Víctor Coral: Muchos poetas suelen tener una imagen poética primera. Algo así como el primer recuerdo relacionado con la poesía, un escenario poético, una visión… de tenerla, ¿cuál es la tuya?
León Félix Batista: Tengo la nebulosa visión de estar escribiendo, de niño, a la luz de una vela, acostado sobre el piso de mi habitación. Y no poesía: escribía una carta a mi madre, quien se había ido a vivir a Nueva York desde que yo tenía 4 años, y no la había vuelto a ver. Era una carta de amor filial, obviamente, de un amor imposible, deseado en lejanía. Y por eso era una carta de poesía, era un poema epistolar. Yo no tenía idea entonces de que existieran los poetas, y mucho menos de que después yo mismo me convertiría en uno. Tendría 7 u 8 años, no estoy seguro, pero ya empezaba a manipular la escena, dramático en mi lírica como todos los poetas, porque recuerdo bien que había corriente eléctrica en la casa, pero que deliberadamente la interrumpí para escribir mi poema-misiva en la semioscuridad. Muchos años pasaron para darme cuenta, ya poeta publicado, de que aquello era el momentum arquetípico del acto de escribir poesía, y que me estaba preparando para que después pudiera erupcionar en texto lo que en la infancia no era más que magma emocional.
-Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro. Publicaste poemas en revistas previamente, cómo lo financiaste.
Escribí mi primer libro como aquella carta: acostado, noche tras noche, en el sofá de la sala del apartamento que compartía con mi madre en Sunset Park, Brooklyn, Nueva York. No tenía alternativa: era un lugar con una sola habitación, y yo debía esperar que dejaran de emitir la última telenovela o que el sueño venciera a mi progenitora, para poder escribir (leer era más fácil, porque lo hacía sentado en el retrete, aunque el mundo se estuviera acabando puertas afuera). Corría 1987. El libro fue impreso en 1989, en los talleres del Centro de Exportaciones Dominicanas, donde mi amigo y compañero de generación José Mármol cumplía funciones gerenciales, y publicaba libros de poemas –suyos y de otros– durante las horas libres, en una inolvidable colección que llamó Egro. Tenía 25 años, y había ya publicado desde la adolescencia en múltiples diarios y revistas. No tuve que pagar nada por ese primer libro, salvo por el papel que usamos y una propina a los chicos de la imprenta, cuyo trabajo no era precisamente imprimir y encuadernar poemas, sino revistas y boletines informativos de exportación comercial. La diagramación corrió por parte de mi amigo de la escuela Juan Bueno Holguín, quien lo maquetó a escondidas en el diario donde trabajaba entonces. La corrección de estilo fue del poeta y gran amigo Plinio Chahín. El título: “El oscuro semejante”.
-¿Qué opinas de los concursos de poesía? ¿Participas de ellos? ¿Crees que es esencial para hacer lo que llaman una “carrera poética”?
Con los concursos de poesía pasa lo que con casi todo en la existencia: donde interviene la mano humana, el ambiente termina permeado (por no decir “contaminado”) por ésta. Como en los experimentos de la Física: el resultado dependerá de la observación, cosa que redefine la realidad observada. Así que, sí: siempre tomando en cuenta quién y con qué propósitos los organiza, he participado en concursos (y hasta ganado algunos, para mi sorpresa, ya que perder un concurso en ciertas circunstancias puede ser tan positivo como en otras ser galardonado). Pero estas preguntas que me haces pueden ser respondidas como lector y/o como escritor de poesía. Hay libros a los que uno llega atraído por haber sido premiados, y acaba a veces por desilusionarse o por maravillarse. He visto también poetas prometedores que han perdido el rumbo deslumbrados por un premio. Y –verdad de perogrullo– existen poetas extraordinarios que nunca han recibido galardón alguno. De manera que, no: no los considero esenciales para una supuesta o probable "carrera poética". Tienen su importancia, pero no son imprescindibles.
-En términos generales, desde la segunda mitad del siglo veinte la gran influencia de la poesía latinoamericana se desplazó de la poesía española hacia los clásicos del idioma inglés (Eliot, Pound, otros). ¿Cuáles crees que son las influencias actuales?
El siguiente desplazamiento de influencia me parece que ha sido hacia nosotros mismos, frontera adentro. Nos tomamos más en serio lo que estaba a la vista y nos negábamos a ver: la grandeza de César Vallejo, la maravilla de Huidobro, Ramos Sucre, Neruda, Olga Orozco, Martín Adán, Aimé Césaire, Lezama Lima, Moro, Derek Walcott, Parra, Pizarnik, Haroldo de Campos, Octavio Paz, Varela, Juarroz, Cisneros, Lihn, Gelman, Deniz, Hinostroza… Un mundo infinitamente más rizomático que la propia línea Pound-Eliot-Williams-Stevens. Y esa fabulosa camada posterior: José Kozer, Carrera, Coral Bracho, Montejo, Verástegui, Milán, David Huerta, Marosa, Espina, María Auxiliadora Álvarez, Perlongher… y sigue y sigue. Hay poetas entre los que he nombrado y los que se me olvida nombrar ahora sin cuya obra es inexplicable el derrotero de la poesía latinoamericana actual. Sostengo, además, una tesis acaso atrevida: que, como seguimos consumiendo mucha poesía traducida (sobre todo de las lenguas europeas), y como un enorme porcentaje de las versiones las hacen poetas españoles, en un cierto modo, sutilísimo, seguimos recibiendo su influencia. Quiero decir: en el fondo uno sabe que al leer versiones de Pessoa, Bonnefoy,Carson o Char uno está de algún modo leyendo a “versionadores” que a su vez son poetas muy potentes, llámense Ángel Crespo, Sánchez Robayna, Jordi Doce o Jorge Riechmann, por hablar de algunos pocos. Eso para no decir que, desde Luis Feria y Ullán hacia acá, se ha estado produciendo una confluencia (más que influencia) de poéticas común.
