El insigne intelectual y patriota Eugenio María de Hostos, puertorriqueño y dominicano, fallecido hace 119 años el 11 de agosto de 1903 todavía es una incógnita el diagnóstico final de la patología que produjo su defunción, en los momentos que había reemprendido sus enormes aportes al desarrollo educativo de los dominicanos. Se ha impuesto el certero diagnóstico histórico político que define «murió de asfixia moral», acogotado por la infame lucha intestina local que desembocó en la muy sangrienta guerra de marzo-abril de 1903. Aunque el concepto es válido, al realizar la anamnesis resalta la existencia de una enfermedad de base y las complicaciones clínicas que se asociaron a los padecimientos morales para extinguir la presencia física del muy prestigioso maestro y revolucionario sin fronteras, aspecto que pretendemos dilucidar en este artículo.
Hostos anotó que durante su estancia en Madrid a los 27 años de edad sufrió un cólico o dolor abdominal que lo mantuvo postrado, imputó la sintomatología al exceso de tomar café en ese lapso. Refirió fue tratado con morfina y aceite de palmera, terapéuticas convencionales en esa época. (Eugenio María de Hostos. Obras completas. Edición Crítica. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. San Juan, 1990 Vol. II pp. 119, 146).
Desde 1885 le fue diagnosticada una franca patología gastrointestinal. El médico Arnaldo Cabral Guzmán a quien siendo estudiante de término le correspondió realizar una investigación sobre la historia clínica del ilustre paciente, resaltó que por los informes del estado clínico-patológico se correspondía con un cáncer de intestino (colorrectal) posiblemente un epitelioma del recto o del sigmoide. Se recoge una persistencia de constipación o estreñimiento. Resaltando que en su cuadro final:
“Su estado general era de una depresión extraordinaria, en pocos días se puso pálido y emaciado, adelgazó y ni el uso de los sedantes le hacía conciliar el sueño. Después de un estado de estreñimiento en el que pasó siete días sin efectuar una deposición, y después de administrarle un purgante sobrevino un estado disenteriforme con diarreas fétidas. Presentaba ligero estado febril, y decaimiento general. El corazón se tocó, ruidos sordos y débiles. Un examen de orina que practicara reveló una albuminuria, orina escasa y teñida”. (Arnaldo Cabral Guzmán. Enfermedad mortal de Eugenio María de Hostos. Editado en Historia de la medicina de Santo Domingo. Trabajos de estudiantes universitarios. Coordinados por el maestro Heriberto Pieter. Mecanografiado. Santo Domingo (C.T.) 1942. Archivo General de la Nación).
Resaltan síntomas concretos: dolores cólicos recurrentes, palidez de piel, pérdida de peso, diarrea disentérica o sanguinolenta y con mucosidades, ruidos cardíacos sordos y débiles, ligero estado febril y una profunda depresión.
El diagnóstico de la patología de colon era muy impreciso todavía 50 años después, H. Lorin en su Manual de clínica quirúrgica, ya recogía la importancia del tacto rectal, estableciendo que ante hemorragias netas, puntos negros, pus y mucosidades en las heces:
“Estos síntomas indican la existencia de un proceso ulceroso. Se le puede observar en las colitis; pero en las afecciones crónicas -cáncer, tuberculosis -, sus modalidades tiene una importancia real”. (H. Lorin. Manual de clínica quirúrgica diaria. Exámenes clínicos, indicaciones terapéuticas. Editorial Modesto Usón. Barcelona, 1953. pp. 69, 506, 507).
En ese periodo en el ámbito de la medicina aparece la colitis como otra posibilidad diagnóstica al sangrado y heces con mucosidades. El tacto rectal era prioritario pero no establecía las diferencias, a menos que se tropezara con la masa tumoral.
Para 1941 se administraba como terapéutica en casos de dolor abdominal: cataplasmas calientes laudanizadas, compresas húmedas calientes, baños calientes prolongados, unturas calmantes de: cloroformo, láudano y aceites de beleño, belladona y alcanforado. (V. Herzen. Guía y formulario de terapéutica. Juan A. Espasa, traductor. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1941. pp. 151-152). Se trataba de tratamientos anodinos, algunos yatrogénicos, todavía se aplicaban cuatro décadas después de la enfermedad intestinal de Hostos.
