La esencia innegable de todo político es la aspiración a un cargo público, ya sea por designación o por elección popular. Sin embargo, cuando estas aspiraciones se presentan en momentos inadecuados, pueden desencadenar una serie de problemas que afectan no solo la estabilidad interna de los partidos, sino también el desarrollo económico y social del país.
Un claro error estratégico fue el anuncio del presidente de la república, Luis Abinader, al iniciar su segundo mandato, donde afirmó que no se postularía nuevamente a la presidencia. Aunque la constitución ya lo inhabilitaba automáticamente, su insistencia en aclarar lo que era evidente abrió la "caja de Pandora" de las aspiraciones a destiempo, un proceso que podría impactar negativamente su gobierno y al país en su conjunto.
Una de las principales causas de estas aspiraciones políticas desincronizadas es la ambición personal de los funcionarios y militantes. En muchos casos, el deseo de alcanzar posiciones de poder o reconocimiento puede llevar a decisiones que priorizan intereses individuales por encima del bienestar colectivo. Esta ambición se ve exacerbada por el descontento social, donde la insatisfacción con las condiciones económicas o políticas puede incitar a ciertos grupos a exigir cambios radicales sin considerar las implicaciones de sus acciones.
No es un secreto para nadie, que un funcionario con aspiraciones presidenciales, y que ocupa un cargo público, busca ganarse el apoyo de los dirigentes. Sin embargo, como parte de la conformación de los equipos de trabajo, pudieran realizarse procesos y otorgarse facilidades que, a la larga, perjudican no solo al funcionario, sino también a la institución, a las políticas gubernamentales, al presidente y, en última instancia, al país.
La inestabilidad política generada por luchas de poder puede desincentivar tanto la inversión nacional como la extranjera, afectando así el crecimiento económico. La incertidumbre que rodea un entorno político conflictivo, donde el presidente, a partir del próximo cuatrienio, no podrá nombrar ni decidir, lleva a funcionarios y militantes a buscar un nuevo padrinazgo que asegure su permanencia en el poder, desviando la atención de los objetivos gubernamentales por la distracción que genera la incertidumbre.
La avalancha de aspiraciones a destiempo no se limita al partido en el poder; también se observa en los partidos de oposición, distrayendo a su liderazgo e impidiendo que realicen una oposición constructiva en beneficio del país.
Cuando los ciudadanos perciben que los funcionarios en estos procesos de aspiraciones extemporáneas actúan por intereses propios en lugar de por el bien común, la legitimidad del sistema político se ve comprometida, pudiendo traducirse en un menor compromiso cívico, desmotivando a los ciudadanos a participar en procesos electorales o en la vida política del país.
En medio de esta situación, se encuentra el pueblo, especialmente las clases más desfavorecidas, quienes ven en el populismo y el clientelismo una solución momentánea para llevar el pan a su mesa, aunque sea a costa de hipotecar el futuro de sus descendencias. Solo nos queda preguntar: ¡Oh, y ahora, quién podrá defendernos! Con la esperanza de que aparezca algún "Chapulín Colorado" que no tenga nada que perder y que ponga el cascabel al gato, para ver si finalmente logramos dejar de patinar en lo seco y se brindan soluciones reales por el bien de la nación.