“La complejidad emocional es como la espuma de un río. La producen los obstáculos que rompen el flujo uniforme de la corriente. Pero si las energías vitales no encuentran obstáculos, no se produce ni una ondulación en la superficie, y su fuerza pasa inadvertida al que no sea observador”. -Bertrand Russell-.
En una sucesión de misivas entre el padre del psicoanálisis, Freud, y Einstein, surgió del segundo una interrogante que me parece interesante parafrasear y plantear, justo ahora que nuestro país se sumerge en la desgracia provocada por una secuencia de hechos en donde la violencia, se torna protagonista y campea a sus anchas por todos los estratos sociales dejando a su paso miedo, confusión y dolor. ¿Hay alguna manera de liberar a los dominicanos de la fatalidad de la violencia? La respuesta es aún más compleja que la pregunta, pero sin dudas, habrá que buscar una vía adecuada para llegar a una conclusión definitiva sobre el particular.
La frágil interpretación que desde nuestra aprehensión limitada, empírica y superficial, pudiéramos expresar sobre el comportamiento humano, desde la cual pretendemos evaluar el accionar del hombre a partir de los eventos en donde se ausenta la razón, jamás será suficiente para el abordaje de una realidad que, pudiera ser mutable, pero se presenta como si fuera eterno y perturba la paz de un pueblo compuesto de gente cuya marca distintiva y representativa es el trato afable, solidario y amistoso a los demás.
La violencia en sus múltiples manifestaciones, siempre se ha ensañado con más fuerza en perjuicio del hombre o mujer de paz. Sus hilos tejen una maraña de dudas y muestran la profundidad de carencias humanas expresadas a través de la ira. Saca a flote lo peor de individuos influidos por deseos non-santos, que acuden a ella, la violencia, como única vía para solucionar conflictos, a veces apartados en los recovecos de las conciencias turbias e indecorosas del hombre artificial, guiados por la insatisfacción que produce la no adquisición de beneficios materiales.
Mi intervención pseudocientífica, no es, ni será suficiente para definir un panorama difuso y recurrente en cada rincón de mi país. No tiene base epistemológica y tampoco es el resultado de investigaciones metodológicas rigurosas. Sin embargo, podría ser un alerta para activar a los entendidos en la materia sobre la necesidad de elaborar un plan integral que nos permita, como nación, establecer los mecanismos mínimos de convivencia pacífica, sustentada en intervenciones oportunas.
La violencia pudiera ser la respuesta al cúmulo de situaciones traumáticas reprimidas. Quizá el mecanismo involutivo modelado, absorbido y aprendido por gente de frágil personalidad y de carácter inestable con el que una parte de la humanidad ha decidido resolver heridas internas o espíritu-emocionales con la necesidad de escapar abruptamente de duelos no resueltos en la infancia o en cualquier otra etapa de la vida. Pero sus efectos, siempre resultan nocivos para quien la recibe, el que la aplica y la sociedad en general.
Es el Estado, y no el gobierno, que teniendo la fuerza normativa para reeditar las pautas sobre las que se cimentan las relaciones humanas, con vocación para enderezar el curso de esta situación temporal, pero desastrosa, el ente sobre el que recae la obligación de ir desarrollando políticas públicas permanentes que, aplicadas a corto, mediano y largo plazo, detecten y modulen las conductas inadaptadas de aquellos ciudadanos que usan la fuerza como respuesta inmediata a eventos en los que la vida les arroja resultados inesperados.
Determinar a simple vista la capacidad de dañar a otros o a sí mismos que tiene una persona X es como atinar varias veces a los números de la lotería. Y, atendiendo a lo dicho por Russell, sobre las emociones, entendemos que el hombre violento, para citar el género, como el río –su fuerza pasa inadvertida al que no sea observador-, y, para tales efectos cabe la urgencia de crear una unidad que ventile las miserias ocultas en todos nosotros y procure con respuestas de Estado, eliminar la posibilidad de convertirnos en victimarios de inocentes. Con la fe puesta en el amor que nos une, para erradicar todo aquello que nos convierte en individuos violentos. En conclusión, se puede erradicar la violencia.