“La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso,

es la máxima creación de la literatura fantástica”,

Jorge Luis Borges

 

III. En busca del logos empírico. Quizás David Hume sea el gran desconocido entre nosotros. Sin embargo, a nivel más internacional influyó en el utilitarismo, el positivismo lógico, la filosofía de la ciencia, la filosofía analítica temprana, la ciencia cognitiva, la teología y muchos otros campos del saber.

De hecho, él representa el más certero antídoto intelectual a toda forma de engaño docta falacia, de dogmatismo o de superstición. Las solas conclusiones de lo antedicho en entregas precedentes, abogando por el empirismo, soslayando el imaginario principio de causalidad y los ilógicos excesos de cualquier proceso inductivo que pretenda ir  más allá de sí mismo, son insospechados, tanto en su época, como en la actualidad. Para prueba varios botones.

Sobrevolando el mundo contemporáneo con el prisma epistemológico de Hume, menciono a vuelo de pluma lo injustificable que resulta afirmar de manera conclusiva que el futuro de la humanidad es la inteligencia artificial, en tanto que autónoma del conocimiento y de la voluntad de un ser humano demasiado humano. Y eso así a pesar de los concienzudos escritos y múltiples entrevistas de Yuval Harari, entre muchos otros, sobre el dataismo y esos algoritmos que de por sí desconocen -si no burlan- la conciencia, el gusto estético, el libre arbitrio y la mismísima libertad del sujeto humano en tanto que este deviene reprimido y burlado por sus propios actos y hechuras.

Y ni qué decir a propósito de una realidad cuya riqueza multidimensional permanece desconocida debido a una u otra noción que -con letras de imprenta- gravan los hechos. Ejemplo entre otros tantos de esa obnubilación, la noción de liquidez expuesta por Zygmunt Bauman. Como otros tantos teóricos de la naturaleza biológica y socio-histórica de la raza humana y de cada uno de sus individuos y agrupaciones, él, al igual que esos otros armados con sus respectivas concepciones cuasi metafísicas de la realidad, ignoran la indefinición de lo que afirman como conclusivo. Por eso argumentan con el estilo apodíctico del magister dixit, cuantas veces adulteran la indeterminada totalidad final que engloba la secuencia de evidencias y eventos particulares bajo estudio.

Dejemos a un lado las cuestiones propias a la modernidad y, sitos en el presente y con los ojos de Hume al frente, advirtamos acerca de una hipérbole de narraciones, discursos y relatos cimentados en sí mismos. Son múltiples y divergentes. El mínimo común denominador en ella es que en ninguna de sus manifestaciones la razón empírica educa y forma a “la loca de la casa”, es decir, a la imaginación que es la que alienta tantas opiniones e intereses individuales.

En ese mar de cosas están los `fake-news´, deslumbrantes afirmaciones que restringen el desenvolvimiento e interpretación de lo real con sus deducciones apriorísticas irreales, falsas. Por demás, si hiciéramos caso a Umberto Eco -"las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas"- lo que intrinca los desvaríos es aún peor dada la profusión de mensajes, datos e información literalmente inverificable e insoportable. Todo ello, falsedades e idioteces, contravienen la verdad de los hechos, así como el bienestar y el bien común del Homo sapiens.

En ese contexto, diversas consecuencias decisivas para nuestro destino democrático pasan a ser advertidas. En el maremágnum de dimes y diretes que revuelven la opinión pública y avalan la desinformación, peligra primeramente la mejor edificación de la conciencia del ciudadano y, por vía de consecuencia, aumentan las desilusiones y las frustraciones individuales y decae el ejercicio democrático. Segunda consecuencia, en la medida en que de hecho incluso la soberanía popular es burlada, -pues en el estado de cosas actual salido de elecciones `libres´ todo se compra y se vende, sin que necesariamente se imponga el poder judicial como único referente universal e imparcial en el Estado de derecho moderno-, lo instituido en la vida cotidiana contemporánea en Occidente es la “infocracia” referida por Byung-Chul Han y “la revancha de los poderosos” autócratas antidemocráticos a propósito de los cuales alerta Moisés Naím. Ambos fenómenos políticos devienen el pan nuestro de cada día. Tan enredada está la opinión pública contemporánea en el pedestal ideológico, que hasta el presidente estadounidense de turno, Joe Biden, con toda la solemnidad que le confiere dormir a orillas del Potomac, llama a “defender la democracia” a todo un país que con no poca ingenuidad creyó en el `destino americano”.

