La 28 Cumbre Iberoamericana de Jefes y Jefas de Estado y Gobierno ha sido desarrollada 24 y 25 de marzo en Santo Domingo, capital de la República Dominicana. Se ha fundamentado en tres ejes: medioambiental, económico e institucional.

Por su historial de muy caros y poco productivos para las naciones chiquitas, estos grandes encuentros resultan poco amigables para mucha gente. Pero estamos “obligados a carabina”, aunque nos discurseen que tenemos derecho a no participar. Las potencias del mundo han diseñado una globalización a su conveniencia, y vivir fuera de ella implica ahogamiento total.

Solo mirar hacia dónde se ha inclinado la balanza de las organizaciones de las Naciones Unidas y de Estados Americanos cuando se trata de los pueblos de América Latina y nuestro Caribe.

Hay que nadar, sin embargo, en ese proceloso mar, aunque sea para, al menos, observar impotente la sobrada diligencia para intervenir en situaciones internas de países, solo por intereses económicos y políticos del poder mundial (invasión a RD el 28 de abril de 1965). Y para denunciar ruidosos silencios e inconmensurable inercia respecto de situaciones urgidas de discursos duros y acciones concretas (caso Haití).

El presidente de la centroamericana Costa Rica, Rodrigo Chaves, fue contundente en su participación este sábado. Reclamó a la ONU que presente respuesta inmediata a la exigencia para que se controle la violencia en Haití. Y denunció que el 70% de la capital de ese país isleño, Puerto Príncipe, está dominado por bandas criminales.

Planteó con claridad meridiana: “Y eso no podemos ignorarlo. No podemos negociar con las tres bandas criminales grandes. Dicen que hay que celebrar elecciones, pero quién va a ganar esas elecciones… Hay que apagar el incendio antes de preguntarnos cómo  vamos a reconstruir esa casa. No es posponiéndolo ni ignorándolo. Estamos aquí, en República Dominicana, en la misma isla donde hay un Estado fallido, donde hay violencia, y el mundo está volviendo a ver para otro lado. No me parece justo decirle a República Dominicana que envíe fuerzas armadas. Esto es una responsabilidad mundial, y no lo estamos asumiendo”.

El nuestro, Luis Abinader, reaccionó puntual: “Tienen que pacificar a Haití… La única forma de actuar con Haití es pacificar a Haití; no es con otros discursos, esa es la forma”. Y aseguró que sufren los más pobres del vecino país porque los ricos viven en Miami y República Dominicana.

El grito de los dignatarios dominicanos, sobre todo del actual, ha sido sostenido en los foros internacionales. De ahí viene la oportuna solidaridad de su par costarricense y de otros presidentes.

La respuesta ha sido la callada y la actitud contemplativa ante el desangramiento de los vecinos del oeste de esta isla caribeña, apadrinado por empresarios, políticos y mafias internacionales.

Pareció natural el asesinato del presidente Jovenel Moise, en su residencia de Petion Ville, la madrugada del 7 de julio de 2021 por parte de mercenarios colombianos contratados desde Estados Unidos.

Parece natural que tantos inocentes sean asesinados a diario en las calles y en sus casas, y cientos de personas  secuestradas para cobrar por rescate y mantener las bandas.

En cuanto a Haití, la irresponsabilidad de los llamados organismos internacionales no tiene parangón. No caben excusas.

Da la impresión de que sienten desprecio por aquella comunidad y se juegan a esperar un agudizamiento del caos y su expansión a toda la isla.

Con una pequeña cuota del montón de dinero gastado en los armamentos usados en la guerra Rusia-Ucrania, se podría estabilizar a ese país y acompañar a su gente en la construcción del desarrollo integral. Pero falta la voluntad. No es económicamente atractivo.

Se trata del pueblo más empobrecido del hemisferio, lleno de enfermedades, sin acceso a servicios básicos, con una cobertura boscosa reducida al 2%, sin capa vegetal y sin grandes reservas mineras.

De poco han servido cumbres y asambleas mundiales. A lo más que han llegado es a cantaletear sobre restauración de la democracia y celebración de elecciones, como si esas fueran las prioridades en un Estado fallido, presa de la violencia y de la pobreza extrema de su población.

Comoquiera, participar en estos foros internacionales es la opción menos mala de la alternativa, a sabiendas de sus costos y de que, como dice el proverbio flamenco del siglo XVI, “el pez grande se come al chico”.

Y pese a la estrofa de la canción que popularizara a finales  de la década del 70 del siglo XX el cantautor español Emilio José:

“Ni contigo ni sin ti
tienen mis males remedio
contigo porque me matas
sin ti porque yo me muero”.