Nunca más que ahora, en este tiempo de incomunicación y a la vez de comunicación con el cosmos y el prójimo, inimaginable e imaginable, la vida es un sueño, parafraseando la Vida es sueño, de Calderón de la Barca, célebre obra de teatro del siglo de Oro Español; pero ¿qué tipo de sueño el de estar despierto dormido?
Aparentemente no hay conocimiento que no esté sujeto a la duda, a una reinterpretación, a que no fue como se dijo y a como se dice, lo acompaña la duda, como cuando lo que hicimos por bien se convierta en mal, no lo contrario. Somos la duda personificada en la incertidumbre de existir, nada nuevo, se diría tanto en la sombra como en la luz. Sin aceptáramos la incertidumbre como norma de vida, ¿se viviría en la zozobra interior fruto de nuestras dudas, sobre todo lo que pensamos o realizamos, antes o después? El que proporciona mucho equilibrio y un día tiene un pequeño desliz, no hay manera de evitar el descrédito en lo que hace y en lo por hacer, se siembre o no en el campo florido. Se necesita la aprobación del otro para afianzarse momentáneamente para después volver a perder el equilibrio. Es como estamos estructurados psíquicamente, ¿es porque somo agua espiritualizada en una materia llamada cuerpo sujeto a la autodestrucción? La respuesta está en los hechos, en nuestro devenir histórico del ser per se. Ser la retórica parlante de ser para sí nos vive dando en la madre, ¿de la naturaleza, de nuestra naturaleza psíquica-corporal? Desviviendo la etapa de ser para la derrota por la vejez que podría entenderse por no haber accedido a la “tranquilidad material” envuelta en papel de celofán, ser para sí podría nada más tener sentido en aumentar los niveles de retoricas interior haciendo caso omiso respeto a que nada de lo que está pasando me toca, aunque sea yo mismo que suba los niveles de ruidos o asuma el silencio de supuesta música interior, quizás hasta de este mismo escrito.