Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) no pudo ver la serie de Marie Kondo Tidying Up [Orden y Limpieza] (2019) en Netflix; sobre todo el episodio 5 de la temporada 1, en el que recomendaba no poseer, idealmente, más de 30 libros. Por un pelito, apenas 324 años, se perdió Sor Juana la serie de Marie Kondo. Calificadora de la Inquisición del Orden y la Limpieza, Marie Kondo de seguro habría perseguido a Sor Juan por haber acumulado más de 6,000 libros. En la película Yo, la peor de todas de María Luisa Bemberg, Sor Juana, ante la inminencia de la incautación y posterior venta de su biblioteca, se lamenta: “Sin mis libros, no puedo existir”.
El concepto minimalista con respecto a los libros, aplicado a un intelectual, no tiene sentido, sobre todo si se toma en cuenta que la biblioteca del escritor no tiene nada que ver con la limpieza y el orden; es un medio vital, refugio, salvación. De la biblioteca de Sor Juana, en ausencia de un testamento detallado o de un catálogo exhaustivo, se sabe muy poco. Algunos calculan la cantidad de libros en cuatro mil; otros, en seis mil. Pero, lo cierto es que para esa época era una biblioteca formidable. Según Alejandro Soriano Vallés: “Se habla de que tenía cuatro mil volúmenes. Muchos de ellos fueron regalados. Eran libros de teología, poesía, filosofía, moral, filosofía dogmática, entre otros temas” (Rodrigo Vera. “El enigma de la biblioteca de Sor Juana”)
Hay varios tipos de biblioteca, mejor aún, tipos de escritores que establecen diferentes relaciones con sus bibliotecas: el coleccionista, el esencialista, el bibliómano y el tsundokista. En dos artículos anteriores me referí a las bibliotecas de Walter Benjamin y de Benito Spinoza, respectivamente. En “La biblioteca de Spinoza”, me referí al sueño barthesiano de una biblioteca “ejemplar de libros de fondo” (diccionarios, enciclopedias, manuales, etc.), y entonces describí la biblioteca “esencial” de Benito Spinoza que, a la hora de su muerte, consistía en apenas cuarenta libros. Nada que ver con la compulsión anti intelectual de Marie Kondo.
La biblioteca de Walter Benjamin, crítico de la Escuela de Frankfurt, era todo lo contrario a la de Spinoza, no sólo en cantidad, ya que, a los cuarenta libros de Spinoza, meticulosamente ordenados en cinco anaqueles, se le oponía el caos de los más de cinco mil volúmenes de Benjamin. A diferencia también de Spinoza, para quien su biblioteca “esencial” de cuarenta libros tenía la función de consulta, estudio y gozo, Benjamin era un coleccionista y, como tal, no se preciaba de haber leído todos sus libros: “Toda pasión raya en lo caótico, pero la del coleccionista raya en el caos de los recuerdos”, afirmó el filósofo alemán.
El tsundokista -del japonés tsumu “apilar” y doku “leer”- amontona libros sin leerlos. Emparentado con la bibliomanía -aunque suene a enfermedad contagiosa- el tsundokismo apunta a la pasión de adquirir, apilar, poseer, admirar y amar los libros. En el lector, poseedor y coleccionista se vuelcan los recuerdos y los afectos; la necesidad imperiosa de estar rodeado de libros. Hay, si se quiere, una relación sensual con los libros: el olor a tinta, a papel viejo, el tacto con el papel biblia, papel cebolla, papel estucado. Hay libros que envejecen dignamente; otros te miran desde el estante y externan una súplica. De un poemario de Baudelaire puede saltar un verso maldito; o un demonio se escapa de El criticón de Gracián. El libro que aún no existe espera su lugar en el anaquel.
Refería la escritora norteamericana Toni Morrison que “si hay un libro que quieres leer y no existe, entonces debes escribirlo". Tal fue el caso de Sor Juan, que a sus seis mil volúmenes agregó los escritos por ella: villancicos, romances, loas, sonetos, redondillas, comedias teatrales, autos sacramentales y textos argumentativos, entre otros.
HABENT SUA FATA LIBELLI (encuentran los libros su destino). En las manos de Sor Juana, no en las de Marie Kondo, encontraban los libros su destino, su gozo, al fin, en los estantes de su biblioteca privada. Rodeada por sus libros, Sor Juana buscó a Dios en la naturaleza, en la oración, en la cocina; desafió a los teólogos; escribió el amor sensual y el divino; tañeron sus dedos el laúd. Su biblioteca fue confiscada y puesta a la venta: “Sin mis libros, no puedo existir”.
No sé por qué hablo de Sor Juana para hablar de mí mismo. Asumo su defensa; y el desprecio a Marie Kondo.