Ahora se ha puesto de moda publicar videos en los que se falta el respeto a la investidura del presidente de la República.
Desde una señora que se refugia en la religión para insultar y amenazar, pasando por alguien con aspecto de profesional que dice defender y reclamar su derecho, hasta uno que desafía y luego intenta justificar diciendo “yo vivo de la controversia”, “con eso le compro la leche a mi niño”, son muestras de una tendencia muy singular.
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué ocurre eso? ¿Será suficiente con despacharlo tipificándolo como simple “descomposición social”? ¿Deberemos hurgar hasta llegar a las raíces del asunto? Evidentemente, aquí hay oportunidad para ejercer nuestra capacidad de razonar.
Los estudiosos están de acuerdo en la incidencia del lenguaje para que los seres humanos hayamos logrado avances que marcan una clara diferencia con el resto de los animales. Aunque ciertos comportamientos hacen dudar de nuestra superioridad, en sentido general, los seres humanos hemos logrado avances imposibles para los seres irracionales.
El logro de que vivamos en sociedad, para usarlo como ejemplo y punto de partida, es resultado de la capacidad para comunicarnos. De hecho, John Dewey, destacado filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense, plantea de manera directa y clara que “la sociedad no solo existe por la comunicación, sino que existe en ella”.
Pero ¿qué hemos hecho y qué hemos escogido hacer con la comunicación? Si bien es cierto que ha servido como virtuosa vía para entendernos, ayudándonos a lograr acuerdos y construir consensos, no menos cierto es que también ha sido usada, de manera creciente, para lograr propósitos que implican embaucar a los demás.
Diversos estudiosos han planteado etapas en la comunicación. Alvin Toffler nos ha referido una primera en la que la comunicación ocurría “de uno para uno”, una segunda en la que la comunicación ocurría “de uno para muchos”, y una tercera en la que la comunicación ocurre “de muchos para muchos”.
Pero ocurre que ahora se han unido dos factores que hacen muy compleja la tarea de comunicar: de un lado, esa segunda etapa no acaba de terminar; de otro lado, la tercera nos ha tomado sin saber bien lo que “tenemos entre manos”. Esa combinación se presta para que gente que sí tiene bien claros los temas use y abuse con lo que sabe.
Esa gente abusa del desconocimiento generalizado para “hacer de las suyas” sin el más mínimo remordimiento. Incluso, lo que muchos han proclamado como “libertad” solo ha servido para confundir, desorientar y “pescar en río revuelto”.
Ocurre que, así como una vez requeríamos más y más información para tomar la mejor decisión, ahora no logramos ni acercarnos a la posibilidad de gestionar tantos mensajes disfrazados de información.
Eso provoca que terminemos “infoxicados” y muy confundidos, sin rumbo claro y con serias dificultades para mantenernos y muchas más para avanzar como sociedad. Ese panorama encuentra un caldo de cultivo muy dañino en ese aceleramiento generalizado para conseguir todo y hasta para “ponérsela en China” a quien parece que podría adelantársenos para conseguir algún propósito.
Dicho en otras palabras, y volviendo a Dewey, la mala gestión de la comunicación ha puesto en grave riesgo la posibilidad de mantenernos y avanzar como sociedad. Pues ocurre que, de aquella segunda etapa, con comunicación “de uno para muchos”, hemos heredado la idea del “poder de los medios para influir”. Por eso ahora nos encontramos con que cualquiera quiere ser “influencer”.
Esa aspiración ha encontrado un incentivo poderoso: la “monetización”. Sin importar si se sabe o no se sabe lo que se tiene entre manos, el asunto es sacarle partido a cada “like”, a cada “view”, a cada “click”. Sin importar lo que haya que hacer y mucho menos las consecuencias, propias o ajenas, el asunto es “lograr viralidad”.
Lo que hasta hace poco implicaba orientación del talento, dedicación por el estudio y la formación, preparación y paciencia hasta que se alcanzara a ver una oportunidad, y luego sacarle provecho manteniéndose en permanente actualización, la inmensa mayoría de la gente prefiere despacharlo “dándole pa’llá”.