Un pase de revista al tema de la República
Analizar de manera concreta la República, es decir, hacer el análisis concreto del Estado en cada momento histórico, es una condición para orientar bien el pensamiento y la acción políticos. Porque el Estado puede asumir formas diferentes de acuerdo con las circunstancias, de las que surge la necesidad de definir políticas específicas de ocasión, pero los comunistas y revolucionarios no debemos perder nunca de vista su esencia de clase.
Si se estudia con detenimiento la obra de Carlos Marx El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que es un análisis del proceso político en Francia, entre 1848 y 1852, en el que Luis Napoleón Bonaparte toma el poder, en interés de cortar el proceso revolucionario de ese período; asume la función ejecutiva y se coloca por encima de todas las demás instituciones políticas, jurídicas y militares, incluso de la misma clase burguesa; pero las coordina todas y pone en acción hacia el fin de garantizar la esencia del Estado como instrumento de dominación de esa clase.
La importancia de esta obra estriba en que Carlos Marx pone en relieve que, independientemente de que una persona asuma el control absoluto de todas las dimensiones del Estado, distinto al ideal del Estado liberal que concibe la independencia de tres poderes, aquel mantiene su esencia de instrumento de la dominación de clase.
Obviamente que en este modelo de dominio del Estado se generan contradicciones que pueden ir más allá de la contradicción burguesía- clase obrera, porque, alguna fracción burguesa no se sienta representada; y correspondería a los revolucionarios analizar la situación concreta y, para avanzar a la consecución de sus objetivos estratégicos, debería definir la política que le permita aprovechar cualquier grieta entre la clase dominante. No debería ser la misma política a poner en práctica cuando predomina un Estado que, por ejemplo, prohíbe las elecciones burguesas de democracia representativa, como hizo Luis Bonaparte en Francia; que la que se defina bajo un Estado que abre alguna posibilidad mínima de participación en esos procesos.
En estas circunstancias, la cuestión no es valorar en general que el Estado es burgués y como tal es una máquina de opresión contra la clase obrera y trabajadora, y lo que corresponde es echarla al suelo. Esa formulación es correcta desde el punto de vista teórico, y hasta histórico, en tanto ya hay experiencias en que esa dominación ha sido superada y se ha podido generalizar un planteamiento de afirmación teórica sobre la posibilidad del derrocamiento burgués. Ejemplo de esto último es la de los soviets en Rusia tras el triunfo de la revolución socialista de 1917. La cuestión es, cuáles son las posibilidades prácticas, es decir, políticas, de hacerlo, en un momento determinado a la luz de la situación de auge, o no, del movimiento revolucionario.
Matices en la dirección del Estado dominicano desde 1966.
Valga decir que, en República Dominicana, tras la guerra de abril de 1965 se impuso un régimen similar al Bonapartista, encabezado por Joaquín Balaguer (1966-78), que impulsó un proceso contra revolucionario y desarrollista, dirigido a recomponer la hegemonía política, y social, de las clases dominantes, que había sido rota con la caída de la dictadura de Trujillo en 1961, lo cual generó una crisis política, con sus conflictos de clase, entre los mismos sectores de la burguesía por una parte; y de otra, la constitución de la movilización de los trabajadores y demás sectores populares reclamando derechos y libertades públicas, y una redistribución democrática de la riqueza.
Ese régimen tenía la responsabilidad, devenida de la necesidad de las clases dominantes de recomponer la hegemonía; borrar las posibilidades de una nueva revuelta popular; crear la estabilidad política y social mínima requerida para la penetración del capital norteamericano y la acumulación capitalista en general.
De ahí la represión contra el movimiento revolucionario, democrático y sindical en general y su política desarrollista, que en el período 1966- 1978 abrió compuertas al desarrollo industrial, de sustitución de importaciones, mediante la ley 299, promulgada en 1968 que a su vez prohijó las zonas francas; al capital financiero; a crear una clase media, y entre otras cosas, a generar una migración del campo a la ciudad que en poco tiempo hizo mayoritaria la población urbana.
La restricción salarial y a otras demandas sociales, fueron componentes fundamentales de ese período.
De ahí que, la negación a las libertades públicas y estas restricciones sociales, confluyeron para generar un clima de tensiones y movilizaciones sociales.
Visto desde la perspectiva de los intereses populares y del movimiento revolucionario, la conquista de las libertades públicas y los derechos democráticos, debió ser, la cuestión principal; como de hecho fue para la mayoría de los partidos y grupos de izquierda. Cualquier lucha por reforma política y social en ese momento era un contrasentido. Porque la lucha por reformas tiene un componente de educación política para los trabajadores y las masas populares en general; y la movilización de calles y en plazas, es el escenario principal para disputarla.
Y, en el régimen de los doce años no había condiciones mínimas para la propaganda, vital para la educación política, ni para la reunión y asociación libres, vitales para la manifestación pública. La lucha por reformas carecía de las condiciones mínimas para ser librada.
Se pudo hacer el primer festival internacional de la nueva canción denominado “7 días con el pueblo, entre finales de noviembre y principios de diciembre de 1974, la gran manifestación artística, y política a través del canto y la música, porque integró a artistas de reconocimiento nacional e internacional, y se hizo mediante un recurso sutil, aunque contundente por lo que moviliza y penetra, como es el arte; y por quien fue la convocante, la Central General de los Trabajadores, CGT; que también gozaba de las mismas calidades de los artistas. Fue, por todo eso, una manifestación internacional, que se expresó en la capital y otras ciudades de la República Dominicana. Por los vínculos de la solidaridad internacional que la difundieron de múltiples maneras en muchos países,
“Siete días con el pueblo” fue una genialidad política a través del arte que alcanzó carácter internacional. La
Desde el partidismo y propósitos abiertamente políticos, era imposible en aquellas condiciones hacer una manifestación tan intensa y extensa como esa, y se hizo por demandas mundialmente sensibles como es la libertad para los presos y el regreso a su país de los exiliados políticos, que resumían la necesidad política más inmediata de los dominicanos: libertades públicas y derechos democráticos.
Quienes en esas condiciones pusieron en el centro de su táctica la lucha por las reformas, cual fuera, y la participación electoral, cometieron un error político. No fue un error ético, ni moral. Fue un error político.