Uno
Aunque no se aconseja a nadie tratar de comprender el sentido literal de los mitos, se suele emplear la expresión “lecho de Procusto” para designar la injusticia narcisista por excelencia, esto es, aquella que nace de la envidia al talento o a la riqueza ajenos.
Según el filólogo e investigador español Antonio Ruiz de Elvira[1], dicha expresión es el resultado de una deformación del nombre propio de un ladrón y posadero de la antigua Grecia llamado Polipemón (que en griego significa “‘muchos daños”) a quien se le conocía como Procrustes (del griego prokrouo “golpear”). Sin embargo, este dato podría parecer irrelevante si se tiene en cuenta la multiplicidad de apodos o sobrenombres que le han sido asignados al tal Polipemón, comenzando precisamente por el de Procrustes, seguido de Procoptas (“cortador”), Pemón (“daño”) e incluso Procusto.
El mito de Procrustes lo menciona Apolodoro en su Biblioteca mitológica[2]. Este autor lo llama con otro nombre: Damastes (que en griego significa “avasallador” o “controlador”). Según Apolodoro, la muerte de Procrustes fue la sexta proeza que realizó el héroe Teseo en su viaje de Trecén a Atenas en imitación de los famosos doce trabajos que antes había realizado Hércules. He aquí lo que nos dice Apolodoro:
[E.1.4] En sexto lugar dio muerte a Damastes, al que algunos llaman Polipemón. Este tenía su morada junto al camino y preparaba dos camas, una pequeña y otra grande, y ofreciendo hospitalidad a los que pasaban por delante, tendía a los bajos en la cama grande y los golpeaba con un martillo, para que se adaptasen al lecho, y en cambio a los altos los tendía en la cama pequeña y las partes del cuerpo que sobresalían, las serraba” (p. 114).
El reinado de terror de Procrustes duró hasta que se encontró con el héroe Teseo, quien invirtió el juego, retando a Procrustes a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama. Al verlo acostado, Teseo amordazó al posadero y lo ató a la cama. Allí, lo torturó para “ajustarlo” como él hacía a los viajeros, cortándole a hachazos los pies y la cabeza.
Según otras versiones del mito, era imposible que nadie coincidiera jamás con el tamaño de la cama ya que Procrustes tenía dos, una muy larga y otra demasiado corta, o bien una de tamaño ajustable. Otros autores, como Diodoro de Sicilia, sólo hablan de una cama. Esta será la versión que seguirá Plutarco en sus Vidas paralelas. Este autor establece una comparación entre Teseo y otro héroe mítico, Rómulo, uno de los fundadores de Roma junto a su hermano Remo. Esta comparación favorece con mucho a Teseo pues, según Plutarco, el héroe griego decidió libremente abandonar su trono en Trecén para lanzarse a recorrer el mundo a llevar a cabo sus empresas. En cambio, siempre según Plutarco, Rómulo sólo fue “valiente por temor” y sólo el miedo a sufrir lo peor lo decidió a realizar grandes empresas por necesidad[3].
Otra diferencia que señala Plutarco es que, mientras la única proeza que realizó Rómulo fue la de haber dado muerte al tirano de Alba, Teseo libró a Grecia de numerosos grandes y temibles tiranos sin siquiera conocer la identidad de aquellos a quienes salvaba. En tercer lugar, mientras que Teseo se lanzó a luchar contra los malvados en beneficio de los demás, Rómulo se dedicó a atropellar a todo el mundo a pesar de haber sido herido luchando contra los sabinos.
De lo anterior se desprende que el de Teseo, y en particular el relato de su enfrentamiento y victoria sobre Procrustes, es a todas luces un mito eminentemente político.
Dos
Alejandro (Jano) García es el autor español de un ensayo de reflexión política titulado El rebaño. Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica[4]. Ya desde el título se anuncia exactamente aquello que entrega: una reflexión sin concesiones, valiente y honesta, acerca de las repercusiones que tiene la actual deriva “culturalista” que hoy arropa a la mayoría de los países occidentales y a muchos otros no tan occidentales.
No es mi intención detenerme a realizar un análisis detallado de las ideas que expone este autor en un libro para cuya escritura parece haberse documentado bastante bien tanto en lo que respecta a la vida político-cultural estadounidense como a lo relativo a la vida europea.
Lo que sí me interesa hacer aquí es una rápida revisión de ciertas ideas que García expone en el séptimo capítulo de su libro, subtitulado “La indeseable igualdad”. Como el lector atento habrá seguramente colegido que el verdadero tema de este capítulo es la noción de democracia, aclaro que me propongo citar simplemente algunos pasajes del mismo para acompañar la reflexión que inicié en la primera parte de este artículo.
