cultura urbana. Sin embargo, la noción fue explorada por el investigador cultural dominicano Silvio Torres-Saillant en su libro titulado Tigueraje intelectual. La primera edición de esta obra se publicó en 2002, con una extensión de apenas 59 páginas. Posteriormente, en 2011, la Editora Mediabyte lanzó una segunda edición aumentada (149 págs.)
No pretendo comentar o analizar las ideas de este libro; más bien, basándome en la experiencia de lo cotidiano, analizo este concepto sin pretender hacer teoría o juicios capciosos, abordando sus posibles características, formas de identificación e implicaciones éticas. Aunque debo reconocer que es posible que se respire algunas que otras intuiciones del autor citado sin necesidad de hacer referencias directas. Pero, cabe decir, que para este tipo de tema se ha de tener un “olfato fenomenológico” a fines de analizar ciertos comportamientos y actitudes. O sea, practicar algo de “impresionismo sociológico”, tal y como lo hacen los posmodernistas.
El uso de la palabra ‘tigueraje’ es muy común en nuestra cultura popular. Desde un punto de vista semántico, hace referencia a un comportamiento que se asocia con picardía, viveza y capacidad para "buscarse la vida" a través de métodos poco convencionales o cuestionables. Aquí, la representación simbólica es muy importante, ya que se trata de asociar las habilidades de este animal selvático. En efecto, el traslado de este signo a nuestro contexto sugiere que la sociedad en la que vivimos es una selva en la que hay que comportarse como un tigre. Así mismo, el "tigueraje" implica un dominio de las dinámicas sociales; una habilidad para navegar en situaciones difíciles y, en muchos casos, un desprecio por las normas convencionales porque son percibidas como obstáculos para llegar a la meta, a cualquiera que se proponga.
Combatir el “tigueraje intelectual” requiere un compromiso ético tanto a nivel individual como institucional.
Cuando este concepto se traslada al ámbito académico, da lugar a lo que se conoce como "tigueraje intelectual". En resumen, aplicar astucia y oportunismo en discusiones y compartición de conocimiento. Pero, ¿cuáles son sus características más notorias? El “tigueraje intelectual” se manifiesta en una serie de prácticas que, aunque puedan parecer ingeniosas o creativas en algunos casos, suelen ser éticamente cuestionables. Ahora, en el intento de hacer una semiótica del comportamiento, entre las características más comunes que he podido registrar, se detallan a continuación.
Por ejemplo, la capacidad de “improvisación estratégica”. Los practicantes del “tigueraje intelectual” suelen valerse de la espontaneidad para salir airosos en discusiones o debates. Aunque no siempre dominan el tema en cuestión, recurren a frases rebuscadas, citas de autoridad descontextualizadas o discursos vagos, pero con apariencia de profundidad, para dar la impresión de conocimiento sólido.
Una segunda característica es el uso instrumental del conocimiento. Para el "tigre intelectual", este no es un fin en sí mismo, pero sí un medio para alcanzar ciertos objetivos personales como reconocimiento, prestigio o beneficios económicos. Dicha conducta puede incluir la apropiación indebida de ideas ajenas, la exageración de logros académicos o el "embellecimiento" de investigaciones incompletas.
Empero, el “tigre intelectual” es un sujeto que a veces se sale de la “media”: es ese quien es doctor o máster en un área; te escribe el libro, el artículo para periódico o revistas indexadas; gana un premio; imparte clases en la universidad o trabaja en el Estado. Además, es posible que sepa inglés y domine ciertas competencias tecnológicas. No obstante, todo es a fin de conseguir prebendas. En muchas ocasiones tiene delirios de grandeza, complejo de diva y fantasea con obtener un imperio; es un fiel manipulador del discurso o de las relaciones interpersonales.
En efecto, esto incluye el empleo de términos técnicos o jergas especializadas de manera innecesaria para confundir o intimidar al interlocutor, lo que puede crear una falsa percepción de autoridad intelectual. Pero hay carencia de rigor metodológico, porque el “tigueraje intelectual” suele evitar los procesos rigurosos de validación académica o científica. Por ejemplo, puede basarse en datos anecdóticos en lugar de investigaciones sólidas o citar fuentes sin verificar su veracidad o relevancia. Conozco el caso de uno de esos tigres que ganó un “prestigioso” premio nacional por escribir un libro de anécdotas y recuerdos, mientras había otros textos valiosos basados en investigación rigurosa. El tigre intelectual salió triunfante y airoso, con una carcajada malvada de esas que insinúan “jaja, me la comí”, pero cuando vi la mesa de honor compuesta por el jurado que lo seleccionó, inmediatamente me di cuenta, por quienes la componían, que se trataba de una estrategia más del clásico “tigueraje intelectual” dominicano.
