Decepción es pesar causado por un desengaño. Toda decepción tiene consecuencias de amargura, dolor, resentimiento, sentido de abandono, traición, reproche, actitud altanera, corazón vanidoso, y puede ser tomado con ligereza y pronto olvidado. Sin embargo, hay casos en que la congoja se prolonga y crece de manera solapada, pero permanente.
Ser decepcionado por la actitud de una persona o entidad en quien se tenía confianza y positiva esperanza puede ser tomado por leve y pasajero; mas, hay casos en que se congela el resentimiento que crece y se prolonga la angustia por largo tiempo. Puede incentivar un creciente efecto de venganza cautelosa durante largo tiempo, y de manera inesperada, se desenlaza con violencia jamás sospechada, premeditada o esperada.
En las Santas Escrituras hay algunos ejemplos de decepciones sufridas por personas o grupos como es el caso citado en Proverbios 13: 12: “Esperanza frustrada, corazón afligido”, o por el dicho del patriarca Job 30:26: “Yo esperaba la felicidad y vino la desdicha; y por otro lado, la exclamación de Jeremías 15:18: “Mi dolor no termina nunca”.
A veces suceden casos inesperados que se contraponen a la normativa de las virtudes que deben ser desplegadas por personas sensatas y coherentes con los principios normales esperados. Hay casos que acontecen de manera repentina por individuos que se suponía eran sensatos, de mentes sanas y de emociones equilibradas.
Un ejemplo clásico de “un dolor que no termina”, es la narrativa que se ofrece a continuación, intitulada: “La inesperada venganza del carpintero”. Es un relato que se contrasta a la amonestación del Señor Dios, quien dijo: “a mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré.” Este era un dicho muy repetido en el pueblo hebreo. El apóstol Pablo, así como el autor de la Carta a los hebreos, citan respectivamente esta admonición en Romanos 12:19, y Hebreos 10:30. He aquí el relato: En siglos pasados había un rey muy rico pero gruñón. En cierta ocasión hizo venir a un joven carpintero para hacer una reparación al palacio. El monarca tenía una hija. Esta princesa y el carpintero se enamoraron; pero, esto le disgustó mucho al padre de la joven y echó del palacio al trabajador de la madera. El resignado vasallo salió del palacio, y fue impedido de ver a su enamorada, la hija del rey.
Sin embargo, con persistente trabajo y estudios, el carpintero se hizo arquitecto y llegó a ser un destacado profesional. Pasados muchos años, el rey volvió a invitar al carpintero de ayer, hecho ahora un famoso arquitecto; le encomendó construir un palacio con todas las comodidades y suntuosidades de la época. El arquitecto preparó y presentó al monarca su más primoroso diseño arquitectónico; el soberano lo aprobó, y le hizo saber al profesional que había suficientes recursos para construir el proyecto. La nueva residencia palaciega fue construida. Era una moderna y magnífica estructura que sobresalía majestuosamente en las colinas del pueblo. Llegó el día para bendecir e inaugurar la nueva mansión. El gobernante invitó al cuerpo diplomático, la crema y nata de la sociedad y al alto dirigente religioso para bendecir el local.
Después del acto religioso, el monarca hizo un brindis y se expresó diciendo: “hago un brindis por esta magnífica obra arquitectónica, que es la más grandiosa edificación del imperio”; continuó diciendo: “he tomado la decisión de dar la mano de mi hija en matrimonio al magnífico arquitecto. Este palacio es mi regalo de bodas”. La princesa estaba ya entrada en edad: era una “jamona.”
Cuando el despreciado carpintero de ayer, vuelto un famoso arquitecto ahora, oyó la declarada oferta del rey, se puso nervioso, pidió la palabra, y compungido, dijo lo siguiente: “vamos a salir de aquí, porque construí este edificio con malas intenciones para vengarme del rey por su menosprecio, al no permitir los amores de su hija conmigo, cuando yo era un joven carpintero”. “Salgamos de aquí, pues esto se puede derrumbar en cualquier momento, porque la zapata no tiene suficiente profundidad, las columnas son frágiles, el techo es como cáscara de huevo; en fin, cualquier temblor de tierra o viento recio, puede hacer caer esta edificación.”
La construcción era una belleza, pero una trampa de venganza para el mismo carpintero, quien ahora es un distinguido arquitecto que años atrás fue agraviado por el despótico rey, quien lo decepcionó.
El carpintero, quien se afanó para llegar a ser un destacado arquitecto, fue un hombre resentido, vengativo, carente de humildad, y privado de espiritualidad. Vivió años en lamentable morbo, terminó de manera deplorable por su vil pensamiento y funesta acción vengativa. De veras, es a Dios a quien le corresponde tomar acción, para que no suceda como en el caso de “la inesperada venganza del carpintero.”