El profesor Juan Bosch solía decir que “el güirero no es músico”. Lo decía, como decía muchas cosas: en última instancia y sin derecho a réplica. Si acaso en alguna ocasión quiso endulzar esa afirmación, su sentencia quedó siendo objetos de debates entre músicos e intelectuales.
¿Es músico el güirero? Sin ser experto en la materia creo que sí, igual que el tamborero y el que toca las maracas; pero músicos elementales, de talento rítmico. Ejecutan a distancia del percusionista, formado conocedor del pentagrama. ¿Qué nos llega al oído en un concierto de güira y tambora, o solamente de tambora? Seguro que percibiríamos la música de gagá o de rituales del vudú, convocando espíritus protectores, de la procreación o de la guerra. En esas ceremonias, la lírica se compone de un par de oraciones, generalmente de invocación.
Esa música simple, hecha de sencillos instrumentos de percusión es un hallazgo usual de antropólogos en tribus primitivas y en pueblos del presente que permanecen en la retaguardia de la civilización. Entre ellos interpretan músicos parecidos al güirero y al tamborero. Pero aparecen luego instrumentos más sofisticados y la música se va haciendo compleja y sofisticada. Entonces, puede sonsacar melodías que llegan a los sentimientos propios del hombre civilizado.
Evolucionamos musicalmente y llegan los grandes maestros y sus trascendentes composiciones, interpretadas por músicos virtuosos. Del trío de güiro, tambora, y acordeón llegamos -incluso aquí- al cuarteto de cuerda, al concierto de piano, y a escuchar las sinfonías interpretadas por nuestros instrumentistas profesionales.
Si estudiamos la música, estudiamos la evolución de la inteligencia humana. Podemos decir que, a través de la historia, fueron los países de mejor música quienes más aportaron a la civilización. Sabemos que en Viena compuso Mozart, Beethoven, Strauss, Mahler y muchos más, a la vez que aportaban a la humanidad lumbreras en las ciencias, la psicología, la literatura y la pintura.
Lo que quiero decir con todo lo anterior, es que “por la música los conoceréis”, y que ahora tendríamos que sentir vergüenza de darnos a conocer por esa música nuestra que viaja por el mundo y desborda de público los estadios citadinos. Una música cercana a la del güirero y el tamborero, adornada de una variedad de instrumentos amplificados por la tecnología y ambientados por reflectores de colores. Música cuyas melodías son simples y elementales, repetitivas; hechas para quienes gustan de llevar su cerebro en huelga permanente. Son un llamado al movimiento repetitivo, a la contorsión que pretende avivar un erotismo rudimentario, similar al de las hordas degradadas de Sodoma y Gomorra.
Y si nos fijamos en las letras, quedamos convencidos de que son estribillos obscenos, que atraen multitudes de todas las clases sociales. Es la vuelta al primitivismo del tun tun. Ni siquiera es erotismo; es sexo para usarse igual que un trago de ron, una olida de cocaína, o una fumada de crack. El placer momentáneo e intrascendente que conduce a pasarlo bien por esa noche. Y al amanecer, a caer nuevamente en el vacio.
El sociólogo Melvin Mañón ha escrito una serie de artículos sobre las letras de esas canciones, que ayuda a entender – si es que queremos hacerlo – a donde hemos descendido musicalmente y hasta dónde llega la vulgaridad de esas composiciones. No importa que se llame expresión urbana, postmodernismo, rebelión de los desesperados, la juventud airada, o como se quiera nombrar; lo que oímos, leemos y vemos es vulgar, simple, inculto, y carente de cualquier mensaje que pueda asentarse como una autentica protesta social.
Un país sin música culta, sin jazz, sin enjundiosas canciones de protesta (que todavía se escuchan y existen, pero aquí no) y donde hace mucho la clase gobernante abandonó todo intento de educar y elevar la cultura de sus ciudadanos, tiende a la degradación.
Güireros soeces y tecnificados como Tokischa, y Bad Bunny no traerán otra cosa que un mayor primitivismo, delincuentes, narcotraficantes y, como viene sucediendo, el reino entre nosotros de promotores de Mami Jordan y docenas por el estilo.
Peor, a los que decimos estas cosas se nos tilda de viejos, clasistas, o “quedaos”. Nunca de personas que vemos en esos decadentes íconos de popularidad una razón más de nuestra continua desgracia cultural.