Así las cosas, este sujeto solo se preocupa por la búsqueda de notoriedad. Muchas veces, el “tigueraje intelectual” está asociado con el deseo de sobresalir en los círculos académicos o culturales. Esto los lleva a involucrarse en controversias públicas, escribir artículos provocativos sin fundamento sólido o autopromocionarse de manera exagerada en redes sociales o medios de comunicación, creyéndose que son estrellas de cine, cantantes de rock o beldades en bikinis que exhiben sus exuberantes cuerpos en pantallas.
Hay que reconocer que, aunque el término puede ser subjetivo y depende del contexto cultural, algunos ejemplos concretos incluyen plagiar o parafrasear sin atribuir. Es decir, usar ideas ajenas como propias, a menudo reformulándolas lo suficiente como para evitar detección inmediata. Otro clásico ejemplo son las citas fuera de contexto. Referirse a autores reconocidos, pero alterando o reinterpretando sus palabras de forma que favorezcan una posición propia. Por esa razón, evitan el escrutinio académico, por la que a veces publican en foros de baja calidad o evitan revisiones por pares que puedan cuestionar la validez de sus argumentos.
Junto a esto hay que mencionar que el “tigueraje intelectual” exagera logros personales: presentarse como "experto" en múltiples áreas sin la formación o experiencia necesarias, hasta escribir temas arriesgados sin tener formación o estar capacitado para ello. No es casualidad que muchos de esos tigres escojan Amazon para realizar sus publicaciones, dado que la divulgación de un libro a través de una editora implica recursos propios y que estas evalúen el trabajo.
¿Qué implicaciones éticas arrastra esta práctica y qué impacto tiene en la sociedad dominicana?
Una de ellas es la pérdida de confianza hacia las producciones académicas. Este tipo de comportamiento socava la confianza en la comunidad intelectual, ya que distorsiona el propósito del conocimiento como una búsqueda honesta de verdad y comprensión. Recuerdo que a finales de los años ochenta e inicios de los noventa del siglo pasado, la poesía había perdido tanto crédito que a cualquier persona que hablaba disparate en algún espacio de la Zona Colonial le llamaban poeta en forma de burla. Y es que una partida de tigres se había enganchado a tan honorable y prestigiosa actividad que la desacreditaron. Hasta el punto de que uno de esos personajes impartió una conferencia acerca de un movimiento poético que había inventado y denominado con su propio apellido. Esto es tan solo un ejemplo, porque si nos vamos al mundo de la filosofía, su ejercicio en nuestro país, las muchas cosas que vemos están o para reírse o para morirse.
Otras consecuencias son los efectos en el sistema educativo y político. En estos contextos, el “tigueraje intelectual” puede desmotivar a estudiantes o investigadores jóvenes al promover una cultura de superficialidad en lugar de rigor académico. Por esa razón, reproduce desigualdades porque, al centrarse en la apariencia y el oportunismo, el “tigueraje intelectual” puede perpetuar estructuras de poder desiguales, ya que quienes tienen más acceso a plataformas de visibilidad (y menos escrúpulos) dominan los espacios de conocimiento.
¿Pero cuáles son las estrategias efectivas para contrarrestarlo? Combatir el “tigueraje intelectual” requiere un compromiso ético tanto a nivel individual como institucional. Lamentablemente, no funciona como una varita mágica, pero por lo menos puede ser el inicio de una nueva conciencia académica, de la cual propongo lo que sigue.
Fomentar el rigor académico. Es decir, implementar procesos estrictos de revisión por pares y evaluación de investigaciones o de argumentos que se ponen a circular en los espacios públicos. Asimismo, promover la transparencia con la intención de incentivar a los académicos a compartir datos, metodologías y fuentes de manera abierta.
Además de esto, algo que podemos hacer es fortalecer la educación ética. Incluir en los programas académicos una formación sólida sobre integridad intelectual y responsabilidad profesional. Igualmente, construir comunidades críticas para fomentar el debate informado y respetuoso, donde las ideas se evalúen por su mérito y no por la notoriedad de quien las expone.
Como reflexión final, solo me cabe decir que el “tigueraje intelectual” es un fenómeno que pone en tensión los valores fundamentales del ámbito académico y cultural. Aunque esta práctica puede parecer una estrategia efectiva en el corto plazo para quien la aplica, sus consecuencias a largo plazo pueden ser devastadoras para la credibilidad del conocimiento y la confianza en las instituciones educativas. En última instancia, el desafío es construir una cultura donde el rigor, la autenticidad y la ética sean los pilares del quehacer intelectual.