“No hay nada racional que sea fundamental en el hombre”. E. Sabato
El presente relato lo hago para protegerlo del olvido, como algo memorable que no debe perderse por el paso del tiempo. Trata de cosas importantes: el baloncesto, mis hijos, el éxito, el Club Domingo Paulino, José Ureña, presidente casi eterno del Club, y John García, el gigante dominicano que fuera una estrella de la prestigiosa Universidad norteamericana Setton Hall.
Me imagino que las personas racionales y prácticas no lo entenderán.
Corría el año 2012, nuestro Club Domingo Paulino estaba disputando las finales del torneo superior de baloncesto de Santiago contra el aguerrido equipo del “plaza Valerio”. La serie estaba 3 a 2 a nuestro favor, pero habíamos perdido el último partido. La rivalidad entre nosotros era proverbial, había una animadversión muy acentuada, que ha ido desapareciendo con el paso del tiempo. A las 9:00 A.M. me presenté a las prácticas del equipo. El próximo juego era al otro día. Tan pronto llegué noté los ánimos exaltados y una pesadumbre que podía cortarse. Los jugadores se me acercan y me cuentan lo sucedido: nuestro dirigente Melvin López le había hecho un señalamiento a John de cómo debía colocarse para defender a los contrarios, nada fuera de lo común. Quien sabe lo que pasaría en ese momento por la cabeza de nuestro espigado centro, pero tan pronto el dirigente terminó de hacerle las indicaciones, poseído por una ira incontenible, se le abalanzó para agredirlo. Hicieron falta todos sus compañeros para detener esa mole de 6’10 y 280 libras. Melvin estaba echado a un lado cuando llegué, visiblemente contrariado y molesto. Como un “David” había querido hacerle frente al coloso. John, por su parte, estaba sentado en el Banco avergonzado. Sin perder tiempo me dirigí al gigante a quien le dije que estaba separado del grupo, que desde ese momento no pertenecía al equipo. Se marchó de inmediato sin defenderse. Joselito el presidente del club, quien había llegado más tarde, estuvo de acuerdo con mi decisión, era un acto de indisciplina que no podía tolerarse.
La disciplina en los equipos tiene un valor incalculable. Melvin un dirigente respetuoso y trabajador, no se merecía ese trato.
La práctica pasó y nos retiramos a nuestras casas. Durante la tarde todos estábamos de acuerdo con la sanción. Permitir esa insolencia podía desmoralizar al grupo, y volver un caos al equipo. Pero el tiempo fue pasando, y llegó la noche. Ya no estábamos tan seguros de nuestra decisión. Si “El Ejército Rojo” nos empataba la serie, nadie le iba a quitar el séptimo juego a la popular barriada de “La Joya”. Mis hijos me daban la razón cabizbajos, sabían que habíamos hecho lo correcto, pero estaban conscientes que presentarnos al próximo juego sin nuestro centro era un acto suicida. John era un tremendo jugador, que solo un accidente de juventud impidió que fuera una estrella de NBA. No sabíamos que hacer.
La última llamada de Joselito fue a eso de las 11:00 p.m. “¿Qué vamos hacer?” Me preguntó lleno de dudas.
– ven a mi casa que vamos a consultar al Oráculo- le contesté.
– ¿Qué Oráculo, de que me estás hablando? – me dijo incrédulo
Le expliqué a grandes rasgos del I Ching, el libro chino de las mutaciones, una herramienta milenaria de consulta, con una certidumbre milagrosa, que escapa a lo racional.
Joselito llegó al instante. Lo mandé a congregarse con mis hijos Martín y Maximiliano alrededor de la mesa del comedor. Busqué el libro y mis monedas chinas de bronce, con calado cuadrado en el centro. Las monedas tienen dos caras, una es un dragón, – Yang- y la otra cara son unas letras, unos ideogramas chinos -Yin-. Son tres monedas. La cara Yang vale 3 y la Yin vale 2. Cuando las tiras, simultáneamente, las únicas posibilidades son 6,7,8 ó 9. En los valores impares 7 y 9 debes dibujar una línea llena y en los pares 6 y 8 una línea partida. Con esas líneas debes formar dos trigramas, uno inferior y otro superior, es decir, un hexagrama, una figura de 6 líneas. Cada hexagrama es la respuesta a una situación particular, la respuesta del oráculo. Las posibilidades son 64 donde están todas las contestas posibles a una situación determinada. Comencé el ritual sin dilación. Procedí a encender un incienso arriba de la mesa y a escribir la pregunta precisa, para obtener la respuesta adecuada. La pregunta era muy clara, “¿debíamos jugar el próximo partido sin John García o debíamos deponer nuestra actitud? “. Tiré las monedas al aire, debían ser la 1:00 am de la madrugada, el silencio era total. A mis hijos y Joselito se le salían los ojos, no creían lo que estábamos haciendo. Las monedas resonaban en la mesa de madera cuando caían. Formamos el primer trigrama, el inferior: “El agua”. Continuamos la ceremonia y formamos el trigrama superior: “El cielo”. Ya teníamos la respuesta del Oráculo. El hexagrama número 6, “El Conflicto”. “El cielo y el agua se alejan mutuamente”. Nerviosos nos fuimos a la consulta, la respuesta no pudo ser más contundente: “Aunque no quieras reconocerlo, la mejor salida de un conflicto es que se termine, no llevándolo hasta las últimas consecuencias. Arregla los conflictos, negocia rápido, es lo mejor”. “Concilia, déjalo ahí”.
La respuesta del libro de los cambios no dejaba lugar a dudas. Estaba claro que la situación no permitía una división. Si queríamos avanzar, debíamos resolver el problema. De los 64 hexagramas que tiene el Oráculo, nos había ofrecido el que concretamente se aplicaba a nuestra situación. ¿No era esto mágico?
Dejamos todo tirado en la mesa y nos fuimos al hotel a toda prisa, donde John García tenía listo su equipaje para partir temprano. Todavía recuerdo su pasaporte encima de la mesita de noche. Él estaba sentado en ropa interior al borde de la cama, sus ojos humedecidos. John era un competidor, y una excelente persona, estaba pasando por una pesadilla. Hablamos. Él debía disculparse con el Manager y el equipo. Hecho esto, podía jugar al otro día.
Lo que siguió después, no debe sorprender a nadie; John encestó 14 puntos y tomó 9 rebotes, ganamos el juego y nos alzamos con el campeonato, habíamos conquistado nuestra sexta corona.
El I Ching, el milenario libro de los cambios, había captado a la perfección el momento psíquico de los presentes, aquella noche. Nosotros habíamos proporcionado cada movimiento, cada segundo de las caídas de las monedas. Todos en nuestro interior sabíamos lo que teníamos que hacer, solo faltaba el Oráculo que nos lo pusiera en limpio. Por eso en el portal del famoso oráculo de Delfos, había una inscripción que rezaba “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.