En las democracias realmente existentes, en estas frías, aburridas, grises y tristes democracias en que muchos países vivimos, es frecuente, por cualquier quítame esa paja, atentatorio o no contra la democracia, quejarnos de que vivimos en dictadura. Pero la prueba clave para saber si se vive o no en democracia es apreciar si hay elecciones periódicas, con participación de la oposición -y no inhabilitación o prohibición de esta-, con más o menos transparencia electoral, y con más o menos respeto de los derechos y libertades de los ciudadanos y habitantes del territorio.
Lo antes dicho no nos debe conducir a dormirnos en los laureles y a la superficial autosatisfacción. No. Muy por el contrario: las democracias más sólidas son aquellas en que hay una ciudadanía alerta y despierta contra los fantasmas del autoritarismo, la que se presenta allí donde la memoria histórica de las dictaduras puras y duras está presente. Por eso, hay que garantizar efectivamente las libertades de expresión y manifestación, el derecho a la protesta, que, como afirma Roberto Gargarella, es el “primer derecho”, porque garantiza los demás derechos, en especial, el “derecho a tener derechos” del que nos hablaba Hannah Arendt.
Cuando observamos los retrocesos y las amenazas autoritarias incluso en los países del mal llamado “Primer Mundo” nos damos cuenta de que, como bien afirma Fernando Mires, “probablemente la tarea del futuro para los demócratas ya no será profundizar la democracia, como hasta ahora lo venían haciendo, sino la de mantener vivo el ideal democrático bajo condiciones no y anti-democráticas. Eso quiere decir: la hora democrática ofensiva está terminando en gran parte del occidente político. Por el contrario, ha llegado la hora defensiva, la de la resistencia democrática”.
Defender la democracia es entonces la tarea fundamental de la ciudadanía. No es tarea fácil. Además, en palabras de Adam Przeworski, es “tarea interminable”. Y lo más importante: “Defender la democracia requiere algo más que oponerse a lo que hagan los gobiernos. Para imbuir a la democracia de sus valores, la oposición debe ser algo más que una expresión de ira. Debe ofrecer un programa positivo que atraiga al menos a algunos votantes que están dispuestos a tolerar transgresiones de la democracia porque encuentran atractivo al actual mandatario. Defender la democracia requiere un programa positivo y con visión de futuro para reformarla”.
La defensa de la democracia requiere, para decirlo junto con Timothy Snyder, un “compromiso existencial cotidiano”. Y es que “la democracia no es algo que podamos dar por sentado. Siempre ha sido una situación excepcional. Siempre requiere una reflexión constante, una autorreflexión. Si no reflexionamos sobre nosotros mismos, no tendremos democracia. La naturaleza de la democracia es que somos capaces de autocorregirnos. Pero si pensamos que la democracia es un proceso que sobrevive por sí solo, entonces ya nos hemos olvidado de lo que se trata, que es de autocorregirse”.
Defender la democracia implica entonces también construirla día a día. Como bien señala Mibelis Acevedo, “cabe recordar advertencias como la que en 1951 ya hacía el historiador y periodista británico, Edward H. Carr: ‘hablar hoy de la defensa de la democracia como si estuviéramos defendiendo algo que conocemos es un autoengaño (…) nos acercaríamos al objetivo si habláramos de la necesidad no de defender la democracia, sino de crearla’”.