“El reino de Dios se parece a un roble sacudido por el huracán. Soplan los vientos con fuerza, inclinan la copa, desgajan ramas y arrancan las hojas. Pero los mismos vientos que atacan al roble, se llevan sus semillas aladas a grandes distancias. Donde cae una semilla, nace un roble nuevo. El huracán que parece destruir al roble hoy, siembra sin saberlo el nuevo bosque que cubrirá mañana toda la montaña”. Benjamín González Buelta SJ. “Tiempo de Crear: Polaridades Evangélicas”. Sal Terrae.
A veces, solo a veces, parece que estamos bajo un huracán y una nube inmensa torna oscuro nuestro entorno. Nos arropan las deficiencias de la educación y de la salud pública, los daños al medioambiente y una crisis económica que los más pobres no consiguen resolver. Si esto nos genera angustia o rabia es por las víctimas. Al fin y al cabo, los que más padecen con éste y todos los huracanes, son los sectores más vulnerables de la sociedad, como por desgracia resulta obvio si tenemos los ojos suficientemente abiertos. Y todo esto llega aderezado por los testimonios de los “delatores premiados” y sus historias de los grupos de WhatsApp con los que han coordinado toda clase de actos en perjuicio de los más pobres. ¡Como para hundirnos en la desesperanza del Viernes Santo!
A Dios las gracias hay muchos otros testimonios, no ya de cómplices, sino de amigos: mujeres y hombres que cuando todo hace pensar que no hay posibilidad alguna de un mejor futuro, consiguen mantener viva la certeza de una humanidad más justa. Se saben parte, no de un grupo de WhatsApp, sino de un cuerpo más grande que el reducido espacio en el que intervienen gratuitamente. Convierten la solidaridad en parte de su identidad y poco a poco van encontrando formas de transformar las duras realidades que les rodean en fuentes de luz y esperanza.
A este grupo pertenecen unas treinta personas que a finales de marzo completaron el ciclo de formación de voluntarios de ocho semanas que organiza SERVIR-D. Algunos llegaron por su cuenta, por un post de Instagram o de Twitter que hizo resonancia en el deseo que ya tenían de descubrir cómo hacer de la empatía y la compasión una expresión de su propia identidad. Muchos otros se apuntaron a estos encuentros a través de las empresas donde trabajan, las cuales buscan incidir, con sus voluntariados corporativos, en la transformación de la sociedad. Que sí hay empresarios éticos, decentes y solidarios que levantan y ayudan a los heridos del camino: los pobres, los excluidos y despojados.
El mismo huracán que ha quebrado la confianza y las relaciones fundamentales, también ha despertado el deseo de mucha gente de unirse al grupo inmenso de personas que desde hace tiempo leen los periódicos y ven los noticiarios con indignación ética ante las realidades de injusticia que se están viviendo en nuestro país; que se dejan interpelar y planifican la manera de dar mejores respuestas a los problemas de hoy.
Muchos de ellos son movidos por su fe. Hacerse voluntario ha sido una manera de hacerse prójimo de las personas que están en situación de vulnerabilidad, a la manera que propone la parábola del Buen Samaritano: hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad, para transformarla.
Este tiempo de la pascua es una época privilegiada para descubrir la fuerza de la vida en los crucificados por la pobreza y la exclusión, en aquellos que tienen abierta la herida de una escasa salud y una educación pobre, de la discriminación por el género o la militancia política.
En su esfuerzo por construir un mejor país, más justo y solidario, el creyente se siente invitado a descubrir ese terreno sagrado en el que el Jesús resucitado se revela: la vida del que sufre, del que padece injusticias, que cuando se convierte en nuestro hermano, en nuestra hermana, nos regala nuevos ojos para ver, manos nuevas para trabajar y una esperanza nueva para vivir. Y eso es también, sin ninguna duda, el milagro de la resurrección.