Ahora que el país se ha dado cuenta que los necesita… ¡Conversemos! Entre tantas injusticias sociales que se cometen hoy en día, hay una que resalta por la poca importancia que se le da. Una en la que no basta con ignorar los méritos de cierto colectivo, sino que también se les difama generalizadamente, los satanizan, los humillan y por si eso fuera poco, se les paga un salario de miseria. Sí, estamos hablando de los miembros de la Policía Nacional, ya que ellos no pueden hablar.

 

Hoy en día, ha sido muy notorio el descrédito que se promueve en contra de esos hombres y mujeres que a diario arriesgan la vida por la seguridad ciudadana. En medio de una ola de crímenes sin precedentes, y donde nadie mide ni toma en cuenta el trabajo preventivo que realizan, todos los cañones apuntan a reclamar y reprochar a esos héroes sin gloria. Pero quizás es necesario pensar y reflexionar sobre la manera en que la sociedad, la prensa y la política han contribuido a desmotivar el trabajo policial.

 

Los policías tienen miedo de salir a la calle, pero no por lo que le pudieran hacer los criminales, sino por lo que le hace la sociedad, la prensa y los políticos cada vez que han tenido que enfrentar a una criminalidad con mejor armamento que ellos. Toda la opinión pública se abalanza sobre un hecho específico, promoviendo un intenso odio e ignorando años de servicio honorable, para etiquetar despectivamente la vida de un servidor público que quizás solo trató de salvar su vida mientras protegía a otros. En momentos así, se debería recordar que ellos también son seres humanos, que no deben dejarse matar, algo que ninguna institución de protección de derechos humanos parece recordar cuando inician las inquisiciones.

 

Esa cacería de brujas que sufren constantemente los miembros de la Policía Nacional, conduce al inevitable pensamiento de que quizás no se tenía una mejor forma de justificar una reforma policial, más que desacreditar a aproximadamente 36 mil hombres y mujeres por las malas conductas de unos pocos. Lo más irónico de todo, es que el descrédito no era necesario. En toda institución pública o privada, sin importar que tan perfecta aparente ser, siempre existirán oportunidades de mejoras, y eso en sí mismo, ya es suficiente motivo para promover cualquier cambio que permita el avance, sin afectar la reputación de sus miembros.

 

Pero por algún motivo, una gran cantidad de personas se siente cómoda formando parte del escuadrón de sicariato moral que ataca, incluso a nivel personal, a los policías. Quizás tengan algún resentimiento por haber sido fiscalizados en algún momento en que, en su arrogancia, se creían invulnerables; o tal vez los odien por haber sometido a algún pariente y les cortaran los ingresos mal habidos que algún narcotraficante o un atracador les proveía; o tal vez realmente recibieron tratos inadecuados o ilegales de parte de algún agente deshonesto que excepcionalmente encontramos en esa o cualquier otra institución; ¡No lo sé! Yo prefiero pensar que quizás solo tienen la errónea percepción ideologizada y anti-sistema de que los policías son el cruel brazo opresor del leviatán, cuando la realidad es que en su mayoría solo son hombres y mujeres vulnerables que tratan de realizar un trabajo muy peligroso con las pocas herramientas que les proporciona su institución.

 

Actualmente, no quisiera ver a nadie en los zapatos de un policía; cobrando un salario que no llega ni a la tercera parte del precio de la canasta familiar básica; esperando un aumento salarial prometido que quizás nunca llegue; quedándose sin dinero para comer, porque deja su tarjeta de débito en manos de su esposa y sus hijos que viven en otra provincia; trasnochándose en servicios de 30 horas corridas; enfrentando amenazas de criminales que los odian por hacer su trabajo; tratando de resolver el transporte que su institución no le proporciona, para asistir como testigo a las audiencias de cada caso que sometió en otras provincias donde prestó servicio; soportando a cada ciudadano que se queja, lo difama y lo humilla por cumplir con el trabajo que le ordenaron realizar los líderes que el pueblo eligió.

 

Y para colmo, tampoco pueden quejarse de las pésimas condiciones que sufren debido a una mala interpretación constitucional del carácter no deliberativo de la institución. Pero ¡alguien tenía que decirlo, y se dijo! La próxima vez que veas un policía, quizás deberías decirle “gracias por su servicio, perdón por pagarles tan mal”, y ¿por qué no? regalarle el jugo sin que él se los pida, porque sabiendo todo esto, consideremos que tal vez esa no sea una forma de pedir un soborno, quizás verdaderamente está necesitándolo por no haber comido ese día.