Antes, sin embargo resulta indispensable señalar que García emplea el neologismo alogocracia para designar “el gobierno de los desprovistos de razón y lógica a la hora de enfrentarse a los desafíos propios de nuestro tiempo” (p. 17). Este término constituye uno de los conceptos clave tanto del libro como de la reflexión que García lleva a cabo acerca de distintos aspectos de la vida sociocultural y sociopolítica contemporánea. Así, nos dice García:
“En la carrera por la negación de la naturaleza humana, la igualdad es el gran concepto de nuestros tiempos. La alogocracia se esfuerza diariamente en hacer creer al pueblo que todos somos iguales y que, por lo tanto, todos tenemos que obtener los mismos resultados. Cuando la realidad demuestra la falsedad de tal afirmación, los alogócratas recurren a acusaciones de discriminación que deben ser eliminadas para que no existan unos «privilegiados» que disfrutan de una vida mejor que los demás” (p. 141).
No cabe duda de que la mitología identitaria es lo que encontramos en la base de la mayoría de los postulados que el neopopulismo posmoderno disemina e inocula en todos los campos del tejido sociocultural contemporáneo.
Uno de los aspectos del problema que García sólo toca de soslayo, es que las palabras siempre dicen mucho más de lo que significan:
“El concepto de la igualdad —escribe García— esconde un mensaje de fondo mucho más perverso de lo que algunos pueden imaginar. Una estructura social en la que todos sean iguales necesita obligatoriamente eliminar las diferencias que, irremediablemente, surgen con el tiempo. Así pues, para evitar que se den desigualdades en las formas de vida, requisitos para alcanzar los puestos de trabajo mejor pagados y el poder adquisitivo dispar entre los ciudadanos derivado de la desigualdad, se necesita acabar o penalizar a los más válidos” (p. 142).
Y claro, les pregunto yo a ustedes, después de leer esto, ¿cómo no recordar al viejo Procrustes? Después de todo, los dominicanos llevamos ya más de dos décadas viendo cómo se suceden uno tras otro numerosos episodios parecidos a estos en sectores tan sensibles como el de la salud, la agricultura y la educación públicas.
Sin ir más lejos, la reciente decisión de penalizar unilateralmente a un segmento completo de la producción nacional (el de las empresas privadas que llevaban décadas dedicadas a la edición de libros de texto) en un absurdo intento de “estatizar” el monopolio productivo en ese renglón es digna de figurar entre las más absurdas que jamás haya tomado el gobierno dominicano tanto desde el punto de vista estrictamente económico como desde el punto de vista de sus consecuencias para el sector educativo.
Así, en lugar de frenar la corrupción que azotaba desde hacía por lo menos tres décadas a través de las redes de complicidad que se tejían entre unas administraciones ministeriales que, por supuesto, fueron siempre las grandes beneficiarias de semejante latrocinio, el gobierno del presidente Abinader se dejó inspirar por el ejemplo de Procrustes y decidió amputarse un segmento productivo completo que, entre otras cualidades, nunca había tenido problemas con el fisco. Este gesto lo condujo a asignarles a instituciones carentes de experiencia la labor de confeccionar los libros de texto en un gesto que sólo puede comprenderse si se lo considera como el resultado de la envidia.
En su libro, García realiza una descripción analítica del panorama social de nuestra época posmoderna y propone un desglose del cuerpo social no en “estamentos” ni en “clases”, como lo hacía la sociología clásica, sino más bien en funciones:
- a) En primer lugar están los “terratenientes”, es decir, personas e instituciones que “poseen el poder de hacer y deshacer a su antojo” dentro de la pirámide social (p. 56).
- b) Subordinados a los anteriores están los “pastores”, o sea el grupo integrado por: “medios de comunicación, universidades, colegios, jueces, fundaciones y asociaciones subvencionadas [los cuales] son los encargados de vigilar que el proceso marcado desde arriba continúe hacia abajo. En contacto directo con los terratenientes obedecen las instrucciones que les mandan y bajo una falsa apariencia de independencia se encargan de aumentar el alcance de los nuevos dogmas” (p. 60).
- c) Finalmente están los “perros pastores”, o sea, los: “activistas de muy bajo nivel, influencers, famosos, personajes despreciables de las redes sociales, analfabetos funcionales que atesoran «likes» y «seguidores» igual de analfabetos, miembros de asociaciones y militantes. Participan activamente en la política de forma virtual o bien a través de la inscripción en asociaciones o partidos” (p. 63).
Aunque a menudo no parezca tan evidente, no hay que ser economista para comprender que la vida imaginaria de las personas se articula con la vida económica de las naciones más de lo que se prefiere pensar. Esto resulta particularmente evidente en nuestra sociedad dominicana, donde la mayoría de las personas en edad formativa de esta época han terminado convencidas de que no vale la pena estudiar ni Filosofía, ni Literatura, ni Historia, ni Sociología, ni ninguna otra carrera perteneciente al área de Humanidades debido a las aparentemente escasas posibilidades que estas les ofrecen de alcanzar puestos de relevancia en el actual ordenamiento social y económico.
