El año 2020 fue horrible para Italia, uno de los países que primero empezó a sentir con fuerza los embistes de la pandemia y cuyas imágenes de un convoy de vehículos militares transportando decenas de cadáveres para ser cremados todavía estremecen el espíritu. La gota del coronavirus rebosó el vaso y las regiones donde había más precariedades en servicios sanitarios se vieron en el apuro de tener que importar médicos para poder responder a las necesidades de atención de salud de la población.

Ataúdes de Bérgamo.

El actual régimen cubano, que desde principios de su funcionamiento en la década de los sesenta del siglo pasado ha hecho alardes de su preocupación por la sanidad pública, ni corto ni perezoso, manifestó la posibilidad de enviar un contingente de profesionales de la salud en el mismo año 2020 para atender enfermos en Lombardía y, más recientemente, unos 500 médicos más para que, específicamente en la región de Calabria, se pudiese contar con un mínimo de galenos en los hospitales. Se puede ser simpatizante del socialismo o no, desde la mismísima época de la colonia, nadie les gana a los cubanos a la hora de resaltar aquello de lo que se enorgullecen. Todo el Caribe produce peloteros de grandes ligas, pero ellos, con unos cuantos y a pesar del embargo norteamericano, hacen muchísimo ruido con los pocos que tienen. Tradicionalmente son los haitianos y ciertas poblaciones de Brasil las que más han conservado las tradiciones yorubas, pero la Santería Cubana es de las más conocidas.  América Latina emana izquierdistas como Europa nacionalismos, pero Fidel Castro y sus seguidores están entre los socialistas más conocidos mundialmente. Nada, que donde llegan los cubanos hay un letrero que dice apártate, que los faroles es para acá que indican, nosotros somos los reyes del mambo. Y así ha sido en la más reciente entrega de esta telenovela de migraciones internacionales.  Los vuelos no acababan de aterrizar cuando los noticieros europeos empezaban a decir que las condiciones de esa “mano de obra importada” no estaba siendo justa ni respetuosa de los derechos humanos.

Y, sin embargo, los movimientos de personas con la esperanza de mejorar sus condiciones materiales de vida se suceden desde la prehistoria.  En el continente americano, desde 1492 se reciben viajeros por razones religiosas (al principio misioneros católicos en el sur, calvinistas y hugonotes más al norte y cristianos de países árabes en todo el continente a durante el  siglo XX) por razones políticas (españoles republicanos en América Latina y, cómo no, cubanos huyéndole a Fidel en los años sesenta o, más recientemente, muchos haitianos despavoridos frente al sistema de Martelly, sancionado por Canadá esta misma semana por haber financiado el funcionamiento de pandillas delincuentes), pero, sobre todo, se reciben millones de exilados económicos que sueñan con “hacer su América” dentro de los que caben inclusive muchos latinoamericanos que van a los EEUU, colombianos que iban a Venezuela y los haitianos que se desplazaban hasta República Dominicana desde el boom de la industria azucarera en San Pedro de Macorís.

Saliéndonos de las costas Atlánticas podemos constatar que desde hace más de tres años los japoneses importan trabajadores del sureste asiático, lo que implica que no son solo lo que están bajo contrato los que entran a la nación nipona. En consecuencia, se presenta la disyuntiva de qué hacer con los clandestinos. Hasta ahora parece que los llevan a campos de detención. Nos podemos imaginar sus condiciones de vida.  No se hace bulla con eso, no son cubanos.

Además de las condiciones de los viajeros, están la de los habitantes de los países que los acogen, que muchas veces se ven afectadas por la suspicacia.  Por ejemplo, actualmente, en los países cercanos al conflicto ruso-ucraniano se están construyendo muros para contener el influjo de migrantes y, un poco antes, el buque insignia de las promesas de candidato republicano a las elecciones presidenciales de los EEUU del año 2016 era la construcción de un muro que además iba a resultar gratuito.  Soñar no cuesta nada, pero vender sueños puede ser muy rentable. A veces, vender pesadillas puede ser aún más rentable. Ese es el éxito de las películas de horror.  Me da la impresión de que en el caso de los médicos cubanos en Calabria, como en el de algunos haitianos en República Dominicana, este puede ser el caso.