1.- Toda una serie de características están unidas a la persona, dependiendo la organización social que ha determinado su conducta. La individualidad y el carácter de cada quien lo lleva a manifestarse en una u otra forma, lo que al final permite ubicar su idiosincrasia.
2.- Una sociedad dominada por el individualismo, genera personas de comportamiento egoísta, de falsía, mezquindad y codicia y, por tanto, sin formación ni base ideológica para compartir sinceramente con otras, formadas en la solidaridad, la generosidad y el altruismo.
3.- El comportamiento de las personas no se transmite de manera fiel de los progenitores a sus descendientes; hay que tomar en cuenta la naturaleza de la conducta humana influenciada por el medio circundante.
4.- Se advierte con suma facilidad en el quehacer diario el predominio del medio social, en la manifestación del comportamiento de los dominicanos y dominicanas, expresado en los cambios de su carácter con relación a criterios tales como el amor, la fidelidad, la bondad, la sinceridad, la franqueza, etc.
5.- En una sociedad en la cual no se difunde la solidaridad y el respeto mutuo; la identificación de los miembros de la comunidad con los valores que hacen posible la elevación de virtudes como la honradez, la integridad y la dignidad, de seguro que van a predominar las prácticas corruptas, la vileza, la bajeza, y todo lo disoluto y crapuloso.
6.- Poco a poco, como si nada, lentamente, despacio, el ambiente nacional se está haciendo difícil en sentido general, pero especialmente en la convivencia, la comprensión y la coexistencia armoniosa en el diario vivir, porque se han dejado tragar por la antipatía y la intolerancia. Avenirse, confraternizar no está en el código mental de muchos de los nuestros.
7.- Esa parte bonita del ser humana, la que motiva e impulsa a la cordialidad, se está haciendo difícil de verla en el proceder de la generalidad del ente social de ahora. Ponerse de acuerdo y entenderse ya resulta algo excepcional.
8.- Por lo visto, las desavenencias, la desunión y las pugnas agraviantes han superado por mucho todo lo que significa camaradería y pacto tácito recíproco de cariño. El artero está sobresaliendo porque ha hecho alianza impúdica con el simulador, lo que hace posible la escasez de la persona leal y verdadera por entero.
9.- Ese proceder feo que observamos en algunos de nuestros coterráneos es el mismo que exhiben aquellos que se comportan pobres de originalidad, demostrando así que nunca fueron verdaderos, que permanecieron escasos de autenticidad.
10.- Maltratar, causar daños a otros con palabras y expresiones que hieren anímicamente, es algo ya común en la línea de los que entre nosotros disfrutan lastimando. Hacer ultraje es un vicio ejecutado por amplios segmentos de la sociedad dominicana.
11.- La vejación se ha convertido en una diversión para quienes no reúnen condiciones para honrar, respetar y mucho menos ensalzar. Encomiar a los meritorios no cuenta, lo que prima es rebajarlos, degradarlos para que sufran.
12.- En lugar de la calidad de cordial o afectuoso, aquí algunos gozan con pavonearse, vivir fanfarroneando las impertinencias que les caracterizan su pesadez.
13.- En una sociedad humana cualquiera, la falta de afecto no debe guiar los sentimientos, porque el desamor solo trae la indiferencia. El desapego que se observa en el medio social dominicano ha penetrado profundamente en el proceder de aquellos que creen que es mejor vivir en un ambiente con frialdad y descariño.
14.- La conversación agradable, la charla que une y el coloquio para resaltar episodios bonitos, ya no se dan. Por el contrario, las tertulias se han convertido en encuentros en los cuales están de por medio las expresiones que hieren y los términos que separan.
15.- La coexistencia basada en la fraternidad se ha hecho engorrosa, molesta, porque está predominando el lenguaje ofensivo, vejatorio, en procura de la humillación gratuita.
16.- El ser humano no está formado para, permanentemente, mantener una relación de tirantez como parece ser que es lo que le gusta a muchos de nuestros paisanos que hacen de la hostilidad una existencia placentera.