Hace varios años el eminente cirujano pediátrico Héctor Otero (fallecido) autor del libro Historia de la cirugía pediátrica dominicana y denodado estudioso de la historia de la medicina, junto al suscrito desarrollamos una discusión histórica sobre el diagnóstico de Hostos. Otero planteó que dentro de las limitadas informaciones clínico-patológicas el posible diagnóstico sería una colitis ulcerosa. Nosotros corroboramos ese diagnóstico de impresión, por cuanto la enfermedad intestinal se prolongó por más de una década y el cáncer colorrectal en su fase incurable se estima no alcanza más de 5 años en su evolución, añadiendo que en esa época no existía ningún tratamiento adecuado para esa patología y tampoco para la colitis, pero esta última tiende a mantenerse de modo crónico por más tiempo, y puede producir largos espacios de remisión, obviamente también está la alternativa patógena de complicarse con el carcinoma. E. Forgue en su Manual de patología externa, publicado en 1952, advertía sobre el carcinoma:
“Nosotros hemos visto casos que duraron tres, cuatro y más años, el promedio oscila entre uno y dos años”. (E. Forgue. Manual de patología externa. Traducido por E. Ribas Isern. Espasa-Calpe, S. A. Madrid, 1952. p. 826).
Hostos hasta caer abatido en cama en el mes de julio de 1903 realizaba labores normales y muy agotadoras, en 1889 desde Chile manifestaba que no gozaba de buena salud:
“De salud, mal; y de prosperidad peor. Yo que no sabía lo que eran días de postración, los he tenido, aunque en pie y trabajando; cerebro y corazón me duelen con frecuencia […] (Emilio Rodríguez Demorizi. Hostos en Santo Domingo. Centenario de Eugenio María de Hostos (1839-1939). Homenaje de la República Dominicana. Santo Domingo (C. T.) 1942. T. II p. 185).
Intercambiaba sus actividades laborales con su enfermedad crónica, admitía en ocasiones lo postraba. Pese a las adversidades patógenas en 1895 encabezaba en Chile la lucha de solidaridad con la Guerra Necesaria que se libraba en Cuba contra el dominio colonial español. Para 1898 se trasladó a Estados Unidos y las Antillas en las tareas de organizar la oposición a la anexión de su país, en 1900 regresa a Dominicana y recorre casi todo el territorio nacional reorganizando las escuelas normales. Un paciente de cáncer de colon en su fase terminal es muy difícil que pueda desarrollar esa enorme agenda en su último quinquenio de vida.
Definitivamente el posible diagnóstico base sería la colitis, porque con cáncer de colon el desenlace patógeno hubiese sido más rápido ante la ausencia de tratamiento en esos tiempos. A esto se agrega el cuadro depresivo que le afectaba desde el momento que no prosperaron las diligencias para realizar un plebiscito en Puerto Rico, y la situación de guerra que vivió con su familia en la Capital dominicana. Sin dudas el cuadro depresivo pudo desencadenarle un brote de colitis, complicado con una afección aguda de vías respiratorias como estableció el equipo médico que le asistía, además no se puede descartar una insuficiencia cardíaca, por la descripción arrítmica de los ruidos cardíacos.
Durante la cruenta guerra civil que inicio el 23 de marzo de 1903 en Santo Domingo, Hostos y su familia estaban en su vivienda en Las Marías próximas a las costas de Gascue y quedaron en el medio de los combates, fueron rescatados en una embarcación y se alojaron en el edificio de la Escuela Normal frente al Convento de los Dominicos, en la calle Padre Billini. Su hijo Carlos Eugenio Hostos narró que una madrugada se produjo un intenso tiroteo, al amanecer pasaron rodando dos carretillas, Hostos y sus hijos se asomaron a la puerta para ver que ocurría, y era que conducían:
[…] inanimados restos de los infortunados generales Aquiles Alvarez y Casimiro Cordero, recién muertos al asaltar la trinchera de aquella calle, el gelatinoso movimiento de cuyas vísceras se traslucía por debajo de la escasa ropa que cubría sus cuerpos, mientras brazos y piernas se movían desgonzados, colgado fuera de los bordes de las carretillas”.
“La macabra escena produjo tal impresión de dolor y desesperanza en mi padre que pasó el resto de la mañana, dándose paseos de alto abajo del salón central de la Normal, mesándose el cabello y tirándose los puños de la camisa al mismo tiempo que sus labios articulaban la patética expresión de su sufrimiento al ver desoídos sus consejos, desentendidas sus prédicas en las Cátedras de Sociología y de Derecho Constitucional y víctimas sus novísimos discípulos de la misma violencia a que los había arrastrado la pasión política. Jamás, ni antes ni después, le vi en estado igual”. (Eugenio Carlos Hostos. Hostos juzgado por el historiador Américo Lugo. Clío Núm. XL, IV. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.) noviembre-diciembre 1940. pp. 252-254).
Se trataba de jóvenes generales instruidos, discípulos de Hostos, principalmente Casimiro Cordero. Además eran líderes militares muy populares, su dolorosa caída en combate es narrada en el merengue «La batuta», modernizado por el maestro Rafael Solano.
