El voto tuvo dificultad de participación en su origen en la Roma antigua, lo mismo que en la Francia revolucionaria de 1789, en la que era censitario, masculino y estaba reservado para quienes disfrutaban de instrucción, renta y clase social, hasta las primeras décadas del siglo XX, que se extendió a la mujer y adquirió la categoría relativa de sufragio universal.
Para el pensador Pierre Rosanvallon, el voto universal fue el trascendental acontecimiento que consagró al ciudadano, al imponerse la ecuación: “Un hombre, una voz”. Es decir, la igualdad frente a la urna electoral como la primera condición de la democracia.
Sin embargo, después de siglos de lucha por el voto universal, ahora, paradójicamente, son los ciudadanos, en un porcentaje relativamente considerable, quienes deciden no ejercer el sufragio para elegir a sus gobernantes.
Cuando esto ocurre, se configura el abstencionismo, que se encuentra definido en el Diccionario de Política, de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, como “la falta de participación en el acto de votar”.
Tal y como sostienen los referidos autores, como muchas de las variables vinculadas con la participación electoral, el abstencionismo es de fácil determinación cuantitativa. De hecho, se mide como el porcentaje de quienes, teniendo todo el derecho, no van a las urnas.
A pesar de que la abstención es un fenómeno que afecta, desde hace varias décadas, a la mayoría de las democracias latinoamericanas, con mayores porcentajes que a la República Dominicana, los partidos de la Liberación Dominicana (PLD) y Fuerza del Pueblo (FP) la han utilizado para tratar de justificar las catastróficas derrotas que sufrieron en las elecciones municipales y en las presidenciales y congresuales, respectivamente.
Los niveles de reducción de la participación han sido constantes durante el presente siglo, de modo que la participación de un 54.37% de los electores en las pasadas elecciones presidenciales se inscriben en esa tendencia, como se puede apreciar en los resultados de las elecciones presidenciales del 2012, en las que votó un 70.23%, en las elecciones unificadas presidenciales, congresuales y municipales del 2016, en las que participó un 69.60 % y en las presidenciales del 2020, en las que participó un 55.29%.
El crecimiento en el último cuatrienio de la lista de votantes en el exterior hasta 2 millones, sin contar los que, no obstante residir en el exterior, no están inscritos, pero forman parte del Padrón Electoral, es el factor clave para proyectar una exagerada abstención.
La alta abstención en el exterior no debe ser medida con la misma vara que la del territorio nacional. Solo quien vive en exterior sabe el sacrificio que hace la comunidad dominicana para ejercer el derecho al voto. El coste y el tiempo que tienen que invertir los dominicanos para acudir a votar en algunos países es una muestra incomparable con cualquier otra comunidad del apego a su país.
En su obra Comportamiento político y electoral, Eva Anduiza y Agustí Bosch citan cuatro grupos de explicaciones sobre el descenso de la participación electoral, la cual no puede buscarse en aspectos institucionales, debido a que permanecen relativamente constantes a lo largo del tiempo, a saber: cambios sociodemográficos en el electorado, cambios en las actitudes políticas de los electores, cambios en el contexto político y cambios en los agentes movilizadores políticos (partidos).
Como sostiene José Thompson, en el Tratado de derecho electoral comparado de América Latina, "hay seguramente, algunos que se abstienen porque han perdido la fe en la democracia como sistema y hay, ciertamente, otros que no concurren a las urnas porque en su forma de vida el voto es oneroso frente a sus demás actividades y porque posiblemente no consideran indispensable su participación particular en el proceso democrático o aun porque confían en el resultado sin importarles una opción partidaria concreta".
No se puede negar: 1) que el abstencionismo es un fenómeno electoral común en todas las democracias, 2) que no afecta la legitimidad democrática, 3) que conforme una democracia se consolida muchos electores no participan en las elecciones por considerar que sus votos particulares no son relevantes, y 4) que tanto los partidos políticos como el órgano electoral deben trabajar unidos para motivar la participación de los ciudadanos en las elecciones.