El internado en la Escuela Agrícola Salesiana en Moca lo compartí con mi hermano Marino Pérez Peña. Unos primos, Pérez González, permanecieron breve tiempo antes de emigrar hacia Estados Unidos.

Quien escribe nació en Santiago. Me criaron en el campo llamado El Mamey (Los Hidalgos) próximo al Cruce de Guayacanes.

Mi abuelo, (el padre de mi madre Ana Virginia), fue el general Demetrio Rodríguez, abatido por la espalda al salir de una gallera.

Cinco integrantes del Comité Central del Movimiento Revolucionario “14 de Junio”, (1J4), nos internamos en demarcaciones rurales: Villa Lobos, (Línea Noroeste, El Cuey en el Este, Altamira, prov. Puerto Plata y Bohío Viejo (un paraje tierra adentro de Villa Vásquez, provincia Montecristi).

Con la brújula hacia el morro y San Fernando de Montecristi, cursé mis primeros niveles del bachillerato en el liceo secundario dirigido por el reputado al profesor Augusto Mena Valerio.

En Montecristi contaba con tía María y los tíos “Nedo”, Pasín, y Rafael Rodríguez (hijos de Demetrio Rodríguez). Tío Rafael me techó en su hogar compartiendo con su hijo-nieto Mario (mi querido primo).

Simultáneamente en el colegio de monjas y la familia Isidor Silva, cursó el bachillerato mi hermana Gilda Perez Peña.

En el municipio Villa Vásquez (cerca del molino ‘Copa’ “de viento”, me acogieron en el hogar de la familia encabezada por don Eloy Acosta, con numerosos hijos e hijas.

Como, parte del servicio del trasporte utilizaba el vehículo de Fellito Quiñones hasta el paraje Bohío Viejo, donde estaba la finca arrocera de Rafael Metz, residente en Villa Vázquez.

Un viejo proverbio chino advierte la importancia de compartir con la gente humilde “24/7”, es decir, los siete días de cada semana. Siguiendo ese mensaje quien escribe cultivaba arroz como un trabajador más, siempre con un falso nombre.

Un viernes al anochecer compartí en un caserío vecino y luego de ver un salón del juego de billar, crucé al frente, donde disfrute de frituras. Al momento de pagar con monedas, la señora del negocio me tomó la palma de la mano derecha. Asombrada, se compadeció y me preguntó si yo era de “algún pueblo” porque mis manos que no eran de un trabajador arrocero.

Dado que otros “clientes” la escucharon, yo me sentí descubierto o delatado por la falta de callos o la “ternura” de las palmas de mis manos.

No tuve alternativa que salir la misma noche de Bohío Viejo. Pasadas las 2 de la madrugada, llegué a la carretera que enlaza a Dajabón con Montecristi. Al rato, tuve suerte y me dieron una “bola” sin pagar un chele.