Soy de los que creen bastante en el determinismo en muchos aspectos de la vida, o sea que las cosas suceden por acontecimientos o circunstancias anteriores o por leyes naturales, y no por la voluntad humana. Y por si fuera poco hay determinismos de muchas clases, geográficos, temporales, históricos, ambientales, culturales, tecnológicos, económicos, lingüísticos, religiosos y hasta filosóficos.

 

Y hay muchos y claros ejemplos que lo demuestran, ustedes -y yo- nacimos en un lugar y año determinado y no el que tal vez hubiésemos deseado, algunos hubieran preferido hacerlo en la edad media para ser guerreros o conquistadores, o hace solo cien años para conocer un mundo más romántico y natural, o en el 3500 cuando la especie humana, si sobrevive, tal vez habrá vencido a la muerte.

 

Tampoco es lo mismo nacer en una  ciudad próspera de Suecia que en una paupérrima aldea perdida en las arenas de Sudán. Ni nacer con un cociente de inteligencia einsteniano de 160 que uno débil de 80. O vivir en un país de predominio católico que en uno budista o musulmán. Y así un millar de ejemplos más.

 

El filósofo Ortega y Gasset decía que yo soy yo y mis circunstancias, pero me atrevo a decir que ese yo, el corporal, el de carne, moco de gripe, flatulencias y hueso, también es producto de muchas circunstancias anteriores al nacimiento como por ejemplo las biológicas y genéticas y otras cosas por el estilo de los científicos que condicionan en gran manera la vida y hasta la muerte de las personas.

 

Esto del determinismo me lleva a pensar que antes de nacer primero, no sé cómo, dónde, ni quién, se nos debería pedir permiso para ello y de inmediato explicarnos qué nos va a suceder en el trascurso de nuestra existencia, pues de lo contrario se nos obliga a vivir, y esa obligación de vivir , totalmente arbitraria, en la mayoría de los casos no es paja de coco como decimos coloquialmente sino una tarea ardua y no exenta de vicisitudes aunque también se le añada al caldero existencial unas cucharadas lo que llamamos felicidad y placer.

 

Así por ejemplo nos podrían decir que vendríamos al mundo en tiempo de los romanos para ser un esclavo picando, transportando y colocando enormes piedras para un palacio del césar mientras somos azotados sin piedad por un cruel capataz. O que seríamos un noble de su corte, rico en denarios, de pelo rizado y gordo con mucha afición a las grandes comidas y bacanales.

 

O que el alumbramiento se produciría en la edad media y padeceríamos durante años una dolorosa enfermedad que nos llevaría sin remedio entre grandes agonías a la tumba. O que a los veintidós años una granada enemiga nos haría mil pedazos en una de las guerras estúpidas del siglo veinte, o como la de Gaza o Ucrania dejando desolados a la novia y la familia.

 

O que nos tocaría la lotería en el tempo en que estamos y seríamos millonarios acentuando aún más la codicia que padecemos. O que seríamos una persona más o menos normal de ocho horas de trabajo, muchas facturas que pagar, cuatro hijos y una mujer que mantener y una suegra bastante peleona que aguantar.

 

Así podríamos decidir sí quiero nacer y estoy conforme con lo que me tocará, o no quiero nacer y que me dejen tan tranquilo como lo he estado y estaré hasta que este travieso mundo desaparezca, si es que tiene la decencia de hacerlo algún día.

 

Esta es una idea que tanto puede tener mucha falta de lógica como también de sobra de  mucha lógica, y es que no solo de pan vive el hombre, sino de caviar beluga ruso, salmón noruego, champán francés de Dom Pérignon y disparates de una persona especialmente determinada para escribirlos. Ya saben a qué ¨yo¨ me refiero.