Toda estructura cultural con vocación nacional tiene dos rasgos fundamentales. Primero está formada por partes que reflejan las diferencias y contradicciones entre grupos de poder en el seno de la misma y a la vez está en constante transformación debido a la evolución económica, social y política de dicha sociedad y las influencias externas. Todo discurso identitario que aspira a representar a una nación de manera monolítica es por definición autoritario y perverso.
La sociedad dominicana en el siglo XX conoce los beneficios de procesos migratorios que han enriquecido nuestra realidad social, la migración haitiana, la española, la del medio oriente, la de china y los ingleses de las islas caribeñas. Hay una bibliografía in crescendo de esos fenómenos migratorios hacia nuestro país gracias a la política editorial del Archivo General de la Nación y el Instituto Nacional de Migración, y las tesis del Doctorado en Historia de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Estamos hablando de investigaciones de sólido rigor científico y no el cretinismo de las redes sociales (y medios de comunicación) pobladas de racismo y xenofobia.
Muy sabio fue el pueblo dominicano cuando masivamente se enfrentó al ejercito español a partir del 1861y logró sacarlo de nuestro territorio en 1865. Sabios fueron nuestros campesinos del Valle de San Juan y de la llanura del Este cuando enfrentaron a los Marines invasores de Estados Unidos, mientras la intelligentsia de Santo Domingo afirmaba que el atraso de nuestro pueblo se debía a los campesinos por ser pobres, analfabetos y “mal comíos”. Bosch en 1940 desmontó ese argumento con su prólogo a un libro de Juan Isidro Jimenes Grullón donde afirmaba que la culpa de nuestro atraso eran los pueblitas que explotaban al campesinado.
Dudo que estudiante alguno del bachillerato de nuestro país sepa que el 27 de febrero del 1844 el proyecto de Estado dominicano estuvo a punto de naufragar porque la población negra sospechaba que se iba a restablecer la esclavitud y la primera ordenanza de la Junta Central Gubernativa fue: “que la esclavitud ha desaparecido para siempre del territorio de la República Dominicana, y el que propagare lo contrario será considerado como delincuente, perseguido y castigado si hubiese lugar”. Esos “detalles” se ocultan por los voceros duartianos y miembros de la Academia (no todos) que propagan el antihaitianismo.
Un personaje de gran importancia que se oculta es la figura del presidente haitiano Fabre Geffrard, que hasta Trujillo le dedicó la calle conocida hoy como Abraham Lincoln, ya que al derrocar a Faustino I (Faustin Solouque) el 15 de enero de 1859 cerró el ciclo de las escaramuzas del pretendido emperador hacia el territorio dominicano y promovió la firma de un acuerdo de cese de hostilidades, sin olvidar que fue el principal apoyo de los restauradores en su lucha contra España.
Las estupideces racistas y antihaitianas que están tan de moda hoy día en nuestro país es una muestra del cretinismo social, incluyendo los lloriqueos por “el costo de las parturientas” que alcanza el grado de inmoralidad. Ya Bosch en 1943 señaló en la famosa carta a tres amigos que “Los he oído a Uds. Expresarse (…) casi con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno; cómo es posible querer a los hijos de uno al tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, sólo porque son hijos de otros”. Y señalaba con pesar de que “la dictadura (de Trujillo) ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer; si es que puede vencerse alguna vez”. ¡Cuanta razón tenía Bosch al ver con vergüenza lo que hoy se propaga en nuestra sociedad!
Es mismo Juan Bosh que 15 años antes de nacer ninguno de sus ascendientes habían llegado al país o José Francisco Peña Gómez que hijo de padre y madre haitianos, salvó su vida de milagro frente al genocidio trujillista contra la población negra dominicana y haitiana en la frontera norte. ¿Quién es capaz de negarles los méritos a estos dos DOMINICANOS dedicados en cuerpo y alma a construir la sociedad dominicana? Muy lejos de los vulgares anti haitianos que hoy controlan los discursos en nuestra sociedad.
Cómo es posible que únicamente la tumba saldó la ignominia de elevar a un asesino de los mártires de las Manaclas a la matrícula de una Academia. Que Santana esté en el Panteón Nacional o que de Narcisazo todavía no sepamos su destino terrenal. Hay un fondo corrupto en nuestra cultura, en aquella que se predica desde las esferas del poder político, económico y académico. Dudo que la generación adulta actual pueda regenerarnos, mi esperanza está en los jóvenes, no en todos, sino en esos -que son muchos- que aspiran a edificar una democracia en justicia y cultivar la sabiduría que nos hará una nación civilizada.
La sociedad dominicana en su historia ha expurgado, como expresión del cretinismo autoritario, a Juan Pablo Duarte, Eugenio María de Hostos, Pedro Henríquez Ureña, Juan Isidro Jimenes Grullón y Juan Bosch, entre otros. Eso es gravísimo, un pecado original que arrastramos, mientras educadores hablan de “las cosas buenas de Trujillo” o una pandilla de políticos vagabundos proclamaron a Balaguer como “padre de la democracia”. No le falta razón a don Américo Lugo o Pedro Mir, esto que tenemos no merece -por ahora- el nombre de país.