El pasado día 4, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) reconoció como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, la práctica y conocimientos de elaboración y consumo del casabe. Fue una propuesta inicial de República Dominicana, Haití, Cuba, Venezuela y Honduras.
El reconocimiento del casabe obliga al gobierno a revalorizar no solo el producto final de la yuca amarga, sus aportes a la economía nacional, local y la estabilidad familiar, sino también su valor histórico, cultural y nutricional.
Esa declaratoria de la UNESCO, debería generar una nueva mirada oficial hacia la revalorización del trabajo de las mujeres y los hombres que elaboran casabe, para la dignificación de sus condiciones de vida y trabajo
Porque el casabe no se hace solo. Para elaborarlo, todavía no cae el aguacero de yuca, deseado por Juan Luis Guerra. Necesitamos plantas, tiempo y tierra adecuadas; agua, manos laboriosas, financiamiento y mercado seguro para las agricultoras y agricultores. Sólo así tendremos la materia prima, que otras manos maravillosas convertirán en casabe.
Y es en esta etapa de la cadena de producción del casabe, donde entran en acción nuestras extraordinarias mujeres que, con sus laboriosas y encallecidas manos, elaboran nuestro ancestral pan.
Ellas son continuidad de nuestras aborígenes. Razón por la que sus aportes son mucho más que económicos: son históricos y culturales. Probablemente muchas de ellas no lo sepan, pero su trabajo y su casabe, tienen sabor y olor a resistencia anticolonialista, a soberanía y a libertad.
Necesitamos construir un nuevo relato histórico sobre el valor del casabe, partiendo de la premisa de que los pueblos originarios de este continente, tenían su versión del pan antes que la colonización europea, (desde el 1492) con la cruz y el garrote, provocaran el exterminio de la población originaria y saquearan nuestros recursos naturales.
Fue entonces, cuando españoles, franceses, ingleses y portugueses sustituyeron la yuca, el maíz y la quinua, por el trigo. Y con su dominio ideológico nos transformaron el paladar, y hasta lograron avergonzarnos de nuestras tradiciones alimenticias ancestrales.
Por eso, es tan importante para nuestros pueblos tal reconocimiento al casabe, su elaboración y consumo.
¡La permanencia del casabe, 533 años después del inicio del genocidio a nuestras razas, les dice a los imperios de antes y a los imperialismos de hoy, que con nuestros pueblos no pueden!
Nuestra admiración y respeto a esas trabajadoras casaberas, que las encontramos en Los Guaricanos de Villa Mella, en Monción, en Loma de Cabrera, en Malpae, (San Cristóbal), en San José de las Matas (Santiago), Iguana (Baní), Chacuey (Dajabón), en Sabana Grande de Boya, entre otras comunidades.
Por sus aportes a la economía y a nuestra identidad nacional, el reconocimiento de la UNESCO al casabe, debe expresarse más allá de las vistosas fotografías en las redes sociales, páginas especializadas de la gastronomía dominicana y del mundo turístico en general.
Falta pues que, con el sazonado crecimiento económico, las mujeres del casabe y sus familiares entren al mundo del desarrollo.