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Estamos viviendo el tiempo de lo que llaman música urbana, el dembow, el hip hopo, el rap, como le llamen, y los protagonistas de estos géneros (siempre lo mismo, siempre igual) han cambiado radicalmente escenarios y formas llenando la radio, la televisión, la manera de hablar y de vestir, las redes sociales y medios en general de palabras obscenas a toda hora. Pero no existe en el país ni parece preocuparle a nadie autoridad que regule este repertorio de barbaridades y desvergüezas. Y que nadie venga a hablarme de la libertad de expresión y difusión del pensamiento porque hasta la misma libertad tiene sus límites Los nombres con los que se hacen llaman los de aquí son parte del catálogo de agravios:  La Perversa, Bulín 47, El cuerpo del Deseo, Mami Kim, Omega qué sé yo qué vaina, El Alfa, Zekie Vicini, Onguito, Crazy Design Chimbala, Musicólogo, y no sé qué cosa en la casa, eso en lo relativo a nuestro país. Pero llámese usted como quiera,

Las letras de eso que, repito, ahora llaman música, mi música, afirman, son verdaderos agravios y, monumentos a la vulgaridad. La radio, la televisión y las redes están saturadas de estas barbaridades debido a que, así como esos artistas, así mismo se expresan los periodistas y comunicadores que se pasan todo el tiempo repitiendo. Dirán que es lo nuevo y que resulta rentable en exceso, si nos fijamos en las opulencias que son exhibidas en medios y redes como numerosos automóviles de alta gama, casas y apartamentos playeros, prendas, y se les ve hundidos y orondos entre mares de miles y miles de dólares y hay hasta quienes lanzan papeletas desde helicópteros, mientras los pobres y los enfermos viciosos con lesiones permanentes en los cuerpos, los de la 42 y otros lugares aledaños, corren desesperados, arrastrando cuerpos y piernas rencas, con la esperanza de ser favorecidos con un par de pesos que puedan generarle, casi al instante, una falsa y efímera felicidad. Yo me pregunto si la Dirección de Impuestos Internos (DGII), que me tiene al volar, realiza arqueos a estas supuestas fortunas.

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Amelia Alcántara, filosofa preferida de miles de sus oyentes y seguidores, que no son pocos ni tontos, es indudablemente una de las mujeres más hermosas, valientes, osadas. Mujer de armas tomar, guerrera por naturaleza propia, auténtica aún en el error, enfrenta con su media lengua a quien la busque, sea una cibaeña bien plantada o una extranjera de esas hechas a mano en el quirófano del cirujano. Pero Amelia Alcántara, lengua de mime temible en los medios, como las demás, se va al boyo con cualquiera y si tienen que dar un manotazo en la mesa no escatiman esfuerzos, si tiene que propinarle a cualquier que se pase de la raya un soberbio botellazo argumentando defensa propia, pues lo hace porque ella no se queda con nada de nadie ni soporta que le falten el respeto, aunque ella se la pase agraviando a muchas del medio, como dicen, y no le aguanta un coño ni al mismísimo mero mero Santiago Matías, Rey Midas Alofoque, mago capaz de crear situaciones, fortunas que, afirman, son inexplicables, fabulosas, (ojo Dgii), firmar contratos extraños desde lo que ha sido bautizado como el edificio rojo, acusados por sus desafectos y disgustados, como otro poderoso empresario de medios de comunicación y negocios múltiples) de tener eso que los ingenuos llaman bacá, consistente en establecer convenidos con el pecusio a cambio de que éste les prodigue riquezas a todo dar.

En conclusión y en buen remate, ante todo el mercado de estas bellas mujeres (en su mayoría culonas y con pechugonas colgantes que habrán de jorobar a muchas), las que han inventado otro sistema de vida social y búsqueda y ese desplazamiento en vehículos de altísimo cilindraje que pueden romperle el alma del bolsillo hasta a A-Rod (que no es cualquier persona, por si acaso). Amelia Alcántara es mi filósofa preferida, porque en su filosofía de patio se atreve a decir lo que le llegue a la cabeza y lo repite sin que le importen las consecuencias (sesgo iniciado en el país por los pajaritos del circo y secundado por numerosos especímenes de sus condiciones). Nunca la he visto personalmente, pero balbuceo estas cosas, en lluviosa tarde de octubre, yo, el único dominicano con el dudoso honor de no saber bailar, que no me gusta la bachata ni esto que están llamando música urbana, con la certeza de que alguna vez en un lenocinio de la línea noroeste he visto a la muerte bailar un perico ripiao a las tres de la mañana en la punta de un lengua de mime de esos que, cuerpo adentro, llegan hasta donde le dicen cirilo.