La democracia práctica y la especulativa en la Grecia antigua.
Democracia, del griego démokratia, quiere decir, poder del pueblo. En la antigüedad, eso significaba participación directa del pueblo en el gobierno, que tenía varias magistraturas, algunas jurídicas; y el pueblo hacía parte de las mismas. Muy diferente a la democracia representativa de hoy, en la que el pueblo elige a representantes y, al tener poder de elegir, constitucionalmente se le considera la expresión de la soberanía popular, sostén del poder.
En la démokratia griega el pueblo era el gobierno, no elegía al gobierno, sino que lo ejercía de manera directa. Aquí hay una diferencia sustancial con la democracia liberal de hoy, y que, descontadas las diferencias de circunstancias históricas, por ejemplo, en el tamaño de la población de aquel tiempo y la de hoy, es preciso tomarla en cuenta para el debate de hoy en torno al reclamo de democracia participativa.
Entre paréntesis. El régimen político de Cuba, con su sistema electoral en el que el pueblo postula desde su sector territorial o social a las candidaturas para decidir las asambleas provinciales del poder popular, y lo mismo, para la asamblea nacional que, a su vez, escoge al presidente y cuerpo de gobierno, es un salto dialéctico de aquel esbozo de régimen democrático iniciado en la ciudad de Atenas por los griegos, en unas condiciones históricas en que la población es inmensamente más grande que aquella y, además, ha tenido lugar una revolución popular que le ha dado verdadera soberanía al pueblo. Cierra el paréntesis.
El tema de la libertad, al igual que la igualdad, fueron centrales en la democracia original griega. La primera se consideró el principio rector de la democracia, y se la entendía como el derecho a gobernarse así mismo, a ser parte del gobierno; y la segunda como que todos los del pueblo tuvieran las mismas oportunidades y posibilidades de ser gobierno.
Luego estas prácticas de democracia en Atenas serían teorizadas principalmente por Platón y Aristóteles, como ya se ha dicho, sus respectivas obras La República y La Política condensan sus opiniones al respecto.
De su parte, Platón ( Años 427- 347 antes de Cristo) sería un crítico a la democracia del pueblo ateniense; le cuestiona que no estuviera sujeta a principios guías y se despreocupara de los estudios que debían seguir los hombres para llegar a la política, y en cambio fuera tolerante con alguien por solo considerarse amigo, o parte del pueblo.
El proyecto de ciudad democrática concebido en la República estaría integrado por tres clases en condiciones cada una de satisfacer sus particulares necesidades, y en cada una, personas con la “naturaleza” y educación que mejor las habilitara para cumplir las funciones que cada clase debía asumir. Los encargados de producir, es decir, de la economía; los guerreros, responsables de la seguridad y defensa militar; y los sabios, a cargo del gobierno. Los sabios gobiernan; los guerreros vigilan y combaten, y los otros producen.
Hay en Platón una concepción elitista de la democracia; en su propuesta deben gobernar los sabios.
Un aspecto a poner en resalto en la propuesta de Platón, es que la posición que ocuparía cada hombre en ese esquema, estaría determinada “por su naturaleza”. Las clases estarían determinadas no por su lugar en la producción material, sino por la función que ocupe en la ciudad, en la república valga decir.
Pero esas funciones, a su vez, estarían determinadas por el deseo intrínseco de cada persona. En Platón, las características del alma de cada persona resultan determinantes en sus deseos, sus necesidades, y, por tanto, se inscribirían a cumplir la función con la cual puedan satisfacerlas. Así, sería que las personas con deseos de riqueza, se harían empresarios y cumplirían esa función en la democracia; las que tienen necesidad de honor, serían militares; y los que les motiva el saber, el conocimiento, serían sabios y ejercerían el gobierno. Estos últimos serían los únicos capaces de comprender y practicar lo que es bueno para ellos mismos y para los demás, y harían la dirección política ideal para la mejor ciudad.
Es un pensador idealista al servicio de la oligarquía, y esta condición le lleva a proponer un modelo de régimen que se corresponda con los intereses y la visión de la vida de ese sector.
Las ideas liberales de hoy, recurren de manera obligada a las fuentes primigenias del pensamiento de Platón. En su libro El fin de la historia y el último hombre, en la que de manera apresurada declara la victoria definitiva, por siempre, del liberalismo político, sustentado en términos materiales por el libre mercado; Francis Fukuyama se apoya en Hegel en muchas de sus conclusiones; pero busca muchas de las teorizaciones de este en las especulaciones filosóficas de Platón.
De hecho, la teoría del marginalismo, conocida en el pensamiento económico como neoclásica, surgida en la mitad del siglo XIX para contrarrestar principalmente la teoría del valor de Carlos Marx, tiene en su visión del valor subjetivo, mucho del supuesto de Platón de que la psicología y el alma importan en la decisión de las personas a qué y cuánto consumir en un determinado momento. Refieren al “Homo economicus”.
