“…Y ahora vinieron por mí pero ya es tarde” Martin Niemöller
Por muchos años, mientras terminaba la secundaria y luego en la universidad, tenía recortado y pegado en una de mis mascotas el poema que en ese entonces se atribuía al famoso teatrista y escritor alemán Bertolt Bretch: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, pero como yo no era comunista no dije nada. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los intelectuales y yo no dije nada porque yo no era intelectual. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo soy protestante. Y ahora vinieron por mí, pero ya es tarde”.
Resulta que el poema no era realmente un poema sino una declaración. Y también resulta que no lo escribió Bretch sino el pastor protestante Martin Niemöller. Niemöller, también alemán, no era famoso como Bretch y no era conocido por sus ideas radicales como sí lo era el dramaturgo comunista. Yo, hija de un padre comunista y una madre progresista me identificaba mucho con Bretch y lo hice más aún cuando entré a mi grupo de teatro de la universidad, Teatro Proyección, donde estudiábamos no solo sus obras sino también su técnica teatral y sus ideas.
¿Por qué les comento todo esto? Porque en los últimos años estamos viendo un aumento del acoso, las amenazas de muerte y hasta las agresiones físicas a plena luz del día a quienes piensan o viven de manera diferente a lo que la mayoría considera “normal”. La última de estas campañas de difamación y hostigamiento ha sido en contra de la profesora, activista, poeta y gestora cultural Lauristely Peña Solano quien ya se ha defendido brillantemente de las mentiras en su contra. Pero como ha planteado, Quisqueya Lora Hugi, otra amiga y colega que admiro, estas “campañas mediáticas y linchamientos morales” siguiendo el modelo trujillista del foro público corren “el riesgo de instaurarse como la norma.”
Leer los insultos y amenazas de violencia física y de muerte tanto a Lauristely como a Quisqueya y tantas otras compañeras me recuerda que este es un peligro que venimos advirtiendo un grupo creciente de personas desde hace varios años. Lo que el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas llama “la esfera pública”, el espacio en el que nos encontramos como sociedad para debatir ideas y opciones sea en persona, en la prensa o en las redes sociales, se pone en peligro cuando la gente teme ser atacada por esas ideas. Y cuando la esfera pública se debilita, se debilita con ella nuestra democracia y, por tanto, los derechos de todo el mundo. Por eso decidí compartirles, en el resto de este texto, una columna que escribí hace más de 10 años recordando la importancia de defender todos los derechos de todas las personas. Aunque no lo queramos ver, nuestros derechos están siempre conectados con los derechos del resto aunque piensen diferente.
A Mirla Hernández le dieron una galleta en la cara “para que respete la autoridad”. ¿Por qué? Porque cometió el crimen terrible de no quedarse callada cuando los dizque “agentes del orden” Martínez Lorenzo y el teniente De la Rosa del destacamento Mirador Sur se dedicaron a insultarla a ella y a sus amigas cuando volvían de la original “Besatón 2010” el pasado 27 de junio. El contraste no podía ser mayor ya que la Besatón era, justamente, para reivindicar el derecho de todos y todas a recibir y dar afecto tanto en público como en privado, tanto a personas conocidas como a las sin conocer. Tanto es así que Mirla aparece en varias fotos de la actividad entregándole flores a policías en El Conde y abrazándose con uno de ellos en señal de amistad.
A “Arenita” la encontraron muerta en su vivienda en Villa Mella. “Arenita”, como tantas más, nació con cuerpo de hombre, pero se sentía y vivía como mujer. Ella, también como tantas, sufrió el rechazo que ofrecemos a quienes son diferentes sin siquiera conocerles. Peor aún, quienes manifiestan ese rechazo con más fuerza son precisamente los “machos” clientes de las trabajadoras sexuales transgénero como “Arenita” (no me sorprendería si nos enteramos que la mató uno de ellos).
Sin embargo, las organizaciones del movimiento LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros) no se han dejado amedrentar y ya denunciaron el crimen. Recién el fin de semana pasado gente del movimiento y personas aliadas ofrecían claveles, abrazos y besos en la Besatón y en la versión dominicana de la marcha del Orgullo Gay celebrada alrededor del mundo. Ofrecían lo que la gran mayoría todavía no les damos: respeto y reivindicación solidaria de los derechos de todo el mundo.
A Alicia Ortega intentaron intimidarla presionando a los anunciantes de “El Informe”. Pero a Héctor Rodríguez Pimentel le salió el tiro por la culata porque Ortega encontró abogados y abogadas responsables y colegas dispuestos a defenderla a ella y al derecho colectivo de libertad de expresión. También encontró un juez, Pedro Reynaldo Vásquez Lora, sin miedo a contrariar con su fallo a un funcionario estatal (fallo que dejó sin efecto ante la retractación tardía, pero importante de Rodríguez Pimentel).
A Abraham Ramos Morel le quitaron la vida el día que cumplió 23 años cuando otros supuestos “agentes del orden” dispararon al carro en el que iba cuando no obedeció la orden de pare el sábado pasado. En esta ocasión, el sargento Carlos Manuel Martínez Germán y el raso Elvis Vinicio Montero Jiménez, del cuartel del Ensanche Luperón, fueron los culpables. Pero su familia no se ha detenido ante la injusticia como no nos detendremos otras tantas personas hasta que se pague por este terrible crimen y dejemos de leer estos titulares en los medios.
Sí, nuestro país sigue ametrallado por los múltiples atentados contra nuestros derechos: el derecho a circular libremente, el derecho a la vida, el derecho a expresar nuestras opiniones, el derecho a contar con la salud y la educación que abren como mariposa nuestras opciones, el derecho a expresar amor, el derecho a ser diferentes…
Y seguiremos perdiendo nuestro pedacito de país si no asumimos la obligación de defender esos derechos: los nuestros, los del vecino de en frente, los de la muchacha que no conocemos, los de la familia Pérez y los de la familia Vicini. O sea, los de todo el mundo incluyendo a quienes no nos caen bien o no entendemos.
Sí, los atentados son muchos y terribles. Pero podemos detenerlos. Eso sí. Hay que decidirse ya porque nos queda poco tiempo. Decidámonos a protestar, a regalar claveles, a destacar las causas justas, a apoyar públicamente a las y los políticos, funcionarios y jueces serios que nos quedan, a no perder la fe, a convocar con la tinta, con el arte, con el cuerpo… En definitiva, a insistir y construir con perseverancia el respeto a todos y cada uno de nuestros derechos.
Parte de esta crónica fue publicada en el desaparecido medio Clave Digital con el mismo título en mi columna “Notas al Margen” en julio 2010.