Advertencia: Lo escrito en los párrafos siguientes, aunque lo menciona como punto de partida para reflexionar, no contiene juicio de valores respecto del caso del sometimiento de un respetado abogado de la defensa en uno de los casos de corrupción que cursan en nuestro tribunales.

Luego de haber escuchado, con cierto detenimiento, los audios de la audiencia celebrada a propósito de uno de los casos conocidos bajo la expresión “Persecución a la Corrupción”, específicamente el que diera lugar a la fijación de una audiencia para juzgar uno de los abogados de la defensa por supuesta temeridad en el litigio, se me ocurrió revisar otros audios del mismo caso y de otros similares, ejercicio éste que me llevó a una conclusión a mi entender incontestable: Todos o, casi todos, los abogados que ocupamos las barras colocadas frente al juez en el tribunal, entiéndase Ministerio Público y defensas, hemos violado múltiples veces y de diversas formas, las normas que rigen la conducta que debe observarse en las participaciones que hemos agotado en el desarrollo de los juicios.

Lo afirmado es perceptible, fácilmente, observando y/o escuchando los episodios grabados y cibernéticamente localizables, de todas las audiencias sostenidas en los casos de marras; es decir, sin hacer odiosos juicios de valores, la conclusión de una conducta inadecuada por parte de los abogados de ambas barras en audiencia, se impone sin necesidad siquiera de conocer los rigores que allí deben observarse…basta ejercitar el sentido común para arribar al mismo puerto ya indicado.

Quien suscribe, tristemente ha encarnado este diagnóstico muchas veces, algo de lo que no me siento orgulloso y que, luego, a solas, mi conciencia me reclama dejándome ver que no tengo argumentos para combatir su persistente reclamo sobre mi inconducta.

Lamentablemente, este mal no se contentó con asentarse en mi persona, convirtiéndose en una especie de epidemia judicial que, rápidamente, contagió a casi todos los abogados que participan en estos debates, sean los del Ministerio Público o de las defensas, y quisiera estar errado en el análisis clínico que he realizado en aras de detectar el virus inoculado en las mentes de estos profesionales pero, sin dudas su ADN contiene la toxina del orgullo (en su peor acepción), acompañado de las comorbilidades derivadas como la provocación, señalamientos inadecuados y ofensivos, interrupciones subrepticias o abiertas a la exposición de uno de los letrados en causa; en fin, la sintomatología se caracteriza por sentirnos los unos mejores que los otros…y la imperiosa necesidad de hacérselo saber, señal inequívoca del avance de una septicemia moral capaz de exterminar los residuos de decencia que aún habitan en nuestro interior.

Me parece que todos debemos reflexionar al respecto, ejercitarnos en la introspección sincera y proponernos cercenar las partes del “YO” infectadas, reconocer que todos sabemos, a veces más y otras veces menos que el otro, según los temas abordados, pero que además no estamos compitiendo en estos términos y que estamos brindando, TODOS, un triste espectáculo cuando nuestras posturas son gobernadas por sentimientos que nada tiene que ver con la justicia, la cual queda reducida a un simple vehículo usado para promover nuestras miserias humanas, las mismas que nos urge abandonar.

Ojalá y este simple ejercicio mental nos sirva a todos, primero a mí, luego a los demás, y podamos debatir las inmensas diferencias jurídicas que nos separan, pero usando las formas que se esperan de nosotros y no pongamos más a prueba la muy estirada paciencia de los jueces, quienes se han visto forzados a ejercitarse en el budismo tántrico y el desarrollo de la Kshantiparamita.

Ojalá…