In memoriam a

Sonia Henríquez-Ureña de Hlito (1926-2022)

Preámbulo

De haber estado vivo hoy, miércoles 29 de junio de 2022, el humanista Pedro Henríquez Ureña cumpliría 138 años de edad, puesto que nació el domingo 29 de junio de 1884, es decir, cuarenta años y cuatro meses después de proclamada la República Dominicana. Y a esa importante efeméride histórico-literaria nos referimos aquí.

Tenemos una deuda de gratitud con el Pedro que Salomé Ureña de Henríquez le confió al porvenir, pues a pesar de haber fallecido varios años antes de que el sol se mostrara esplendoroso ante nuestros ojos, ha sido él uno de nuestros mentores literarios más admirables: el más luminoso de todos los que he tenido, dentro y fuera de las aulas, en los últimos cuarenta años. Digamos que es la deuda de gratitud del discípulo ante su maestro. Y en este caso específico, ante el Maestro de América.

Su natalicio (1884)

Dejemos que sea nuestro personaje quien nos cuente en torno a las circunstancias de su natalicio. En sus Memorias ―que Pedro comenzó a escribir poco antes de cumplir  los 25 años de edad por considerar que «ya he vivido lo bastante»―, en forma muy simpática y con cierto sentido del humor, él relata:

«¿Mi memoria? Ciertamente he de comenzar por recuerdos ajenos. Nací el 29 de junio de 1884, en Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana; era domingo, y cuentan que esa tarde, a la hora de mi nacimiento, había procesión de octavario de Corpus en la parroquia de Santa Bárbara. Mi padre, Francisco Henríquez y Carvajal, era ya entonces Licenciado en Derecho y en Medicina de la Facultad Dominicana, y maestro co-director, con José Pantaleón Castillo, de la extinta Escuela Preparatoria. […] Salomé Ureña, casada después de sus triunfos poéticos entre 1874 y 1880, dirigía el Instituto de Señoritas, el primero en que se dio enseñanza superior a la mujer dominicana. No fui primogénito, sino el segundo hijo».1

Y apelando a los mismos recuerdos ajenos que él ha señalado, Pedro, en forma pintoresca, describe el origen de su nombre del siguiente modo:

«A fines del mismo año de 1884, sufrí una fiebre grave; y los parientes, atemorizados ante la posibilidad de una muerte sin bautismo, según la creencia católica, me hicieron bautizar apresuradamente en la casa, con nombres tomados al azar: Pedro, por el día del nacimiento; Nicolás, por mi abuelo [materno] el poeta Nicolás Ureña; Federico, por el padrino, mi tío Federico Henríquez y Carvajal».2

El nacimiento de Pedro Nicolás Federico Henríquez Ureña tuvo lugar específicamente en la esquina conformada por las calles Luperón y Duarte, que para la época ostentaban los nombres de Esperanza y Los Mártires, respectivamente. Es una casa de dos plantas que aún permanece, como testigo de la historia, en la zona colonial: abajo funcionaba el Instituto de Señoritas fundado por Salomé Ureña de Henríquez el 3 de noviembre de 1881 y arriba estaba el hogar, que vendría a ser como un centro de enseñanza personalizado, en el que los maestros eran los padres y alumnos los hijos. Cabe citar en este punto al ensayista y académico Andrés L. Mateo: «Si hay que destacar algo como blasón distintivo de esta familia ilustre, es el hecho de que toda su idea de lo heroico está siempre relacionada con la aventura intelectual, con los valores del espíritu».3

Su fallecimiento (1946)

En su afán por dar cada vez más de su saber, Pedro murió en la Argentina ―en el tren de Constitución que lo conduciría, de Buenos Aires a La Plata, con destino al Colegio Nacional de La Plata, el sábado 11 de mayo de 1946. Había dejado el hogar a las 12 y unos minutos. Era un día soleado. Su hermano Max describe, con hondo dolor, la forma trágica en que muere, inesperadamente, el hijo que Salomé Ureña habría de confiar al porvenir:

 «Apresuradamente se encaminó a la estación del ferrocarril que había de conducirlo a La Plata. Llegó al andén cuando el tren arrancaba, y corrió para alcanzarlo. Logró subir al tren. Un compañero, el profesor Cortina, le hizo seña de que había a su lado un puesto vacío. Cuando iba a ocuparlo, se desplomó sobre el asiento. Inquieto Cortina al oír su respiración afanosa, lo sacudió preguntándole qué le ocurría. Al no obtener respuesta, dio la voz de alarma. Un profesor de medicina que iba en el tren lo examinó y, con gesto de impotencia, diagnosticó la muerte. Así murió Pedro: camino de su cátedra, siempre en función de maestro».4

Ese trágico, triste episodio tuvo su preámbulo anunciador. Es su hija Sonia quien lo recuerda y lo narra en su obra Pedro Henríquez Ureña. Apuntes para una biografía:

«La noche del 10 de mayo asistió a la librería Viau, donde se reunía el jurado del club El Libro del Mes, formado por [Ricardo] Baeza, [ángel José] Battistesa, Borges, [Enrique] Amorim, [Adolfo] Bioy Casares, [Ezequiel] Martínez Estrada y mi padre».5

Sonia cuenta que «Martínez Estrada lo observó muy fatigado» y lo cita:

 «A nadie llamó la atención […] y menos a mí que acostumbraba a verlo siempre fatigado, sobre fatigado, exhausto. Se sentó frente a una estantería, como si meditara. Nuestro diálogo fue éste:

―¿No se encuentra bien?

