Con cámaras y micrófonos de los medios en encendido, ante el cadáver de su ex subalterno César Prieto y dolientes, justo antes de la sepultura, un frío expresidente Danilo Medina precisa de entrada que ha pensado muy bien el breve discurso que a continuación expondrá en el acto fúnebre. No quiere dejar una pizca de dudas sobre la intencionalidad de su mensaje.

El lunes 30 de noviembre, su ex asistente, ex superintendente de Electricidad y ex director del Plan Social de la Presidencia se ha disparado en la cabeza, mientras la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa (PEPCA) allana y apresa a funcionarios de los dos cuatrienios de gobierno anteriores (2012-2020), y a personas consideradas testaferros.

En aquel escenario de familiares y amigos tristes, previo al entierro, un Medina imperturbable toma el micrófono y, muy lejos de su cerebro límbico, pausado, sin lloriqueo, emite una “sentencia moral” contra su amigo muerto, y hasta justifica la decisión del suicidio, aunque, en el componente manifiesto del signo destaca su seriedad y su honor.

Revela que él le había solicitado una reunión y allí le agradec las designaciones en los cargos, contó su preocupación por los comentarios negativos sobre el PLD en las redes sociales, y su temor a avergonzarle si las autoridades le humillaban y le encarcelaban como se rumoreaba. 

Si había dudas, muchos las han despejado. Las palabras de un expresidente pesan. Y mucho. Su ex subalterno se mató porque se sentía culpable.

El exmandatario ha testimoniado de manera indirecta la culpabilidad de César Prieto, su leal amigo muerto; mientras, él, Medina, de manera latente, se ufana de estar libre de todo mal:No me quería avergonzar”.

El perceptor crítico ha resignificado de inmediato: ¿Por qué avergonzarle si era honrado y nada tenía qué ocultar? ¿Acaso un político formado, como Prieto, desconocía que el mundo de la política es convulso, y el escarnio (ahora en las redes, en las plazas) y el encarcelamiento, en ocasiones injusto, resultan cada vez más comunes? ¿Acaso desconocía el tipo de piel que se necesita para activar y sobrevivir en ese ambiente hostil?

Prieto no puede defenderse; no podrá. Está muerto. La esposa Sandra Abinader y sus hijos casi seguro que hablarán por él cuando estabilicen sus emociones y puedan regirse por el cerebro racional (córtex). Pero les será muy difícil limpiar la mancha. El aceite lo han derramado.

El presidente Medina ha politizado ese suicidio en medio de las persecuciones contra exfuncionarios. Y en la búsqueda de ese objetivo ha embarrado a otro que no podrá ni confirmar ni desmentir tal revelación. Un paso político en falso cuyo costo quizá jamás pueda solventar.

Un paso en falso de mayor calado que la impertinencia de su salida como colofón de la nota leída hace unas semanas por el Comité Político del PLD en respuesta al gobierno de Luis Abinader y las acciones anticorrupción ejecutadas por la Procuraduría General.

En la ocasión se limitó a tildarlas de cobardes, y a advertir que, si hay proceso judicial justo, su hermano Alexis y su hermana Carmen Magalys, ahora detrás de las rejas, quedarían libres de culpa. Las horas posteriores a sus desaguisados, lo desdicen. Las justificaciones de las medidas de coerción lucen muy sólidas.

De un político diestro y considerado por muchos como estratega de lujo, se esperaba una respuesta menos emotiva y nada ambigua.

Era más conveniente dejar constancia sobre su férrea voluntad de que fuese sometido a la justicia todo ladrón de dinero público, aun fuesen él y sus familiares. Debió hacer más: presentarse motu proprio ante la procuradora general Miriam Germán Brito para manifestarle su disposición a ser investigado hasta el último pelo.

Sintiéndose firme en su pureza, esta iniciativa le habría redituado gran capital político y el fortalecimiento de su reputación. Porque, si lo apresaran, comoquiera saldría ganando. Y no se sentiría avergonzado. Ni él, ni su familia.

Esa sería una magnífica oportunidad para demostrar su inocencia y arrinconar a sus adversarios.

En cualquiera de los escenarios, el suicidio nada soluciona. Porque ninguna adversidad amilana al hombre honesto. Aunque sea una acusación de ladrón que, a fin de cuentas, ha de demostrarse en los tribunales en un juicio “público, oral y contradictorio”.

El expresidente Medina debería rectificar sus erráticas salidas discursivas de los últimos días. Sobre todo aclarar su peligrosa teoría sobre el suicidio.

Jamás debería olvidar su condición de influyente político en una sociedad de muchas personas con predisposiciones cerebrales que, con menos de lo dicho por él, debutarían con una acción violenta como quitarse la vida.