En varios documentos institucionales he podido apreciar que valores, principios y propósitos son asumidos como si fueran equivalentes. Aunque están estrechamente vinculados en el campo de la ética, no son sinónimos. Su confusión puede generar algunas dificultades al definir políticas, programas y proyectos institucionales.

Los valores son ideas, creencias que orientan nuestra existencia. Representan un criterio de definición y diferenciación entre lo que es o no correcto. Su objetividad práctica conduce a establecer esquemas morales que orientan y justifican los diferentes cursos de acción a tomar en un contexto social o cultural determinado.

El valor de la vida me lleva a creer que todo ente viviente es digno de vivir y me conduce a proteger su vida y no hacerle daño. El valor de la justicia me lleva a creer que todas las personas tienen los mismos derechos, por tanto, debo ofrecerle mayores oportunidades al que menos tiene.

Todos los niños, niñas y jóvenes tienen derecho a una educación de calidad que les permita desarrollarse plenamente como seres humanos y ciudadanos, y aquellos que viven en las condiciones de vida más pobre y excluida requieren que los mejores maestros sean quienes les enseñen, por ejemplo.

Por consecuencia, quienes gestionan la política educativa tienen la responsabilidad moral y el compromiso de hacerlo, definiendo las políticas que sean necesarias y estableciendo las normativas que la regulen y la hagan posible. De esa manera, valor, principio y propósito se vinculan armoniosamente.

Es decir, al asumir algo como valor se tiene la responsabilidad de establecer las normas necesarias para alcanzarlo en el más alto grado posible y, más aún, deben consagrarse todos los esfuerzos que sean necesarios para lograr su realización en las situaciones más relevantes de la vida social y nacional.

De ahí que del valor se desprenden los principios que ordenan todo lo que sea necesario hacer, con tal de alcanzar aquello que consideramos valioso. El principio hace posible alcanzar el valor. Se constituye en la condición necesaria para hacer posible que el valor prime en las acciones emprendidas.

Por razones éticas, los principios son reglas o normas que contribuyen a que actuemos de manera coherente y apegados a los valores asumidos. Permiten un nivel de mayor concretización de los valores permitiendo que estos sean posibles y vividos en un contexto social y cultural determinado.

Valor y principio es una mutual fundamental que, aunque vinculados dialécticamente entre sí, constituyen una unidad más no una identidad única. Confundir un principio con un valor es poner la carreta frente a los caballos. En el mundo de la educación este es un tema fundamental que no debe desdeñarse ni generar ninguna duda.

Los propósitos, en cambio, son los compromisos asumidos para que guiados por el valor concreticen el principio. Es decir, los propósitos son la razón de ser o la misión que nos motiva y proporciona una direccionalidad. El propósito se manifiesto como acción en un sentido determinado acorde con el principio y el valor que presuponen.

La confusión entre valores, principios y compromisos puede llevar a postular como realidad lo aspiracional y en ese sentido, hacer del compromiso una acción de difícil ejecución e inalcanzable. De esa manera, quedaríamos atrapados en un pantano, sin posibilidad de salir de él, tal y como ha ocurrido muchas veces.

En resumen, mientras el valor es aquello que consideramos importante y generalmente no negociable, el principio se constituye en las reglas o normas que asumen y siguen en coherencia con el valor, siendo el propósito, entonces, lo que nos da y proporciona en un contexto determinado una razón de ser y de actuar.