La asignación del 4% del PIB a la educación preuniversitaria comenzó en el 2013. Han pasado 10 años. En ese período, el sector ha recibido un monto superior al billón de pesos, y aunque se han registrado algunas mejoras, el impacto ha estado por debajo de las expectativas. Los datos arrojados por las pruebas nacionales revelan que en materias básicas: matemática, ciencias…, el país se halla firmemente posicionado en un pésimo lugar. Y es que en Educación han cachacheado las improvisaciones, opacidades e irregularidades en detrimento de los estudiantes y del país.

 

Una vez terminada la lucha en las calles, con sombrillas amarillas, con que se conquistó el 4%, la programación y ejecución presupuestaria quedaron a cargo de las autoridades de Educación. Ni corto ni perezoso, el ministerio entendió que se trataba de un presupuesto piñata, y le entró a saco a las crecientes partidas conquistadas.

 

Los gastos non sanctos, piedra de escándalo, imposible de justificar. ¿Lo importante? facturar. Indignante la quema de montañas de libros y útiles escolares que no llegaron a los estudiantes que los necesitaban. Súmanse trapisondas de variado jaez: pagos millonarios por obras no realizadas; concursos amañados, contratos con empresas editoras donde hasta un chofer aparece como autor de libros; el caso de los textos en formato digital; contratos “corbata”, las mochilas de Lucía Medina, etc. etc..

 

Pese a la depredación, mal que bien se registra cierto progreso en la construcción de planteles, estancias infantiles, retribución salarial y el desayuno escolar. ¿Y qué decir de la calificación de los docentes? Que atada a la escolástica, no logra cubrir las pudendas. Las exhibe sin decoro. En la crisis de histeria colectiva (casos de las escuelas Ernesto González Lachapell, en Baní, y Benerito, en la provincia La Altagracia), la “solución” aportada por la escuela incluyó “jornadas de oración” para “alejar los espíritus malignos”.

 

Claro que hay culpables. Las religiones abrahámicas: judía, cristiana y musulmana buscan la sumisión social al socaire de fábulas antiquísimas vertebradas durante la niñez del pensamiento especulativo y la división social del trabajo.

 

No quieren ni pueden admitir que el Diablo, Satán, Lucifer… es una entidad mítica, unida a Dios como el día a la noche. Que el uno no existe sin el otro, porque son opuestos inmanentes, en unidad y lucha. Criados al calor del temor al Diablo, es hasta normal que niños y jóvenes lo “vean”.

 

La mitología satánica, con la que los religiosos atemorizan y chantajean, entierra sus raíces en la bruma de los siglos y milenios. Se detecta en las enseñanzas milenarias de Zoroastro (Zaratustra), profeta legendario de la antigua Persia. De aquí las tomarían los judíos durante su cautiverio en Babilonia.

 

Los docentes dominicanos, “educados” por la Biblia, asumen como válida la mitología retransmitida por la “palabra de Dios”, que a su vez la habría recibido del zoroastrismo. En el Nuevo Testamento, el dios Cristo aparece sacando infinitos demonios a endemoniados, lo que, como fábula, bien puede entenderse, en razón del escaso desarrollo de la ciencia, dos milenios atrás.

 

Validar hoy el papel de agentes religiosos en la “solución” sobrenatural de fenómenos psicosociales, que las ciencias han explicado y curado, no debería tener cabida en una escuela que se precisa alejada de la superstición.

 

Los docentes no tienen que renunciar a sus creencias religiosas, pero deben salir rezados de su casa, o hacerlo en la iglesia. ¿qué puede hacer el 4%…, en un país donde runfla de creyentes aboga porque se lea la Biblia en las escuelas, ignorando que se trata de un texto, aunque venerado, rico en truculencias y extravagancias?

 

Lo que se reclama es que no se use la escuela para promover antiguallas, perjudiciales al libre desarrollo del intelecto juvenil. Lo que se reclama es que sea la ciencia (con ayuda del 4%), únicamente la ciencia, y no la superstición religiosa, quien exponga las razones (y remedios) por las cuales hay estudiantes que dicen ver el Diablo….

¡Dixi et salvavi animam mea!