-Cuáles son para ti los poetas vivos más importantes de tu país y por qué?
Esta una pregunta cuya respuesta puede ser muy relativa y elástica, por subjetiva. Soy, sin embargo, un sujeto, y es a mí a quien se está preguntando. Considero que los poetas vivos más importantes de la actualidad en República Dominicana son (en cuanto a influencia, reconocimiento internacional o trayectoria) Cayo Claudio Espinal y José Mármol, seguidos de varios otros nombres con obra sin dudas relevante. ¿Por qué? Pues porque cada uno resume en sí poéticas más o menos dominantes en discursos posteriores y contemporáneos.
-¿Qué opinas de las opciones poéticas metaescriturales, digamos poesía sonora, poesía visual, etc.?
Las disfruto bastante, pero no puedo decir que esté consumiendo “poesía” cuando las abordo, cosa que tampoco importa cuando uno es de los que piensa que la poesía está en todas partes. La respiración de la escritura, y su correspondiente lectura, son otras. Eso es todo. A veces el aire huele a lluvia, pero no empapa ni hace crecer las flores. Su olor sólo nos dice que podría llover hoy por la tarde.
-En tu opinión cuál es la relación entre el poeta y el ejercicio de la crítica literaria. ¿Crees que la mirada crítica es importante para el poeta de hoy?
Creo que es una relación clave, medular, pero bastante diluida al día de hoy. Ignoro si sea nostalgia en tipos como yo, atrapados entre la Edad Analógica y la Digital, pero uno echa de menos contar con la agudeza crítica de los Henríquez Ureña, Cornejo Polar, Yurkievich, Rodríguez Monegal, Guillermo Sucre, Julio Ortega, Castañón, Octavio Paz con que contaron otras generaciones de poetas latinoamericanos. Por fortuna quedan nombres de gran agudeza teórica como Eduardo Milán en México, Gustavo Guerrero en Francia y Miguel Casado en España. Pero no basta. Eso desde el punto de vista artero de ser visto por el otro. Ahora bien: si tu pregunta se dirige al ejercicio de la crítica literaria siendo uno poeta, mi respuesta varía un poco. Entonces creo que es muy importante para uno “ejercer” de crítico a través de reseñas, prólogos, ensayos, contratapas y opiniones, porque es un complemento de la visión estética individual. Como se trata de un ejercicio crítico no profesional ni programado ni bajo contrato, el poeta de hoy debería poder actuar como crítico literario libérrimo para amplificar su canon. Es suficiente para justificar la acción.
-Internet ha propiciado o, por lo menos, ha revelado una difusión y práctica inusitada de la poesía. Cada vez hay más poetas en todos lados y ya casi se pierde en el relativismo el ejercicio poético. ¿Crees que no se puede decir a nadie que no es poeta o consideras necesario establecer un rasero, un parámetro?
Lo que internet ha propiciado es la difusión de un fenómeno que ha existido siempre. En mi promoción de secundaria, de acaso mil estudiantes, por lo menos unos 100 decían ser poetas. Eso da un porcentaje bastante alto, ¿no? ¿A dónde fueron a parar tantos futuros poetas? ¿Por qué me dejaron solo como el necio persistente en esta Vía Dolorosa? Igual que entonces, y a esas alturas, a nadie se le debe decir que no es poeta, como tampoco que sí lo es: eso es algo que se debe descubrir por uno mismo. To be or not to be, but not to be judged by a third party. Yo, particularmente, prefiero que las personas escriban y lean mala poesía a que consuman grasa saturada, bombas de colesterol o discursos maniqueos de políticos rapaces.
-¿Cuánto tiempo dedicas a la escritura y a la lectura? ¿Los practicas diariamente o te sometes a los dictados de la inspiración?
Leo varias horas todos los días, eso no lo puedo negociar. Escribo cuando me dice la cabeza que escriba y la vida diaria me permite hacerle caso. A veces escribo dormido poemas que no se fijan en ninguna parte. Es una imagen como aquella de la nube de Internet: quisiera creer que si me duermo otra vez podría recuperar esos poemas no escritos. Como se ve, leo más que lo que escribo. Y eso me ayuda, pues tomo notas, apuntes, ideas, imágenes posibles (Lezama dixit). Soy metódico, y llevo fichas de dónde se consigna cada idea y para qué proyecto literario podrá servir en el futuro. Después me siento a escribir, un día a la semana, y ese día fue domingo durante muchos años, ya no tanto. Es el día del vaciado grueso, de lo que salga de la mente mezclándose con los apuntes. Y voy acumulando así, y alguna vez la cosa cuaja en libro, por inercia, agotamiento y, sobre todo, cuando alguna editorial me pide un libro. Entonces me pongo a armarlo, basado en el proyecto que ya tenía. Y el ritmo de escritura cambia, se vuelve frenético, constante, diario y productor de insomnio. Pero, por lo regular, no tengo prisa, no escribo para publicar. ¿Inspiración? ¿Qué es eso? Los paneles del radar de la poesía deben estar desplegados 24/7.
(Lima, Perú, 25 de abril de 2020)