Se tiene entendido que a partir de aquel momento se inició el cuadro depresivo que afectó a Hostos hasta su fallecimiento dos meses después. La guerra terminó el 23 de abril, Hostos aturdido moralmente, escribió el 1 de mayo en su Diario:
“La creciente convicción de la imposibilidad de hacer ninguno de los bienes que yo quería para este pobre y querido país, me patentiza la necesidad de arrancarme de él; pero lo quiero tanto, y me ha arraigado tanto en él la costumbre de vivir en su media oscuridad, que va a costar trabajo arrancarme de él”. (Eugenio María de Hostos. Obra citada. pp. 533-534).
Esos comentarios reflejaban el cuadro depresivo que diagnosticaron sus médicos. Emilio Rodríguez Demorizi quien conoció a los médicos tratantes, comentó sobre su patología final:
“Una antigua dolencia, que sus médicos consideraron insuficiente para arrebatarle de la vida, hizo presa del organismo de Hostos. Su espíritu se consumía de “asfixia moral” entre las frías ondas del desaliento y del cansancio de vivir, a cuyo término veía deshacerse, como las olas que fueron última visión de sus pupilas, […] (Emilio Rodríguez Demorizi. Obra citada T. II p. LX).
La antigua dolencia era la intestinal, que no era más que un síntoma de la colitis, la asfixia moral que tanto insistieron los intelectuales estaba conformada por el cuadro depresivo, estas asociadas al proceso respiratorio se encargaron de desarrollar un cuadro patógeno irreversible.
El paciente Hostos fue asistido por un selecto grupo de médicos entre ellos antiguos discípulos y amigos graduados en Europa, principalmente en París como: Arturo Grullón, Francisco Henríquez y Carvajal y Rodolfo Coiscou.
Francisco Henríquez y Carvajal al exponer su testimonio de los instantes finales del Maestro, manifestó que siempre se mantuvo preocupado por el curso de la naturaleza que tanto le emocionaba, en su lecho escuchó que se desarrollaba una tormenta lluviosa y el mar lucía amenazante, entonces:
“El maestro oyó y no pudo contenerse. Trató personalmente de incorporarse, y con voz confusa y tono casi suplicante, como si nosotros, los que le rodeábamos, le hubiésemos conducido a aquella impotencia, prorrumpió: “Pues déjenmelo ver; llévenme verlo de cerca”. Yo hice abrir todas las puertas y ventanas de la alcoba, desde donde era visible el soberbio espectáculo, y un brevísimo instante él lo contempló. Y volvió a la almohada a caer pesada la cabeza…”. (Francisco Henríquez y Carvajal. Mi Tributo. Clío Núm. 34. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.) marzo-abril 1939. pp. 70-71).
Arturo Grullón otro de sus médicos y antiguo discípulo, al explicarnos su estado final, describió para la historia:
“Acababa de pasar días azarosos, que habían puesto en peligro su vida y la de su familia, y lo habían forzado a embarcarse, por una costa bravía, en la lancha que mandó, en su auxilio un crucero americano. Había sufrido, trabajado, afanado sin medida. Sus numerosas “cicatrices espirituales” volviéronse cada vez más dolorosas; había consumido demasiado la antorcha viva que no había cesado de alumbrar un solo día. La muerte del justo -dijo el poeta- es como el anochecer de un hermoso día”. (Discurso de Arturo Grullón en el acto de colocación de la primera piedra del monumento a Hostos el 11 de enero de 1939. Clío Núm. 34. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.) marzo-abril 1939. p. 43).
Federico Henríquez y Carvajal, meritorio intelectual y colega profesor de Hostos, al describir la su fase final manifestó una crítica a la torpe actuación de los bando políticos en armas, destacando que observando esta lucha fratricida:
“El Maestro decaía de fuerzas y en silencio sufría no pocos desengaños. Yo le oí y lo vi apartar los ojos de la tierra y suspirar mirando hacia el horizonte azul de mar y cielo. Así murió. Así lo vi entonces de cuerpo entero. Más seguía viéndolo de alma entera en su obra y en su vida… en ambas florecían a la par la bondad, la Sabiduría y la Justicia”. (Federico Henríquez y Carvajal. Discurso pronunciado en la Sala Baralt de la Biblioteca Pública con motivo del centenario del natalicio de Hostos. Clío Núm. 34. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.) marzo-abril 1939. p. 43).
Hostos falleció a las 11.15 de la noche del 11 de agosto en su domicilio de Las Marías, Santo Domingo. De manera definitiva su defunción fue provocada por una crisis de colitis ulcerativa, complicada con depresión, insuficiencia respiratoria aguda y cardiovascular.