Entre dimes y diretes partidarios, sondeos, un Instagram incesante, y “youtubers” teorizando, pude pasar un reconfortante y esperanzador fin de semana. Disfruté de un país diferente: el de las bellas artes. Placer extraño -sin tener que serlo- para gran parte de la población.
El jueves pasado asistimos al Teatro Nacional, Sala Ravelo, a presenciar la representación de “El Gallo” (una versión de la vida política de Joaquín Balaguer), monólogo interpretado magistralmente por el actor Francis Cruz y dirigido con acierto por Fausto Rojas. Idea original del actor, que escribió correctamente Rafael Morla. Una velada estimulante y reflexiva, a la altura de cualquier obra teatral de Madrid o Buenos Aires.
La noche siguiente fuimos a “Chao Café Teatro”, un espacio agradable donde se facilita la interacción entre público y actores. Esperamos cómodamente sentados el comienzo de “Teatro para mamá”, una producción del gran Frank Ceara. La pieza resultó ser certera y divertida: una comedia de enredo alrededor de la figura materna. El público río a mandíbula batiente. La actuación, la dirección y el libreto resultaron impecables. Asistieron jóvenes y viejos que agradecieron con emotivos aplausos.
Llegado el domingo, decidimos visitar el Museo de Arte Moderno. Para mi sorpresa, iban y venían por el lugar escolares uniformados de todas las edades, parejas y familias. Guías atentos y cordiales orientaban a los visitantes mostrando conocimiento.
Las salas de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIACI), exposición temporal, entretenían y admiraban a grandes y chicos. Una muestra magnifica, expuesta como es debido. Las exhibiciones permanentes satisfacen cualquier expectativa, y dan testimonio de nuestra superior y exquisita tradición en las artes plásticas. En fin, un museo que da gusto y orgullo visitar.
(La exposición internacional (FIACI), fue costeada con fondos privados; de mecenas y empresarios sintonizados con nuestras necesidades culturales. El Ministerio de Cultura no disponía de fondos para el evento…)
Puedo asegurar, sin pretender descubrir pólvora o rueda alguna, que si obras de teatro como las que presencié el pasado fin de semana, y exposiciones como las del Museo de Arte Moderno, se replicaran en cada cabeza de provincia al menos una vez al mes -en versiones varias- se estaría dando un paso gigantesco en nuestro desarrollo social. (Perogrullada que ningún gobierno se ha dispuesto a entender; un misterioso desinterés ante tan comprobada verdad.)
Si la orquesta sinfónica se fraccionara semanalmente en tríos y cuartetos, llevando música de calidad a diferentes parques barriales y glorietas municipales, el resultado sería asombroso: muchos dembows y otras distonías quedarían mal heridos.
El arte como antídoto contra el envilecimiento, la incultura, y la violencia de nuestras mayorías, es un remedio comprobado. Las bellas artes promueven y generan hombres y mujeres civilizados. Claro, para eso es necesaria una decidida política cultural que sepa nutrirse del talento, profesionalidad y voluntad de hacer, de la clase artística.
Una política estatal empeñada en la tarea de llevar cultura a todo el territorio nacional de manera proporcionada. Hasta ahora, se fomenta en demasía el folklore y el “arte popular”, resultando atosigante y desbalanceado. La proporcionalidad es necesaria, o nos quedaremos entre el güiro y tambora.
Espero ver a Luis Abinader escoger, durante su nuevo periodo, las artes plásticas como un impostergable proyecto de transformación social. Quizás no se haya dado cuenta todavía, pero propagarlas es tan transformador como el desarrollo del turismo. Y menos complicado.