Según esta corriente, los seres humanos son por “naturaleza” racionales y egoístas, y desde esa condición toman las decisiones para demandar, o consumir determinado bien.
De esa manera, y aunque parezca vulgarizar el tratamiento del tema, si una persona va al mercado y compra coditos, en vez de lasaña, o camarones, no es en general porque no disponen de dinero suficiente en sus bolsillos, sino porque en su alma existe una predisposición a escoger el primero y no los otros.
El premio nobel de economía del año 2002, fue concedido a los especialistas en psicología social, el israelí- norteamericano Daniel Kahneman y el norteamericano Vernon Smith, “por aportar ideas desde la investigación psicológica en la ciencia económica, sobre el juicio humano en un mercado de incertidumbres”.
La libertad, por supuesto, es un tema central en Platón. Pero la observa a partir también de su visión sobre el papel del alma. Para él, la libertad es una expresión del deseo del alma de vivir como se quiere. Mientras la democracia práctica distinguía la libertad en la esfera pública, como el derecho a participar en el gobierno; y la libertad en la esfera privada, como el derecho a llevar su vida particular como se quiera; Platón no concibe esa diferencia y asume la libertad en cualquier ámbito, como el derecho a vivir como cada quien quiera. Por eso, concibe la posibilidad de varios regímenes políticos en una misma democracia. Porque el derecho a vivir como se quiera en la vida privada también debe expresarse en la esfera pública.
Esta es la fuente antigua de la reducción del papel del Estado a un simple marco regulador que postula el liberalismo primero, y el neoliberalismo en otras condiciones históricas.
La libertad, que es un tema central en la cuestión democrática, está desconectada, tanto en Platón como en la filosofía hegeliana y en la filosofía política y económica de los liberales modernos, de las condiciones materiales, del desarrollo de los intereses y las luchas de clases. Aquella, se ha dicho, refiere a una cualidad del alma de las personas, a un deseo, el de ser libre. El Estado, que surge en unas condiciones materiales e históricas, es, en esa filosofía, una realización orgánica de esos deseos del alma, y no puede bajo ninguna circunstancia contravenirlos. En la concepción hegeliana, las leyes del Estado, como expresión de lo universal, deben armonizar con lo particular, que serían los deseos de libertad de las personas. Las leyes del Estado no deben imponerse a los deseos individuales.
Las relaciones sociales de producción, la economía, el capitalismo en las condiciones actuales, que son la causa del Estado; en Platón y sus continuadores filosóficos en circunstancias posteriores, es una realización del espíritu.
Para los marxistas leninistas, la libertad no es más que la actuación, cualquiera que sea la forma de esa actuación; a partir del conocimiento de los procesos de vida, naturales, económicos, políticos y culturales en general que ocurren; es actuar con conocimiento de causa, del por qué, y hacia qué, de las cosas y los fenómenos naturales y sociales. La libertad es un resultado de la lucha de clases. Hay, o habrá, tanta libertad para los trabajadores y el pueblo en un régimen determinado, cuanto más conscientes sean de su situación en el mismo; y más, cuantos procesos de lucha lleven a cabo para conquistarla.
La lucha por la democracia, la conquista de la libertad, está ceñida a unas condiciones políticas y sociales que, en principio no dependen de la voluntad de los seres humanos, sino que la condicionan; y posteriormente, esta influye y hasta con su actuación las cambia.
El voluntarismo, muy presente en el movimiento revolucionario y en el progresismo dominicano, es una manifestación política de las ideas de Platón y de los idealistas en general, en tanto confunden sus deseos con la realidad, y asumen consignas e intentos de luchas que en la forma parecen radicales, pero inviables al menos por el momento; porque no concuerdan con la realidad de ese mismo momento.
En cuanto a Aristóteles (Años 384- 322, antes de Cristo) refiere, hay en su pensamiento elementos de confluencia con Platón en el desprecio a la democracia participativa, en la que el pueblo en tiempos de Pericles se gobernaba así mismo. A lo que llama “caprichos populistas de una asamblea popular”. Lo singular en Aristóteles es la “Politeia”, que sería el poder de una constitución en la cual la oligarquía domina y permite espacios de participación al pueblo, “para bien de toda la comunidad”. El elemento “bien común” es importante en la concepción aristotélica de la democracia. ¿Se gobierna para una clase o para el bien de la comunidad? Es una pregunta central en Aristóteles. Y, por supuesto, responde que lo importante “es el bien de la comunidad”. Pero domina la oligarquía.
La democracia representativa de hoy sería una derivación desarrollada en las circunstancias del capitalismo, de ese régimen que Aristóteles denominó “Politeia”.