Los hombres en Rusia intentan huir de la movilización para la guerra en Ucrania.

Hay colas de coches dirigiéndose a las fronteras, las huidas normales. Luego hay relatos de búsquedas en internet sobre cómo volverse inválido para la guerra, pero no para el resto de la vida; como romperse un brazo sin dolor excesivo, por ejemplo. Este es el aprendizaje perverso que estos días exigen algunos humanos. Aprender cómo romperse partes del cuerpo; cómo hacer que el cuerpo tambalee; perder potencia.

Los hombres cogen su cuerpo sano y fuerte e intentan encontrar en él problemas, enfermedades; si no hay en ellos problemas naturales o enfermedades habrá que convocar, para estos días que vienen, accidentes que vuelvan el cuerpo inútil para el acto de intentar matar o de evitar ser alcanzado por balas o bombas. No soy bueno matando, no soy bueno evitando la muerte. Soy, pues, inapto para el servicio por el cual soy llamado.

Gimnasios, imagino perversamente, para convertir los cuerpos fuertes en cuerpos frágiles, inhábiles, inaptos. Aprender la ineptitud, fabricar la ineptitud, producir la ineptitud. Buscar en el espejo el más grande de los errores posibles en el cuerpo, la mayor fragilidad. ¿Cómo perder fuerza, cómo perder vista, cómo perder brazos?

En el siglo XXI, siglo de la salud infinita y muscular, aquí están los hombres insatisfechos con ese cuerpo perfecto o por lo menos decente; la discapacidad se vuelve referencia y objetivo; a poder ser víctima de discapacidad pasajera, pero si fuera necesario, es preferible tener un brazo o una pierna para siempre desajustados al suelo y a los normales quehaceres del mundo que perder la vida entera al otro lado de la frontera.

Muchas veces, pues, estamos ante una cuestión de sacrificio, pero no global -analítico, digamos, de una forma terrible- no es sacrificio humano, en el sentido entero, de los pies a la cabeza, de la vida a su ausencia, sino solo el sacrificio de partes del cuerpo. Prefiero perder esta parte del cuerpo que perder el cuerpo entero, esto es lo que piensa un desesperado en Rusia.

Hay algo terrible, claro, cuando un humano quiere mutilar su cuerpo: cuando mira aquello que es fuerte y sano en sí mismo, y dice: ¿cómo estropear esto?

2.

Ha muerto Godard. Imagino la muerte de un cineasta siendo convertida en imagen proyectada entre las nubes blancas y el cielo más o menos limpio.

Cuando en algunos días, un humano levantase la cabeza vería películas, o por lo menos escenas de películas, en este caso escenas como el “Desprecio” o el “Cazado”. O solamente imágenes. Jean Seberg, junto a Belmondo, levantando los dedos que cuentan el número de compañeros anteriores, por ejemplo – y así el cielo tendría más imágenes, sustituyendo en vertical el número de cines que en el suelo del mundo se van cerrando.

Imagino también esto. Día de lluvia, nubes negras, lluvia terminando, nubes se disipan y, de repente, en lugar del sol, cine.

3.

Dicen que el dinero está haciéndose más caro. Siempre esta rareza. El dinero inestable como si fuera algo acuático o incluso vapor. Nada sólido.

El oro, en cambio – que pertenece al mundo de los metales nobles y pesados – está un poco alejado de este mundo de un cierto juego volátil. Una piedra que vale más hoy, mañana aún más, pasado mucho más; qué raro esto para los agricultores que somos todos.

Con la inflación, el dinero vale menos hoy, dicen, pero por encima de todo, al hablar de pedir préstamos y de cómo las tasas de interés de los bancos aumentan, se trata de decir, en el fondo, que el futuro es lo que más se encarece. Y decir que el futuro encarece es decir que el futuro está más lejos, más distante.

La inflación altera el metro cuadrado, ya sea del pan o de la casa. Pero por encima de todo, y esa es quizá su mayor potencia, altera el tiempo.

Con el aumento de la inflación, el humano se alza; levanta bien la cabeza, mira atentamente hacia el horizonte y comprende enseguida: el futuro ha cambiado de posición; ha vuelto atrás, ya no se ve desde aquí, desde el sitio donde estamos. Incluso hay quienes digan –los más desesperados– que de pronto ha dejado de existir.

Otra visión posible, la de un viejo lema revolucionario: el futuro ya está ahí, lo que pasa es que está mal repartido.

Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso