Con alta frecuencia escuchamos hablar del “déficit de atención” como uno de esos males de la modernidad. Hay, incluso, quien suele decir: “eso siempre ha existido, pero ahora a todo le andan poniendo nombres modernos”.
Lo que quizás no nos hayamos planteado objetivamente es determinar si lo que ahora abunda es déficit de atención o exceso de estímulos. Y planteárselo tiene su lógica porque entre estímulos y atención se da una relación inversamente proporcional.
A mediados del siglo pasado, un economista y psicólogo afirmó que la abundancia de información genera escasez de atención. El planteamiento de Herbert A. Simon es resumido en su frase: “La riqueza de información genera pobreza de atención”.
A este hombre se le considera pionero en hablar sobre “economía de la atención”. Así anunciaba Simon un mundo en el que, cuanta más información esté disponible, más difícil será para las personas concentrarse en un solo mensaje. Él lo anunció cuando todavía no se había difundido internet, mucho menos las plataformas digitales, redes sociales y servicios de entretenimiento en línea.
Ya para 1997, Michael H. Goldhaber planteó que la economía de la atención sería una fuerza dominante en la sociedad de la información. Tim Wu, experto en derecho antimonopolio, tecnológico y de las comunicaciones, en su libro “The Attention Merchants” (2016), describió cómo las empresas compiten por la atención del público a través de estrategias de marketing, publicidad y diseño persuasivo. Shoshana Zuboff, maestra emérita de Harvard, en “La era del capitalismo de la vigilancia” (2019), vincula la economía de la atención con el capitalismo de la vigilancia, destacando la explotación comercial de los datos generados por la interacción de los usuarios.
La esencia del asunto está en que la atención humana es finita y limitada. Ya sabemos que hay quienes pueden atender a varias tareas simultáneamente (dicen por ahí que sin hacer ninguna bien), mientras hay quien no puede masticar chicle mientras camina porque se muerde la lengua. Pero el asunto es que, de modo general, la atención de una persona está restringida por factores fisiológicos, psicológicos y temporales.
Por eso no es casualidad que plataformas como YouTube, Facebook, TikTok, X e Instagram monetizan la atención mediante la publicidad. Cuanto más tiempo permanezca un usuario en la plataforma, más oportunidades existen para mostrar anuncios, lo que genera ingresos para la empresa. Por eso es tan común que a un texto “persuasivo” le siga la frase “detalles en el enlace del primer comentario”. Y cuando no nos invaden con publicidad, entonces usan ese tiempo para conocer qué nos interesa.
La trampa es completada por algoritmos que personalizan los contenidos para cada usuario. Esta personalización se basa en sus interacciones previas, lo que incrementa la probabilidad de que la gente permanezca más tiempo en la plataforma. También aplican principios de psicología conductual, como la recompensa variable (notificaciones, “likes” o actualizaciones impredecibles), que estimulan el comportamiento adictivo.
Lo más terrible de todo este entramado es que lo justifican diciendo que así se genera la creación de nuevos modelos de negocios, acceso gratuito a contenidos y hasta que impulsa la creatividad y la innovación en la creación de contenidos.
Pero ¿a qué precio? Sencillamente lo pagamos con problemas mentales que cada vez son más frecuentes y graves. Con técnicas y contenidos cada vez más emocionales, impactantes o polémicos siguen en acelerada expansión males como la ansiedad, el estrés y diversas formas de adicción. Incluso, la búsqueda constante de validación mediante “likes” y comentarios ha sido relacionada con la baja autoestima y la depresión, especialmente en adolescentes.
A eso hay que sumar la casi imposibilidad para lograr concentración y aprendizaje profundo. Y también la incidencia de los discursos de odio que cada vez influyen más en la opinión pública y las decisiones electorales.
En definitiva, hace pocos años que algunas personas, principalmente en etapa infantil, mostraban manifestaciones de déficit de atención. Ahora vivimos una etapa en la que cada vez menos personas son capaces de poner y mantener atención.
Comenzaron con entretenimiento, a lo “pan y circo”. Pero ya, quienes lo quieren todo, con argucias, van logrando que, “mareados” por tantos estímulos, ni siquiera reparemos en a qué necesitamos poner atención.