En la época de mayor auge de la piratería hecha por hombres blancos, es decir, en los siglos XVII y XVIII, cuando la tripulación de los barcos ingleses quería presentar una petición o un agravio al capitán, lo hacían de manera que no se pudiera identificar fácilmente al ideólogo detrás de la carta. Ellos insertaban las firmas de manera circular de modo que el capitán no pudiera determinar quién había firmado primero.

Algunos filólogos estiman que esta práctica tenía sus antecedentes en un uso francés del siglo XVI donde las firmas para el mismo tipo de petición o queja contra las autoridades se presentaban alrededor del perímetro del texto, en forma de una cinta redonda (ruban rond). En ambos casos se buscaba disimular la primacía de los cabecillas de la insurrección. Se cree que de la deformación del francés al inglés surgió la expresión “round robin”.

Tan tarde como finales del siglo XIX, en la guerra entre España y los Estados Unidos por el control sobre las Antillas y las Filipinas, se encuentran documentos firmados bajo este modelo. Eventualmente la expresión se empezó a usar para referirse a un método en que todos participan, pero no existe una prioridad jerárquica.

Hoy en día, como sabemos bien todos los que seguimos el béisbol, la definición más popular de “round robinse refiere al tipo de organización de los juegos donde cada equipo (o participante) tiene la oportunidad de enfrentarse a cada uno de los demás.

En cálculos computacionales el término también existe y denomina al tipo de arreglo que busca la representación de todos los elementos de una categoría procediendo bajo un orden lógico predeterminado de manera que no se deje a ninguno de lado. Es, literalmente, turnarse para que todos estén.  Subyace la idea de equidad, pero ahora en vez de pretender “falta de acusación” lo que se persigue es garantizar la presencia de cada uno.

Los usos y costumbres de nuestra época nos están llevando a comprobar en los hechos un fenómeno similar, identificado por un psicólogo a principios del siglo XX y que resultó tan controversial que sus libros fueron quemados en la hoguera hace justo 91 años en este mes de enero. En 1905 Sigmund Freud publicó “Tres ensayos para una teoría sexual”, donde, entre otras cosas, trataba de la evolución de la sexualidad infantil a la adulta.  Desde ese entonces y todavía hoy, su obra conoció múltiples objeciones. Una de las más fuertes era a su reconocimiento de pulsiones sexuales en los niños y que, además, las concibiera polimórficas.

Hoy día, todo parece indicar que este carácter polimórfico y de gran representatividad está en todos lados. La androginia en la vestimenta hace rato que dejó de sorprender y el chiste sobre el felino que quería tener unas pestañas largas ya no da risa. Hasta la Iglesia católica, una institución con decidida visión de eternidad, ha empezado a buscar maneras de vivir con estas manifestaciones que hoy se hacen cada vez más públicas.  Traduciendo “Round robin” al castellano, la organización al estilo “todos contra todos” parece que ha trascendido la navegación, los deportes y las ciencias de la computación para llegar al terreno de los usos y costumbres.