Desde los años sesenta, con el desarrollo de los medios de comunicación de masas, y más recientemente con los avances de las nuevas tecnologías de la comunicación, se ha producido a nivel global lo que algunos sociólogos han llamado la aparición de la sociedad informacional y la hegemonía de la cultura mediática.

El desarrollo de la internet y las nuevas plataformas de la comunicación han hecho posible el fenómeno de la comunicación digital en todas las esferas de la sociedad. En la economía se ha producido un auge de las transacciones económicas virtuales, el trabajo a distancia, la promoción del consumo y las compras por la internet y las redes sociales.

Las nuevas formas de comunicación han servido para aumentar las interacciones sociales más allá de los espacios físicos, desarrollando la educación a distancia, reduciendo el espacio en la (re)construcción de la intimidad, las relaciones familiares: afectivas, amorosas y emocionales en la vida cotidiana de los individuos.

Además, hay que reconocer también que, los enormes cambios que se han estado operado en las plataformas digitales de comunicación desde hace varias décadas están produciendo un fuerte impacto en las formas de pensar y hacer política, es decir que están obligando a transformar y reinventar la participación política.

De manera que la sociedad dominicana, y en particular su sistema político, no se puede pensar al margen de los cambios que está introduciendo la revolución de las tecnologías de la comunicación y la influencia de la cultura mediática en los diversos grupos de la población.

La democracia y el auge de la cultura mediática en la sociedad han hecho posible que las luchas externas y los conflictos internos de los partidos se desplacen al foro público y las redes sociales. Los intelectuales, los líderes de los partidos, los influencer mantienen a través de los medios y las redes sociales una lucha política-cultural por la hegemonía y el posicionamiento de los partidos y sus candidatos, en la mente y conciencia de los ciudadanos dominicanos.

En este contexto, las formas de legitimación de los partidos y los líderes políticos dominicanos no se pueden reducir a puro instrumento de la clase dominante o aparato del poder político, sino que han hecho su entrada a la cultura mediática, del simulacro, el espectáculo y, por tanto, deben competir en el juego simbólico de la seducción política.

En la sociedad informacional, se ha puesto en evidencia que en política “todo se vale”, desde las diversas formas de relatos políticos, las fake news, los estandarizados tweeters, los memes, los hashtags y otros recursos mediáticos, culturales, para posicionarse en la opinión pública y el imaginario político de la población dominicana.

En ese sentido, la construcción de la legitimidad de la política se ha hecho más compleja, pues no es suficiente apelar a valores políticos universales como la libertad, la igualdad, invocar la lógica tecnocrática de la eficiencia administrativa o la ética comunicativa, sino que también hay que tomar en cuenta la racionalidad estética.

En el marco de la cultura mediática, las relaciones y fidelidades políticas se construyen desde abajo, desde las experiencias, emociones, deseos y necesidades de los diversos grupos sociales. En ese sentido, los políticos dominicanos están forzados a participar en el juego de la seducción, deben construir estrategias de acción política: discursivas, simbólicas, que conecte con las subjetividades e imaginarios de las mayorías de dominicanos.

En la democracia, se asume las competencias partidarias; por tanto, los partidos deben competir y montarse en las estrategias del marketing político, de la publicidad, del look del líder político, del cuidado de su imagen, de la estética de su cuerpo y estar expuesto permanentemente en las redes y los medios de comunicación.

Los líderes políticos construyen sus estrategias discursivas, y de (re)presentación de sí mismo, a partir de los diversos grupos sociales que quieren impactar. Los mejores ejemplos los tenemos en los precandidatos del PLD. Por un lado, Margarita Cedeño, con una retórica y estética enfocada en la juventud dominicana, Abel Martínez, con un discurso anti-haitiano que busca promover el miedo al extranjero e impactar las pasiones nacionalistas de grupos conservadores.

Por otro lado, Leonel Fernández cuya estrategia discursiva es posicionarse en los grupos empresariales y profesionales, a partir de su capacidad comunicativa, burocrática y administrativa, y Luis Abinader que su mayor capital simbólico y legitimidad política sigue siendo su capacidad de escuchar a los otros, su discurso ético-moral en contra la corrupción y los que él representa en las luchas por el adecentamiento de la administración pública.

Sin embargo, debemos estar consciente de que esta transformación en la forma de hacer política, de la inmediatez del simulacro en el juego de la seducción política, no se produce de forma transparente, sino con ciertas contradicciones y conflictos, pues la política precisa construir también un horizonte de futuro, un imaginario, unos valores e ideales de una sociedad mejor que la presente.