En un escrito que responde a los últimos resabios de nuestra tradición historiográfica patriotera, los historiadores Anne Eller y Andrew Walker recuperan algunos problemas conceptuales fundamentales sobre la historiografía dominicana. (Ver el texto en: https://acento.com.do/cultura/amor-no-quita-conocimiento-las-ficciones-de-la-elite-no-constituyen-la-historia-de-un-pueblo-9037743.html).

El artículo se inicia con una crítica social y metodológica, recuerda que la historia no debe ser un relato elaborado sobre la base del imaginario de los grupos de poder y que, si aspiramos a otorgar una perspectiva contrapuesta a a la mirada interesada de estos sectores, debemos refinar la mirada para leer la documentación con el cuidado de no sesgar la información adecuándola a nuestros prejuicios identitarios negativos.

Además, los autores del referido artículo revindican el compromiso social del historiador con los grupos marginados de la historia. Con frecuencia, las narrativas de la historiografía dominicana constituyen relatos oficiales que callan las voces derrotadas de la historia. Una historiografía con un sentido ético de justicia está llamada a permitir que esas voces silenciadas sean escuchadas para recuperar la dignidad agraviada y salvar la integridad de los acontecimientos históricos.

La actitud crítica que se presupone intrínseca al oficio del historiador exige mirar a los agentes históricos objetos del culto político, con un distanciamiento hermenéutico, sabiendo que es un deber profesional trascender los maniqueísmos y que los denominados héroes de la historia tienen luces y sombras, sujetos que deciden y actúan en situaciones concretas condicionadas por complejas variables sociales, históricas y culturales.

Una actitud historiográfica saludable debe trascender los excesos de la propaganda vinculada a la “historia de los héroes” que constituye un componente esencial de la religión secular del Estado, pero de la que se debe tomar distancia con la serenidad analítica de la historiografía académica.

La referida actitud crítica implica no ver una afrenta en cada cuestionamiento de las “figuras sagradas” de nuestros procesos históricos, una calumnia en cualquier relato que se bifurque respecto a los relatos convencionales de nuestro pasado, o una amenaza a la patria en las perspectivas que muestran las prácticas oprobiosas existentes en la historia de toda nación.

Intentar despretigiar toda interpretación “incómoda” de nuestra historia etiquetándola como un esfuerzo intencional de agraviar nuestra identidad es un bochornoso acto ideológico de veto y trivialización. Y como nos invitan a inquirir Heller y Walker, ¿a quién le sirve una versión censurada y simplista de la historia?