Casi imperceptiblemente, dentro de menos de seis meses, en República Dominicana los ciudadanos volveremos a poder influir en quiénes estarán al frente de las decisiones estatales y, como desde hace más de cincuenta años, se seguirá insistiendo en la participación y representatividad de las mujeres, un espacio donde comparativamente con el resto del mundo, el país no está tan mal, en parte porque el espacio público no es ni ha sido lugar de expresión de las mujeres durante la mayor parte de la historia de la humanidad.
Uno de los primeros lugares donde ellas tuvieron el derecho a votar, tan tarde como el siglo XIX, fue en la Isla de Man, en el Reino Unido, a condición de que tuvieran algún tipo de propiedad a su nombre y que no estuviesen casadas.
Le siguieron territorios ligados al Commonwealth: Nueva Zelanda, donde no tenían que ser propietarias y Australia, donde tampoco tenían que ser propietarias, pero donde se especificaba que no podían ser aborígenes.
Continuaron los países escandinavos, los territorios donde había triunfado la revolución bolchevique y de nuevo un territorio bajo la sombrilla anglosajona, Canadá.
En España, este uso fue iniciado en la década de 1930, quizás por la cercanía del gobierno de la Primera República con el bloque soviético. El resto del mundo occidental empezó a adoptar métodos que aceptaban el sufragio femenino consecuencia de una mayor asunción de responsabilidades civiles y de colaboración con el esfuerzo bélico durante la Segunda Guerra Mundial. Es en la década que va entre 1940 a 1950 que más países empezaron a conceptualizar como beneficiosa una mayor participación de las mujeres en la esfera política. En República Dominicana fue Abigaíl Mejía, la hija de un antiguo presidente de la Suprema Corte de Justicia y quien había vivido en la España republicana, la que más propulsó esta idea. Lamentablemente, ella no llegó a ver esa realidad aplicación que inicialmente estuvo orientada a consolidar simpatías para un régimen no democrático.
La realidad es que, en todos los ejemplos antes mencionados, la ampliación constitucional de la posibilidad de participación política ha seguido más que precedido a un cierto uso del poder. ¿Y qué aplicación tiene esto para las elecciones 2024, que fue el inicio de esta pieza? Simple traslación del conocimiento: es allí donde las mujeres tienen más fuerza que los partidos sacarán más beneficios políticos de su voto. Las estadísticas reflejan que uno de estos espacios donde ellas tienen más fuerza es en el mundo de la educación. Las mujeres son mayoría como docentes, estudiantes y en el grupo de personas con diplomas y con mejores índices académicos. Otro sector donde hay gran y decisiva participación femenina es la salud, no solo en los rangos más bajos. Prestar atención a las mujeres y sus fuerzas es una manera provechosa de dirigir mejor los países. Esto lo ha integrado hasta una institución tan consciente de la tradición como la Iglesia católica. Por primera vez en dos siglos de historia, en el sínodo de octubre de este año, varias monjas, aparte de decenas de sacerdotes y obispos, expresaron su voto sobre decisiones a tomar.