Independientemente de que sea en ese caldo de cultivo que languidece el ejercicio democrático o no, a los ojos de Hume, lo decisivo sería esa interminable lista ideológica de aseveraciones taxativas carentes todas de la debida verificación empírica debido a conclusiones y deducciones indemostrables en sí mismas. Ahí caen fascistas, nacionalistas…, cientistas y tecnicistas, progresistas y retardatarios, así como variados `ismos´ que van e `ismos’ que vienen; amén de los `neo´ esto o `neo´ aquello. Doctrinas e ideologías partidarias contemporáneas, empero, sacralizadas en su etnocentrismo -a tal punto- que rompen con su perenne exclusión de los otros, es decir, de eventos y/o de sujetos que estiman que están de más, de sobra, la indeterminación intrínseca de cualquier cadena de particulares de índole sensorial.

Ahora bien, del antídoto del filósofo escocés para combatir el absolutismo ideológico repleto de afirmaciones tajantes aunque  indemostrables no se salvan ni el mundo axiológico ni el religioso.

De ahí lo ilógico e irracional que resulta a sus percepciones sensoriales apelar a elusivas e irrealizables máximas éticas -`mínimas´, como las propuestas por Adela Cortina, o no- de lo que debe-ser (precisamente porque no-es y, en cuanto tal, permanece empíricamente ignoto y carente de pruebas); o lo absurdo de recurrir a certezas subjetivas e irrefutables de raigambre moral, pues todas aparecen como un imperativo encapuzado en forma cuadriculada y con cariz apologético en un mundo por ahora tan multicultural como globalizado. `Mundo feliz´ e incluso del `espectáculo´ y divertido, aunque sin por ello dejar de ser `ancho y ajeno´ dado su empobrecimiento material y la `miseria del historicismo´ que lo delata.

En ese complejo mundo, trátase de violentar la naturaleza humana para sacrificarla en el altar de una creencia o de un deber u obligación desde donde se rehúye, tanto del deseo natural e impulsivo, como de las apetencias más primarias y humanas. Bajo la lupa de Hume no vale ese sacrificio, ni siquiera cuando esa ofrenda se consuma expuesta a una belleza expresada como logos poiētikós, tal y como se declamaba en la antigua Grecia ateniense -expuesta siglos después de la modernidad en el Hyperion de Friedrich Hölderlin; y, tampoco, tal y como se diría al ritmo de un martillo un buen siglo después de Hume- desde el `más allá del bien y del mal´.

Ha de quedar claro. Para Hume no vale un versión de la única `re vera´, realidad verdadera, que no sea la empírica. Ni que venga de manera subrepticia bajo el verbo moralizante o la imagen poética y, mucho menos, bajo la creencias religiosas. Mas, dicho de manera franca, el empirismo humeano no permite afirmar que exista un ser superior, tenido como divinidad absoluta o Dios pues, si todo conocimiento deriva de la experiencia, no hay forma de fundamentar el conocimiento en un ente superior del cual no tenemos ni siquiera una impresión sensorial, objetivamente verificable.

Por supuesto, Hume previene a quien quiera hacer uno de la razón de las astucias del engaño. En efecto, podría objetársele que la presencia divina en la tierra se halla en la experiencia de los milagros dizque sobrenaturales, esos que trazan entre nosotros los humanos el verdadero rastro de alguna esencia celeste extraordinaria y fuera de lo natural. Pero es ahí donde irrumpe su objeción definitiva a todo lo que se excluya de lo natural. Entretejidas las creencias por las mentes febriles que se encuentren congregadas, las mismas no hacen más que contemplar, orar y esperar que lo inaudito e irreal -cobijadas por una pseudo causalidad milagrera- religue inconsecuentes efectos improbables del mundo natural con lo sobrenatural; léase bien, en jerga filosófica, con la `primera causa´ aristotélica representada en el espacio y el tiempo por la o las deidades de turno.

En resumidas cuentas, atentos a la concepción humeana, la actualidad de la omnipresente sociedad occidental deja atrás la religión calificada años más tardes con relativo desdén como `opio del pueblo´, para entronizar la `idiotización´ de quienes ni saben que lo son ni lo que quieren. Me refiero a una época hoy  indefinida e indeterminada en la que cualquier ByteDance diseña una herramienta provista de un algoritmo capaz de convertir casimente en adictos a unos usuarios que se pasan varias horas al día haciendo scroll con el dedo de video en video.

Así, pues, parafraseando el principio hegeliano por excelencia: “Lo lógico es real y lo real lógico”, Hume denunciaría que no solo en términos ideológicos, sino también prácticos lo virtual es hoy día real y lo real lógicamente virtual.

En ese enrevesado mundo pleno de tecnología inteligente y de suposiciones, el antídoto humeano aparece -como quien dice, llave en mano- para auxiliarnos a salir de una nueva caverna republicana de sombríos despotismos políticos, ilusiones subjetivas y tenebrosas, y dogmatismos hieráticos que por su espíritu inquisitorial solamente son formalmente moralistas y doctrinales. Tal y como será expuesto en un último artículo, de dicho mundo solo escapa, según Hume, quien se auxilie de la pasión que gobierna la razón empírica.