Parecería que de muy poca cosa. A excepción de Haití (otrora potente país caribeño que rápido dejó de serlo), todos los países que nos han dominado y también dejado, en diferentes grados, parte de su cultura (lengua, religión, costumbres, leyes, instituciones) reconocen hoy el derecho de la mujer al aborto.
Todos han evolucionado hacia sociedades más tolerantes y progresistas. Nosotros, en cambio, conservamos las ideas predominantes en la época que nos dominaron, como si con su partida el tiempo se hubiera detenido.
En España, el aborto está despenalizado durante las primeras catorce semanas del embarazo.
En Francia, la interrupción voluntaria del embarazo es legal desde hace ya varias décadas y acaba ser consagrado en la Constitución.
En los Estados Unidos, de cincuenta estados, solo catorce lo prohíben totalmente.
Todos esos países han avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer y de sus ciudadanos en general.
En cambio, nosotros nos hemos quedado anclados en los XVIII y XIX, sin interés en despojarnos del autoritarismo, conservadurismo, machismo, de aquellos lejanos días.
No estaría pues demás que las potencias imperiales, además de enviarnos los capitales que tienen el control de nuestra economía, se vuelvan a dar una vueltecita por aquí con sus soldadescas para, a fuerza de punta pies, empujarnos un poquito hacia adelante.
Como de seguro no aceptaríamos eso, entonces, con el perdón de los honorables nacionalistas, optemos por permitir una efectiva invasión haitiana para consolidar aún más nuestras rancias ideas y, al mismo tiempo, los miles de muertos provocados por la violencia de las bandas armadas de allá y de los accidentes de tránsito y feminicidios de aquí, se sumen a los provocados por la negación al derecho al aborto en ambos lados de la isla y terminemos convirtiéndola en un gigantesco cementerio.
¿Cómo es posible que continuemos aferrados hasta hoy a las ideas del macho ibérico, de la rancia burguesía francesa del siglo XVIII y de la mentalidad de ranchero del Medio Oeste americano del invasor de 1916-1924?
Las iglesias han jugado un papel preponderante en la retención de estas arcaicas ideas. A ellas, que se resisten a reconocer el derecho al aborto (bajo todas sus condiciones, incluyendo las tres casuales), habría que preguntarle si la muerte de la joven Adilka Féliz es la voluntad de Dios o de la indolencia de unos legisladores que comulgan con sus ideas porque piensan que esto les genera votos.
Es cierto que los políticos deben mantenerse cerca del sentir de sus pueblos, nunca demasiado delante de ellos, pero tampoco detrás. Siempre unos pasitos delante, impulsando los cambios, las transformaciones que mejoren sus vidas y amplíen sus derechos y libertades.
Como los nuestros van siempre detrás, corresponde a las mujeres y a las organizaciones que defienden sus derechos, y también a los hombres que las apoyamos, movilizarnos para dejarlos tan atrás que no puedan seguir contando con nosotros, porque en el camino de la movilización ya habremos encontrado, dentro de nosotros mismos, otros dirigentes que marchen unos pasitos delante. Siempre delante, guiándonos por los senderos del progreso.