Se puede afirmar que la democracia es, más que solo un método donde las mayorías deciden elegir a las autoridades que nos representarán en la conducción de la cosa pública, un sistema de principios, valores, ideales y reglas reflejados en el cuerpo constitucional. Sin embargo, mucho más aun, es la mayor capacidad de goce, disfrute y ejercicio de las libertades, respetando, como su límite, el derecho de los demás. De ahí que un ejercicio abusivo de los derechos daría lugar a las sanciones penales y civiles correspondientes.
Pero, es necesario, además, que la democracia potencie los niveles de participación en el prenacimiento, renacimiento o reelección de las potenciales autoridades gubernamentales para poder votarlos o hacerlo en su contra. Y este involucramiento implica el conocimiento de la persona que aspira a ocupar una posición, como alcalde, regidor, director municipal o vocal o como diputado, senador o presidente o vicepresidente de la República; de su ideología, conservadora o liberal, de izquierda, de centro o de derecha o de nueva izquierda o de nueva derecha (ambas populistas); y, de sus posiciones, propuestas, proyectos y acciones, en caso de obtener el cargo electoral.
Los debates electorales nacieron en la televisión (TV), particularmente en EE. UU., en 1960. En este el entonces vicepresidente Richard Nixon competía por la presidencia con el candidato demócrata, el senador John F. Kennedy. Para los que escucharon los debates por radio Nixon había vencido. Pero, los que lo vieron por TV notaron una gran diferencia entre la elegancia, la fotogenia, la seguridad, la tranquilidad y el dominio de la cámara por parte de Kennedy.
Lo de Nixon fue desastrozo. No gozaba de buena salud, sudaba, siempre estuvo con su pañuelo en la cara y se negó a que lo maquillaran, todo lo que se convirtió en un error garrafal. El impacto fue tan fuerte que hasta 1976 ningun candidato quiso volver a participar en otro debate, cuando lo volvieron a protagonizar Gerald Ford y Jimmy Carter. Ford perdió el debate y esto, probablemente, fue lo que le costó las elecciones, cuando dijo y ratificó, siendo el hazmerreír de la contienda: “No existe ninguna dominación soviética en la Europa del Este”.
Por otro lado, Ronald Reagan se repostuló a la reelección presidencial en 1984, pero como tenía 73 años y era el presidente más longevo en la historia de los Estados Unidos de América, esto constituía su punto más debil como candidato. Sin embargo, en el debate contra su oponente demócrata, Walter Mondale, Reagan aprovechó la ocasión para hacer de este punto vulnerable una ganancia. Ante una pregunta del moderador sobre el tema de la edad, el candidato republicano sostuvo: “No voy a convertir mi edad en un tema de esta campaña. No voy a explotar, por razones políticas, la juventud y la inexperiencia de mi opositor”.
Mondale hasta se rió y Reagan obtuvo una aplastante victoria para la reelección, con 49 de los 50 estados y 525 de los 538 votos electorales, la mayor cantidad de cualquier candidato presidencial en la historia de Estados Unidos.
Lo anterior quiere decir que allí donde se ha desarrollado la cultura de los debates electorales o donde estos se han dado como en Francia, Argentina, Rusia, Chile y Brasil, entre otros, estos no dejan de ser un espectáculo, por un lado. Pero, constituyen también una oportunidad para que los candidatos que tengan una excelente presentación personal y de sus propuestas puedan mover el péndulo para el lado que los beneficia. De igual forma, son un espacio en el que los errores pueden ser fatales y hacer virar la aguja electoral negativamente.
Lo cierto es que el intercambio de ideas de los candidatos, que tiene que ser respetuoso, debe permitir que los candidatos puedan desnudar civilizadamente las debilidades programáticas y de acción como las mentiras y distorsiones de los oponentes. Esto es esencial en nuestras democracias y, de manera especial, en nuestro país, donde hemos venido experimentando algunos avances importantes en materia de transparencia.
Esta misma semana, contando con la iniciativa del Consejo Económico y Social de Santo Domingo (Codessd) y el decidido apoyo del periódico El Nuevo Diario y otros medios, que se han sumado a la feliz iniciativa, se han iniciado debates, primero entre candidatos a senadores y luego entre propuestos diputados del Distrito Nacional.
Se trata de un gran aporte, tanto de los promotores, organizadores y medios de comunicación como de los debatientes, lo que es fundamental en democracia, en la que la población votante y la no votante debe conocer de la madera moral, ética, de valores y principios de que están hechos los candidatos locales y nacionales como de sus propuestas electorales, para que los electores elijan a quienes, conscientemente, les parezcan los más idóneos para alcanzar las posiciones a las que aspiran.
En la República Dominicana no existe lo que en otros países, sea como cultura arraigada o debidamente normada, la obligación constitucional o legal para la celebración de estos debates. Sí podemos extraer de nuestras normas la necesidad de conocer, para cumplir con el deber del voto y comprometernos con el accionar de quienes nos representen, los gestos, palabras, expresiones, movimientos, ideas, la firmeza, la templanza, la moderación, la soltura, la sudoración, las reacciones inesperadas y el valor e ideas y planes de trabajo que pretenden implementar los candidatos, de ser electos, lo que debe ilustrar a los electores en el camino de la escogencia de nuestros legisladores y el presidente y vicepresidente de la República.
Debemos aplaudir todas las iniciativas dirigidas al debate electoral de altura. Creo que quien no quiera debatir en democracia desprecia lo que es de la esencia de este sistema: la puesta en contradicción de las diversas posiciones políticas y la recepción por parte de quienes votamos del mayor nivel de información posible de los candidatos.
Los debates permiten también a los electores preferir a unos candidatos en lugar de otros, al tiempo de contribuir con una cultura cada vez más cercana a la democracia participativa, con un voto más informado, consciente y razonado, para la toma de las mejores decisiones congresuales y presidenciales, particularmente en el próximo mes de mayo.
Espero que no se tronche nuevamente el debate presidencial, como ocurrió en 2020 cuando Anje, se quedó con el moño hecho, lo que, a mi juicio, constituye, un menosprecio de los candidatos a un llamado a la confrontación ideológica, si la hay, de las propuestas de gobierno, las plataformas electorales de los partidos y de sus posturas sobre los temas políticos, sociales, económicos, culturales, medioambientales, educativos y de salud, entre otros, más relevantes.