Hace unos días nos reunimos unas cuantas amigas en un café de la Zona. ¿El motivo? Ponernos al día y despedir a una que se iba a pasar un mes de visita en Canadá donde uno de sus hijos.

En un momento ella preguntó si había algo especial que quisiéramos encargarle, claro, dándole el dinero. No era necesario esta aclaración ya que ninguna acostumbramos a pedir que “nos traigan”.

Otra de las tertulianas dijo que de ninguna manera ella iba a encargar algo, porque en una ocasión dos de sus hermanos fueron a Nueva York y ella ni se enteró, cuando regresaron les pidió cuenta, que si ella hubiera sabido le podía enviar algo a su hermana, a lo que ellos le contestaron que por eso no le dijeron nada. También contó algo que le había pasado recientemente.

Una amiga, que no es amiga de las que estábamos, se va de viaje y ella al considerarla tan cercana le hizo una anécdota. Le contó que había pensado encargarle algo, pero que luego pensó que era mejor pedirlo por internet. Esa amiga ni siquiera se preocupó en saber qué era lo que quería y sin pensarlo le contestó que “imposible, yo no puedo traerle nada a nadie porque ni siquiera para mí voy a traer nada”.

 Solo nos salió una carcajada a todas, puesto que nos dijo que lo que ella quería lo podía traer en la cartera, no le ocupaba espacio, ni le hacía peso.

Cuando mi hijo menor estudiaba en España, nunca le envié nada con nadie, y muchas de mis amigas iban a menudo. Siempre le envié paquetes utilizando el correo expreso. Le mandaba desodorante, jabón, pasta dental y hasta juegos de mesa, se reían de mí y me decían que allá había de todo eso, pero era una satisfacción el saber de su alegría al recibir mis encomiendas.

En una oportunidad en uno de los viajes en que fui a visitar a mi hijo, no sé cómo el párroco de Santa Rosa de Lima del sector El Millón se enteró que yo iba para España y me pidió que si podía traerle unos catecismos que él había escrito. No pensé ni en el peso, ni el espacio, enseguida le dije que sí, me dio un número de teléfono y contacté al sacerdote allá que me los iba a entregar. Los fui a buscar y ese encargo valió la pena al ver el rostro de alegría del Padre.

La amiga de la historia pensó que en realidad esa no era su amiga y que su actuar decía por qué ella tenía tan pocas amigas. Dice que ha bastado ese gesto para considerarla una persona distante.

Debatimos el tema y llegamos a la conclusión de que lo que mandaba era preguntar qué era lo que quería, si ocupaba espacio, si era pesado, si era fácil de conseguir y si no quería traer nada dijera que se le quedó en el hotel, que se lo robaron o que no lo encontró, pero que la falta de tacto y de empatía la habían hecho actuar de esa manera y no es que se esté obligado a traer o llevar encargos.

Cuidadito con mandar algún paquete o de encargar algo por pequeño que sea y no se le ocurra pedirle ese tipo de favor a alguien que considere su amiga para que no sufra una decepción como la que sufrió esta amiga.