Con el pasar de los días me estoy dando cuenta de que parece que Joan Manuel Serrat se inspiró en mí para escribir su canción Penélope.

Hace muchísimos años mi mamá me hizo un regalo de cumpleaños y con mucho ceremonial me dijo que le había costado “cien pesos”, me reí y le dije “pero mamá, cien pesos no dan para nada”.

Actualmente un regalo para mi hijo me costó mil, yo muy oronda le dije al igual que mi mamá lo que me había costado. Mi hijo también se rió. Mami, pero mil pesos no dan para nada.

Todo me lo encuentro caro. Si voy al supermercado salgo con tres funditas y un pago de cinco mil pesos.

Quería hacer unos polvorones y la fundita de nueces costaban seiscientos pesos. Aborté la idea. Cada postre que invento para hacer regalos me sale por “un ojo de la cara”.

Me encanta inventar en la cocina.

Mi gran ilusión ha sido hacer panes. El jueves pasado me levanté con los panes en la cabeza. Abrí YouTube, busqué un tutorial y tan fácil que se veía y el resultado final, una maravilla. Me puse manos a la obra, pero parece que ahí no está mi especialidad. Los panes que hice se veían de lo más bien, aunque no parecido al del tutorial. Los probé, duuuuros por fuera y melcochosos por dentro.  ¡Qué decepción! Ahí terminó mi carrera de panadera. Lo mejor hubiera sido ir a una panadería y no confiar en esa aplicación.

Cuando por casualidad escucho algo de radio no encuentro música que me agrade, todo es un tun tun tun y una letra que no entiendo, bueno, sí entiendo, pero hace que “etaque” los ojos ante tanta vulgaridad.

Si por casualidad voy de visita a alguna casa, encuentro a todos con celular en mano y aunque le ponen “asunto” a uno, se nota el nerviosismo con cada aviso que suena. Tengo una amiga que fue de visita a una casa, al sentarse en la sala, todos con un celular, ella con mucha gracia le dijo si no tenían uno que le prestaran para ella también estar a tono.

A veces tengo miedo de perder la palabra, porque nadie conversa, ni siquiera por teléfono. A todos les gusta escribir por el dichoso celular, que, dicho sea de paso, ha sido el peor invento que he visto.

Estoy preocupada porque veo que todo va muy rápido y cada día hay algo nuevo y yo como que no avanzo.

A mi hermana uno de mis sobrinos le regaló un aparatico, yo no lo he visto y estaba tan asustada con el mismo que hice que ella lo retratara y me lo enviara, porque por más que me explicaba, no entendía y oigan esto, ella le habla y le pide música, dizque le dice “Alexa, ponme tal ópera”, otro sobrino le dice que ladre y el aparatico ladra.

Mi hijo en su carro le dice a un tablero, “llamar a mami” y éste le contesta, “llamando a mami”.

En estos días mi hermana cumplió años y nos reunimos a cenar. En una conversación mi hijo le comentaba a uno de sus primos sobre una conferencia, a mí, mi hijo menor me ha puesto “Papa Molina” dizque porque me gusta dirigirlo todo, aunque también me gusta participar de las conversaciones, pues yo por dármela de actualizada hablé de un “estremin”, no sé lo que es, pero tanto mi sobrino como su esposa le dieron validez a mi participación.

Esos avances me están asustando. Porque si quería escuchar algo, prendía un radio y buscaba lo que quería. Para llamar por teléfono levantaba el auricular y marcaba por un disco. Si quería hacer una receta de cocina buscaba en un libro y me salía bien, pero todos estos avances me tienen perdida.

Pa colmo, estoy perdiendo la facultad de escribir. Un médico me queda chiquito porque me he acostumbrado a escribir en este aparato, y ya no manejo el lápiz con la destreza que lo hacía.

Tengo que dar testimonio de que este aparato es una comodidad porque cuando comencé a escribir en máquina, primero era tecleando, usando una cinta roja y negra que manchaba todos los dedos. Después pasé a la eléctrica que tenía un carrete que se insertaba y para borrar se usaban unas tiritas o un corrector, pero actualmente, si al escribir uno se equivoca solo hay que darle para atrás y listo.

Creo que me quedé sentada en el andén, no le he podido caer detrás a los adelantos.

Aunque pensándolo bien, hace ya mucho tiempo que voy al final de la cola, porque estando en Chile, hace unos veinte y tantos años, visité un lugar y vine maravillada contando lo que había visto y esto, que no fue en Santiago, sino al norte en una ciudad en la región de Atacama. En un café conocí algo que sonaba la música, en una pantalla iban poniendo la letra y a quien le gustaba cantar, cantaba, aunque no supiera, porque alguien aquí dijo que quien más desentona es quien más le gusta hacer gala de su voz.  Cuando le comenté a mi hijo sobre mi gran descubrimiento y ante mi asombro, me dijo que eso se llama karaoke, antes le había comentado a mi amiga Luchy sobre eso tan maravilloso, ella también me dijo que aquí había uno en Unicentro Plaza. Me quedé con la cara larga.

El quedarme atrá no es de ahora, hace ya demasiado tiempo que estoy en ese lugar.