En estos días vi y escuché un reels que me encantó, una hermosa mujer que por el tono de voz debe ser puertorriqueña, se declaraba injodible. Y lo decía de esta manera:
“Mi mayor meta en la vida es ser injodible. Es tener ese nivel de tranquilidad que te permite disfrutar de un tapón de dos horas con todo y cortes de pastelillo… mientras la gente pierde la cabeza por algo que no pueden cambiar. Imagínate tú ahí, en medio del caos, con tu música favorita, cantándola a todo pulmón, disfrutando, activando tus hormonas de la felicidad, mientras a tu alrededor la mayoría se llena de ira, de impaciencia, de estrés, de cortisol, se enferman. Pero tú, INJODIBLE. Ser injodible es un acto de amor propio donde ponemos nuestra paz por encima de todo aquello que no podemos controlar. Porque si la vida es un juego del que no tenemos control, ser injodible, es nuestra mayor rebelión”.
Sentarse a leer, ver y escuchar las noticias nacionales e internacionales que se difunden a diario, se constituye hoy en un acto de alto riesgo que nos coloca ante el abismo no solo de la incertidumbre, sino de la anomia, de la normalización de la estupidez, del desinterés total por todo y por todos.
Vivimos en un mundo altamente jodible, que continuamente nos dispara la testosterona y el cortisol, hormonas de la agresividad, sobre todo de quienes han vivido en un ambiente de autoritarismo familiar o social, y que no han aprendido otras maneras de lidiar en la vida.
Los cambios repentimos del humor, como el desasosiego, la irritabilidad, irrumpen inesperadamente ante tantas situaciones que sobrepasan nuestros límites de la paciencia y así, llegas a tu trabajo, a la universidad o a donde quiera que alguna responsabilidad o compromiso te lleve con un cierto estado de nerviosismo.
Las señales andan por doquier. En la casa, la calle, el trabajo, como incluso en los lugares de diversión, nuestros estados mentales parecen que funcionan para hacernos la vida más fastidiosa y difícil, soslayando nuestro bienestar y nuestra felicidad, con consecuencias incluso a nivel cerebral, con una especie de fatiga prefrontal.
¿Y es que vale la pena vivir así, a costa de la salud y hasta la vida misma? Las demandas constantes que nos trae la vida y la cotidianidad, más que para prolongar la vida y disfrutarla plenamente, parecen estar destinadas más bien a acortarla, y si no, hacerla jodidamente invivible.
Quizás un poco de estoicismo nos ayudaría a afrontar la vida y sobrevivir en el intento, generando los mecanismos que nos permitan encontrar la calma interior, a pesar de los desasosiegos y situaciones de irritación con las que nos enfrentamos a diario y de manera constante.
Si ser INJODIBLE es un acto de amor propio, como condición de la preservación de la salud y el bienestar, me declaro pues injodible. Y quizás fuera necesario tener como meta ser jodidamente injodible. Todos somos responsables de nuestra propia salud, pero también de contribuir con la salud del otro.
En una talabartería a la cual acudo con cierta frecuencia y que está al frente de ella un amigo de la infancia, hay un mensaje grabado en madera, que a propósito dice: “No te preguntes si eres feliz, mejor pregúntate sin son felices los que viven contigo”. Quizás podamos ser entonces jodidamente injodible por partida doble.
No permitamos que la intolerancia, la arrogancia, la falta de solidaridad, la actitud de “me estoy buscando lo mío y eso es lo que cuenta”, el colocar mis derechos por encima de los derechos de los demás, el solo mirar el mundo desde su propio ombligo, nos obnubile y nos impida mantener la esperanza como principio.
Sigamos insistiendo desde todos los frentes en los que hacemos acto de presencia de que es posible “un cielo nuevo y una nueva tierra”. Que no es verdad que estamos condenados a aguantar y a soportar a quienes pretenden hacernos la vida jodidamente imposible.
Hagamos de nuestra vida, con todo lo que ella trae, un espacio de bienestar y felicidad para los demás y, por consecuencia, para nosotros mismos. Encontremos paz donde hay desasosiego; demos besos y abrazos donde la esperanza parece desaparecer; seamos jodidamente injodibles, cuando todo parece desfallecer.
Seamos jodidamente soñadores, pues solo así, seremos capaces de alcanzar lo que anhelamos. No dejemos que quienes viven de la diatriba como de la mentira, el embuste y la falsedad, como única manera de hacer valer sus formas retorcidas de pensar, se salgan con la suya.
Asumamos radicalmente aquel discurso pronunciado a viva voz por Martin Luther King: “Yo tengo un sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada y toda la carne la verá al unísono”.
Te invito, pues, a ti también a ser jodidamente injodible y, de esa manera, juntos, apostar por una nueva sociedad y una nueva vida.