¿Los sueños tendrán precio? Dicen que todo en este mundo lo tiene, o casi. Por lo pronto, hay un japonés que invirtió más de doce mil dólares en el suyo, que no consistía en subir a la Torre Eiffel o en acercarse a las Cataratas del Niágara, actividades ya muy pasadas de moda, sino en sentirse perro y vivir como tal.
El susodicho se llama Toco, aunque él no soñaba con perros negros callejeros, como canta un rockero mexicano; más bien, fantaseaba que era un lindo y fino collie. Así se lo dijo a una empresa que diseña vestuarios para el mundo del cine: «Como un border collie au-tén-ti-co». Cuarenta días más tarde y previo pago de dos millones de yenes, le entregaron su traje a la medida y éste no tardó en estrenarlo y salir a pasear…en cuatro patas, por supuesto.
El video está a disposición de aquellos ociosos o incrédulos que quieran constatar la calidad del disfraz, calificado por la prensa como «hiperrealista», y yo me acordé (sin venir mucho a cuento y no falto de pedantería) de los poetas realistas viscerales de Roberto Bolaño.
No dudo que valga los doce mil y tantos dólares, aunque Toco es un perro sin ganas de correr, mucho menos de alcanzarle pelotas a su dueño. Imaginen que dentro de la canina piel no tiene mucha movilidad, por eso camina sin prisas y prefiere que lo lleven en un carrito. Por si fuera poco, el mentado traje pesa unos cuatro kilos y se nota. No obstante, lo vemos dar piruetas en cámara semilenta, para algarabía de los otros paseantes. Luego, se tiende de lado y la gente no se reprime las ganas de acariciarle la no por falsa, menos magnifica, barriga.
De hecho, es la esposa quien lo saca a dar la vuelta. ¿Alguien le habrá preguntado si lo premia con croquetas o si tiene un árbol favorito donde liberar su líquida alegría? Ella, sonriente y servicial, sólo se ocupa de transmitir el mensaje de siempre, algo así como: «Amigos, entren a mis redes sociales, pongan el pulgar erguido...». Los cibernautas por su parte, han respondido con generosidad: Los dos millones de yenes invertidos se han transformado en el número de reproducciones de sus videos.
Pese a al éxito o quizás por eso mismo, no salen todos los días al parque, eso lo reservan para ocasiones muy especiales. Toco tiene miedo de que los fans lo agobien y que descubran la identidad del (ahora) hombre feliz y pleno, detrás de ese pelambre blanco y café.
Por si fuera poco, su júbilo ya es una meta superada y sólo se lo pone para no perder la costumbre y para que su hiperrealista y canina botarga no se llene de polvo, ni de pulgas: «Aunque mi sueño ya se ha hecho realidad, es una pena si no hago ninguna actividad con el traje, por eso me lo pongo para hacer videos y disfrutar», sostiene el japonés.
Sin embargo, se sabe un poco raro, razón por la cual no se había animado a exteriorizar sus deseos, pero ya no le importa: «Hay cierta anormalidad en mí y por eso había decidido ocultarlo hasta ahora, pero finalmente estas son mis convicciones». En efecto, no hay nada como ser fiel a uno mismo, total el mundo es ancho y hay para todos los gustos, si algún amargado le recuerda lo peculiar de sus aficiones, simplemente lo ignora. Pasa igual con los otros perros, primero lo ven con familiaridad, pero luego no se animan a saludarlo, a olfatearlo, a lamerlo, ¿será que Toco huele a loción after shave y no a perro perruno?, ¿será que es muy grande, muy tosco, muy lento y que no ladra o lo hace con timidez, con acento?
Sospecho que Toco está de acuerdo con Martín Caparrós cuando afirma que hoy en día los perros sirven, sobre todo, como receptores de ese amor que tantos no saben a quién dar. ¿Ansía entonces ese afecto acumulado, que los otros no le darían si no lo vieran como un collie sui generis?
La verdad es que no entiendo mucho, pero qué importa…