Para reforzar esta creencia, por todas partes se les bombardea a diario con memes y videítos de Instagram o de YouTube en los que se les dice que la formación en Humanidades no sólo es absolutamente innecesaria, sino perfectamente indeseable y por tanto, está condenada a desaparecer. Y como esas plataformas se han convertido prácticamente en las únicas fuentes de información de los sectores más jóvenes de nuestra población, no sirve de nada discutir con aquellos que piensan que la I.A. ha llegado para que las personas no tengan que leer.
Quienes suelen decir que en nuestro país no hay nada que funcione se equivocan rotundamente, por tanto. En nuestro país, tanto los “pastores” como los “perros pastores” han realizado en el curso de los últimos veinte años un impresionante trabajo deconstructivo. Los “terratenientes” lo saben y por eso pueden seguir apostando a que aquí “todos somos iguales”.
Eso sí, el verdadero objetivo de todos los constructores de rebaños es contar con una población a la que puedan esquilmar a mansalva y sin grandes problemas. Y en mi opinión, contribuir a evidenciar por qué vías se hace posible esto último constituye uno de los principales méritos de este capítulo del libro de García. Obsérvese el siguiente botón de muestra:
“En la antigua Grecia se empezó confiscando las propiedades de familias ricas y más tarde se aprobaron impuestos a rentas menores, mientras la plebe chapoteaba en el lodo y celebraba el ocaso de los ricos. La alegría duró poco. Cuando ya no había nada ni a nadie a quien requisar, el siguiente paso fue ir a por los ciudadanos más débiles y despojarlos de sus bienes. El resultado no fue otro que la igualdad en la miseria. En Occidente hemos aceptado que los que ganan mucho dinero y son ricos, por el hecho de serlo, deben pagar más que los demás. Si este es el dogma aceptado, deberíamos preguntarnos ¿quién es rico? ¿Una persona que gana 3000 euros al mes es rico? ¿Lo es el que gana 2000 euros? ¿Quién determina el umbral que establece que una persona es rica? Y si este debe pagar más, ¿cuánto más tiene que pagar? ¿Un 30 por ciento? ¿Un 50 por ciento? ¿Un 70 por ciento? ¿Quizás el 90 por ciento? Total, seguiría contando con un poder adquisitivo mayor que la media. Este enfoque profundamente envidioso no solo genera la huida de las grandes fortunas, sino que manda un mensaje directo a la población: no busques enriquecerte porque te castigaremos más que a nadie” (p. 152).
En las épocas en las que el paternalismo estatal se pone de moda, los enanos abundan y los castillos encantados defendidos por ogros y dragones se vuelven inexpugnables. La imaginación colectiva desentierra entonces viejos miedos, ayudada por los numerosos “brujos”, “adivinos” y “magos” que ejercen su misión sacerdotal sobre toda la comunidad. ¿Puede alguien decir en qué se parece acostumbrar a una población estudiantil a pasar de curso sin haber dominado ninguna de las competencias necesarias y acostumbrar a otra parte de la población a vivir subvencionada con “bonos” y “tarjetas” solidarios para esto o aquello?
Como sé que el modelo cognitivo de donde salieron semejantes planes no fue ni el de la caverna de Platón ni la de Alí Babá, me pregunto cuánto tiempo más deberá pasar hasta que alguien comprenda que el modelo cavernario a partir del cual el Estado dominicano viene configurando nuestra vida social, política, económica y cultural únicamente nos conducirá al más rotundo fracaso como sociedad.
Y ante esto, no puedo evitar preguntarme: ¿Es que ningún otro dominicano tiene hijos aparte de mí? ¿Es que a nadie más aparte de mí le importa la educación que reciben sus hijos? ¿Es que nadie más aparte de mí comprende que la verdadera pobreza no es la material, sino la espiritual? ¿Es que nadie más aparte de mí ha pensado en cuál será el destino de una sociedad a la que a diario se la somete a un tratamiento compulsivo de estupidización y de abandono a su propia suerte?
En fin, este es el tipo de cosas que suceden cuando Procrustes cuida el rebaño…
[1] Publio Ovidio Nasón, Metamorfosis. texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira. Editorial CSIC, Madrid, 2019. Ver en particular la p. 359.
[2] Apolodoro. Biblioteca mitológica. Ediciones Akal, S.A. Madrid, 2023.
[3] Plutarco. Vidas paralelas I Teseo – Rómulo – Licurgo – Numa. “Comparación entre Teseo y Rómulo”, 30/1. Introducción general. Traducción y notas por Aurelio Pérez Jiménez. Editorial Gredos, S.A., Madrid, 1985, p. 267.
[4] García, Alejandro. El rebaño. Cómo Occidente ha sucumbido a la tiranía ideológica (La Esfera de los Libros, 2021, 320 pp).