―No ―respondió―: no estoy bien, pero ha pasado. Voy a hojear unos libros.

―¿Lo acompaño a su casa?

―No, ya estoy bien».6

Sigue Sonia con el preludio de la muerte de su inmortal padre:

«Al día siguiente pregunté a mi madre si papá venía a almorzar. «No» ―me contestó―: hoy tiene clase en La Plata». Estábamos almorzando y, de pronto, sonó el teléfono; era alguien preguntando por el teléfono de Max. Al rato, otra vez el teléfono. Esta vez era Max. Mi madre comenzó a gritar, le pedía explicaciones a Max…Fuimos las tres con Max al Hospital de Avellaneda. Ahí estaba tendido en una camilla. Con una ligera sonrisa en el rostro. Frío, irremediablemente muerto».7

En diálogo con la escritora y periodista argentina Leila Guerriero, Sonia confiesa: «Papá no tuvo una buena vida; fue una vida triste, dura. Pero si algo de bueno tengo, se lo debo a él».8

El cadáver de Pedro Henríquez Ureña fue, respondiendo a su deseo, incinerado y enterrado en el Cementerio de La Chacarita, llamado Cementerio del Oeste, situado en la Avenida Guzmán 680, en el Barrio La Chacarita de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. En este camposanto reposan los restos de los reputados escritores  José Ingenieros, Roberto Arlt, Alfonsina Storni, María Elena Walsh, Paul Groussac, Julio F. Escobar y Evaristo Carriego. También los de los célebres artistas Carlos Gardel, Waldo de los Ríos, Jorge Porcel y Leonardo Favio.

Traslado de sus restos desde la Argentina a la Iglesia Las Mercedes (1981)

Los restos del insigne humanista fueron trasladados desde Argentina, vía Miami (EE.UU.), hacia República Dominicana el viernes 8 de mayo de 1981. Para dicho traslado fueron introducidos en una cajita de madera y ya en su patria fueron depositados en una urna de mármol y colocados, el 11 del citado del citado mes, en la misma cripta donde había sido sepultado el cadáver de su distinguida madre, en la Iglesia de Las Mercedes, ubicada en la calle del mismo nombre, en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo. Ver en internet el video del acto solemne, presidido por el presidente de la República, Antonio Guzmán Fernández:  

Traslado de sus restos desde la Iglesia Las Mercedes al Panteón de la Patria (1988)

Siete años después, específicamente el 24 de agosto de 1988, los restos de Salomé Ureña de Henríquez y los de Pedro Henríquez Ureña fueron depositados, juntos —como fue el deseo de Pedro— en el Panteón de la Patria, lugar solemne reservado para aquellas figuras notables que en vida hicieron extraordinarios aportes a la nación dominicana en cualquier ámbito: en las ciencias, en la política, en la cultura o en la educación. No admite discusión alguna la heroicidad de Pedro Henríquez Ureña en los campos de la cultura y la educación más allá de las fronteras de su patria, enalteciéndola, dignificándola.

Curiosamente, el traslado de los restos de Pedro Henríquez Ureña había sido dispuesto por el presidente Joaquín Balaguer, mediante el Decreto No. 2140, el 7 de abril de 1972, disposición ejecutiva que también manda a depositar en ese solemne santuario los restos de Francisco Henríquez y Carvajal, Salomé Ureña de Henríquez, Nicolás Ureña de Mendoza y Federico Henríquez y Carvajal, es decir, su padre, su madre, su abuelo materno y su tío y padrino, respectivamente.

Exhortación final del ilustre humanista a la América hispánica

Sigamos su ejemplo y su consejo dirigido al mundo americano al momento de pronunciar ―en La Plata, en 1924― su célebre conferencia «Patria de la justicia»:  «Hay que trabajar, con fe, con esperanza todos los días. Amigos míos: ¡a trabajar!».

NOTAS

1 Pedro Henríquez Ureña. 2.a corregida y aumentada. Memorias-Diario-Notas de viaje. Introducción y notas de: Enrique Zuleta Álvarez. México: Fondo de Cultura Económica, 2000. Pp. 28-29.   (Colección Biblioteca Americana).

2 Ibidem, p. 29.

3 Andrés L. Mateo. Pedro Henríquez Ureña. Errancia y creación. México: Taurus, 2001. P. 15.

4 Max Henríquez Ureña. «Hermano y maestro (Recuerdos de infancia y juventud)». En: Pedro Henríquez Ureña. Antología. Selección, prólogo y notas: Max Henríquez Ureña. 3.a edición. Santo Domingo, Rep. Dom.: Comisión Organizadora Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1992. P. LI.

5 Sonia Henríquez-Ureña. Pedro Henríquez Ureña. Apuntes para una biografía. México: Siglo XXI Editores, 1993.

6 Op. cit., pp. 154-155).

7 Loc. cit. (El Hospital Avellaneda donde fue ingresado Pedro se encuentra en la calle Juan Bautista Palaá No. 325 de la comunidad del mismo nombre, perteneciente a Buenos Aires).

8 En: Leila Guerriero. Plano americano. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego, 2013.