Al poco tiempo de regresar de Roma empecé mi ejercicio profesional. Los primeros clientes eran viejos compañeros que pensaban dedicarse a los negocios y a quienes asesoraba en materia de inversión. Más tarde abrí mi oficina para operar con mayor formalidad. También mantenía mis acciones en la Johnson, empresa que había crecido y disponía de un buen establecimiento en la Avenida Luperón, en la Zona Industrial de Herrera. Era la compañía fabricante de letreros lumínicos más grande del país. Me eligieron como miembro del Consejo de Administración tomando en cuenta que era uno de los accionistas fundadores. En la Johnson comencé a vincularme con la Asociación de Empresas Industriales de Herrera, de la mano de Buenaventura Johnson, un revolucionario ahora convertido en un señor empresario. Buenaventura me llevó a una de las reuniones de la Asociación y confieso que compartir con ese grupo fue fantástico. Estoy hablando probablemente del año 1982.

Para entonces mi oficina iba relativamente bien, aunque mis ingresos marchaban a la inversa en relación con mi formación. Ganaba más dinero haciendo cosas que no requerían conocimientos especializados, como la venta de bienes raíces. Un día que se apareció en mi casa y sin avisarme José Antonio Najri, mi concuñado, quien estaba casado con Cynthia, una hermana de mi esposa que de pequeña nos servía de chaperona cuando su padre no quería que saliéramos solos, aun estando casados por lo civil. Al momento de llegar, José Antonio me dijo: “Me acaban de nombrar secretario de Industria y Comercio y quiero que me acompañes como subsecretario”. Aunque mi especialidad era política industrial, me sorprendió.

—Yo te asesoro, pero no puedo ocupar ese puesto —dije con el grito al cielo.

Narji insistió.

—Déjame consultarlo con papá —le respondí.

—Tú te has pasado la vida planteándote retos y ahora que tienes la oportunidad ¿no lo vas a hacer? —me dijo mi padre.

Acepté y entonces fue cuando usé mis conocimientos en política industrial.

Hicimos un trabajo del cual me siento orgulloso. Eso nos unió con un sentido de permanencia tal que incluso después de divorciarse de Cynthia, luego de 21 años de matrimonio, nuestra relación es muy estrecha y sólida. Una influencia determinante en mi vida, y que contribuyó con lo que yo he llamado mi perestroika, la ejerció casualmente el padre de José Antonio, don José Najri, un industrial pionero, luchador y sencillo que acumuló un capital con mucho esfuerzo. En el contacto con él descubrí a un nuevo héroe: el hombre o la mujer capaz de crear empleo productivo en una sociedad que tanto necesitaba salir de la pobreza. Don José fue un arquetipo de esa burguesía trabajadora, dinámica y emprendedora, en esa época escasa.

Con el sueldo de subsecretario me era imposible vivir; eran sueldos ridículos aun para esos tiempos. El secretario ganaba 4,500 pesos y el subsecretario 2,500. Para ayudarme, José Antonio decidió entregarme su cheque a cambio del mío. Pero aun con eso mi familia no podía vivir con niños en la escuela y tuve que financiarme tomando un préstamo bancario. Esa ha sido la única vez que he cogido créditos personales y lo hice para completar mi ingreso hasta concluir el período de gobierno.

Cerca de agosto del año 1986 me preparaba para retomar mi oficina -nunca la cerré, aunque no trabajaba en ella-. Para esos días, los Najri habían adquirido a Ferquido y José Antonio me llamó para pedirme que trabajara con él y con su hermano Marcial como vicepresidente de esa firma. No lo pude rechazar, preferí ser cola de león que cabeza de ratón. Volver a luchar en mi oficina me entusiasmaba menos y sabía que me iría bien con los Najri. Lo único que le dije a José Antonio cuando ingresé fue: “Tú cuida de mis ingresos y yo cuidaré la parte de los negocios que me encomiendes”. Y así ha sido hasta el día de hoy.

Trabajé directamente bajo las órdenes de Marcial, que siempre ha tenido hacia mí una deferencia que agradezco: sus hijos me llaman tío y ellos también son parte de mi familia. Ahí comenzó mi vida de empresario.

Mientras estuvimos en Industria y Comercio José Antonio mantenía -y yo lo apoyaba en todo- una política muy agresiva en función de la libre empresa. En mis funciones de subsecretario de Industria y Comercio, acompañando al secretario José Antonio Najri, renegaba de cómo se manejaba la Ley 299 y de los privilegios que se creaban a favor de una cúpula empresarial con acceso al poder político.

Nos acercarnos más a los medianos y pequeños empresarios que luchaban por sobrevivir en esa jungla, donde los incentivos se concedían con discriminación bajo el pretexto de que en determinadas ramas de la industria había capacidad instalada para abastecer al mercado, lo que bloqueaba el acceso a las facilidades previstas en la ley a las nuevas empresas que deseaban competir, a pesar de las limitaciones de los altos aranceles. Comenzamos a combatir esa inequidad, libramos una guerra y la ganamos. Cambiamos la forma de hacer las cosas y eso nos granjeó alguna simpatía con grupos empresariales emergentes, como la Asociación de Empresas Industriales de Herrera, al punto de que cuando salí de la Secretaría me hicieron dirigente de ese gremio.

Extractos editados de mi libro “Relatos de la vida de un desmemoriado”.